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Guerra de Bosnia: semillero del radicalismo islámico

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María Angeles Corpas - publicado el 12/03/15
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O cómo la matanza de Srebrenica fue un revulsivo doloroso para el mundo musulmán

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La región balcánica ha sido escenario de numerosos conflictos históricos, fruto de la fragmentación cultural y de los intereses crónicos de los imperialismos. Tras la descomposición de la antigua Yugoslavia, la guerra de Bosnia Herzegovina (1992-1995), fue escenario de algunas de las peores atrocidades vividas en Europa tras 1945.

La matanza de Sbrenica o el sitio de Sarajevo simbolizan el padecimiento de esta nación. Para los musulmanes del mundo fueron un revulsivo. Unos, por entenderla como abandono de la comunidad internacional, semejante al sufrido por los palestinos. Otros, como detonante para la reactivación de grupos radicales, que asumieron esta guerra como episodio europeo de la yihad global.

1. Bosnia. Epicentro de los conflictos balcánicos

La península balcánica ha sido históricamente espacio de conflictos. Como el Cáucaso, es un mosaico de culturas, lenguas y religiones. Unas veces unificadas por la influencia imperialista o la egida de una entidad estatal fuerte. Otras, desgarrada por los intereses de las grandes potencias y la visión criminal de los nacionalismos excluyentes.

La Gran Guerra de 1914, la peor conflagración de la historia hasta ese momento, tuvo su detonante en la capital bosnia. El asesinato del heredero del trono austríaco provocó un efecto dominó imparable. Se enfrentaban las ambiciones territoriales de los imperios centrales (Austria y Alemania) y las de Rusia y su aliada Serbia.

En la Europa de 1919 se ensayó un modelo político nuevo basado en la seguridad colectiva, con la Sociedad de Naciones, antecesora de la ONU. También se originó un nuevo mapa, en el que desaparecieron los imperios dando lugar a nuevos países, con la influencia del presidente estadounidense Wilson.

Ahí nació el reino de Yugoslavia, el país de los eslavos del sur. Un conjunto artificial que escondía fracturas que estallaron durante la Segunda Guerra Mundial. El enfrentamiento entre los filofascistas ustachis croatas con los partisanos comunistas serbios revelaba la fragilidad de esta unión, sumando otra herida en los imaginarios colectivos.

La recomposición de Yugoslavia como unidad funcionó a corto plazo. La República Federativa Socialista mantuvo acalladas estas diferencias, jugando un rol internacional de cierta autonomía dentro del bloque socialista. La muerte de Tito (1980),  líder carismático, fue el inicio remoto de los conflictos.

Para Europa, la descomposición de la URSS y su área de influencia fue un fenómeno pacífico, inesperado y positivo, oportunidad de reconciliación y democracia.

Yugoslavia fue una dolorosa excepción. Arrastrados por las dinámicas centrífugas y por las políticas nacionalistas del serbio Milosevic, las distintas repúblicas federadas caminaron hacia la secesión.

En 1991, los eslovenos lo consiguieron de forma muy rápida con la anuencia de las potencias europeas. En particular de Alemania, que en 1990 se reunificó y amplió su área de influencia. Sin embargo, en Croacia (1991-95) y Bosnia (1992-1995) el disenso provocó largas y dolorosas guerras.

Los croatas, de mayoría culturalmente católica y pro europeos se enfrentaron a los nacionalistas serbios de tradición ortodoxa y pro rusos. La autoproclamada independencia de las zonas serbias de Croacia (Krajina) fue el principal obstáculo para la paz.

Por primera vez desde 1945, Europa asistía a una guerra abierta, limpieza étnica y cambios fronterizos violentos. Algo que se había evitado con el equilibrio de poderes durante la Guerra Fría y con el proceso de integración europea. Y que no se ha repetido hasta la irrupción del conflicto ucraniano en 2014.

Aún con el conflicto de Kosovo (1999) y el bombardeo de Serbia por la OTAN, siguió evidenciándose la fuerza de esta conflictividad. La autoproclamada independencia, con apoyo estadounidense, de este territorio de población albanesa y la segregación de Montenegro certifican la potencia disgregadora del fenómeno.

La guerra de Bosnia (1992-1995) fue una suma de conflictos, dado que a la lucha serbo-croata (república Sprska) hay que sumar la presencia de la comunidad de bosnios musulmanes, de confesión musulmana por una tradición heredera del Imperio Otomano y que habían convivido de forma razonable.

Los mismos vecinos que habían compartido las olimpiadas de invierno de 1984 se convirtieron en víctimas y verdugos en sucesos horribles como la matanza de Sbrenica o el asedio de Sarajevo. El odio nacionalista atizado por excusas étnicas o religiosas se plasmó en atrocidades como la destrucción de la biblioteca de la capital.

La presión militar-diplomática de EEUU impulsada por Clinton consiguió a finales de 1995 la paz de Dayton, haciendo patente el fracaso de la ONU para garantizar la seguridad y la inexistencia de una política exterior europea.

La presencia de cascos azules y un modelo federal han permitido conservar la frágil paz. La expectativa del ingreso en la UE, donde ya están Eslovenia y Croacia, es una esperanza de desarrollo e integración.

2. Eslabón en la cadena del radicalismo islámico: entre Afganistán y el 11-S

La figura del yihadista profesionalizado bajo la etiqueta de muyahidin apareció durante la resistencia afgana a la ocupación soviética (1979-1989). En 1984, se creó una red  de apoyo estratégico en la conflictiva frontera pakistaní, que serviría de modelo en conflictos posteriores.

En Palestina, el jeque Abdullah Yusuf Azzam con la cooperación de Ben Laden creó la denominada “Oficina de servicio a los muyahidines en la conflictiva frontera pakistaní.

El capital saudí dotó de financiación a las redes de captación de milicianos voluntarios en la lucha contra el régimen comunista, esfuerzo apoyado discretamente por la CIA y el Congreso de EEUU dentro de la estrategia global de la era Reagan, clave para el resultado de final de la Guerra Fría.

Tras la retirada soviética en 1988-89, la guerra afgana iniciada en 1978 entró en una fase de resolución que culminaría en 1992 con la derrota del régimen laico. Precisamente, el mismo año en el que estalla el problema bosnio.

Muchos ex combatientes, entrenados y motivados, encontraron en él un modo de seguir la lucha, algunos sensibilizados por una causa “romántica”. Como una especie de Brigadas Internacionales islámicas para defender a musulmanes en minoría martirizados por un régimen poscomunista.

Otros estaban ya claramente fanatizados por técnicas terroristas y obsesionados con la idea de “liberación” frente a la opresión “cruzada”.

Muestra de la relevancia de este hecho es que algunos de los implicados en el 11-S contaban con pasaporte bosnio, incluyendo a Ben Laden. Posteriormente, en zonas de mayoría musulmana (albano kosovares, macedonios y bosnios) han conformado un área de reclutamiento que ha alimentado los conflictos locales y que ahora es ruta hacia el conflicto sirio-iraquí, vía Turquía.

A pesar de los esfuerzos de la ONU y de la UE para que el conflicto no se agravara con la injerencia de fuerzas externas, unos dos mil muyahidines se introdujeron en Bosnia.

La vigilancia de los observadores de las instituciones supranacionales fue burlada mediante el camuflaje proporcionado por determinadas organizaciones no gubernamentales musulmanas de carácter asistencial. Estas asociaciones instrumentales fueron usadas también para facilitar la compra de armas y el lavado de dinero necesario para sostener esta actividad en Europa.

Los radicales islamistas voluntarios llegaron a conformar una brigada propia dentro de la séptima división del ejército bosnio denominada Al Mujahid o El Muyahidin. Desde sus orígenes en 1987, Al Qaeda financió a este tipo mercenarios proporcionando recursos para pagar sueldos y dotando cuotas por alistado.

Desde el final de la guerra en 1995, varios centenares, unos 750, consiguieron pasaporte bosnio. Algunos  quedaron a disposición de la red terrorista como “células durmientes”.

Unos participaron en la resistencia albano-kosovar de 1999, de la que se derivó la intervención occidental contra Serbia y una posterior secesión del territorio. Otros muchos se enrolaron en el terrorismo insurgente suní que atacó ferozmente la ocupación estadounidense de Irak a partir de 2003.

Los EEUU en su lucha anti soviética de los 80 y Europa en su contención del nacionalismo serbio de los 90 no calcularon el riesgo implícito en este fenómeno. La extensión del radicalismo, la fanatización y el viraje hacia una amenaza global no controlada fueron minusvaloradas.

Bosnia jugó un papel importante en este proceso entre dos hitos fundamentales en la historia de este radicalismo como fueron la guerra de Afganistán (79-88) y el 11-S.

El wahabismo alimentó una radicalización poco frecuente en la población bosnio musulmana (40%). El sufrimiento de la guerra y altos índices de desempleo (45%) estimularon los reclutamientos de jóvenes indignados por las masacres y por la relativa indiferencia occidental.

La paz forzada por la presión de EEUU ha diluido pero no eliminado estas tensiones internas en Bosnia. Las organizaciones caritativas islámicas han potenciado su labor, tanto en la asistencia social real, como en el desarrollo de la influencia político-social de algunas potencias como Arabia Saudí en la comunidad bosnio musulmana.

Las autoridades federales bosnias han promovido la reconciliación y el equilibrio en un difícil balance, lo que no ha impedido que este modelo radical se exporte a conflictos, reales o latentes, como el vecino Kosovo o el este de Macedonia.

Diversos grupos juveniles yihadistas de Bosnia, presuntamente financiados por entidades como la Fundación saudí Al-Haramain, son percibidos por los organismos internacionales como una amenaza potencial para la cohesión interna del país.

Referencias:
CORPAS, M. Ángeles: ¿Quiénes son los talibanes?, en Aleteia.org, 19-XII-2014, en: www.aleteia.org/es/internacional/articulo/quienes-son-los-talibanes-5260102105825280

Por María Ángeles Corpas y Pablo J. Carrión

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