El título que he elegido para esta entrada se basa en una expresión que he escuchado hace unos pocos días. ¿Penitencia? ¿Quién quiere sufrir hoy en día? ¿Conversión? Pero si ya creo en Dios ¿Para qué más conversión?
Somos capaces de sufrir para adelgazar y/o estar en forma. Somos capaces de esforzarnos para conseguir mejorar en el trabajo y hasta cometernos a todo tipo de operaciones para parecer más jóvenes y guapos. Ahora, esforzarnos por acercarnos a la Voluntad de Dios no merece nuestro esfuerzo. Sin duda Dios está demasiado lejos para muchos de nosotros.
Ningún otro hombre pasa a Cristo, para comenzar a ser lo que no era, si no se arrepiente de haber sido lo que fue #SanAgustin (Sermón 351,2).
Somos jueces implacables con los errores de los demás y hermanitas de la caridad con nuestros errores. Dejamos pasar el camello y colamos el mosquito. El arrepentimiento ha desaparecido de nuestro vocabulario y de nuestra forma de vivir. En las películas no dejan de repetir que nadie se arrepiente de lo que ha hecho y si alguna vez se a alguien que se arrepiente, se le dibuja como una persona débil y con problemas psicológicos. El arrepentimiento se entiende como un desarreglo emocional y no como el primer paso para acercarnos a Dios.
Hay quienes desechan evaluar los errores y dicen, como si fueran el héroe de una película, que retroceder es un error. Siempre adelante, como si el progreso fuese la panacea de la humanidad. Los que nos damos cuenta de nuestros errores y retrocedemos, no nos equivocamos. No nos equivocamos porque buscamos la misericordia de Dios. Misericordia que parte del arrepentimiento, no de la soberbia.
La misma Iglesia se lamenta de los errores aparentes y mediáticos y oculta los verdaderos problemas que nos aquejan. Solemos echar la culpa a los demás. La sociedad es la que no quiere acercarse a la Iglesia y olvidamos la gran cantidad de incoherencias que arrastramos.
Para comenzar a ser lo que éramos, el primer paso es aceptar el error y arrepentirnos. El segundo, aceptar el perdón y la misericordia de Dios, que nos transforma.