Es el amor la única manera en la que el tiempo y la distancia dejan de tener sentido, dejan de ser una barrera infranqueable
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-¿Querías a tu padre?
-Muchísimo.
-Demuéstralo
Ese diálogo no pertenece a la última superproducción de Cristoper Nolan aunque interviene el mismo actor. Se trata de un intercambio de frases entre la doctora Ellie Arroway (Jodie Foster) y el reverendo Palmer Joss (Matthew McConaughey) en la película Contact. Ella, científica, desdeña la fe, pero ante un antiguo seminarista que no soportaba el peso del celibato se queda sin palabras puesto que el amor no se puede pesar ni medir.
En Interstellar nos reencontramos con McConaughey (he tenido que mirar dos veces para escribir el apellido correctamente) que en esta ocasión es el padre de quien se convertirá en una científica. No es el único paralelismo con la película dirigida por Robert Zemeckis en 1997 adaptando de forma no completamente fiel la única novela escrita por el astrónomo y divulgador científico Carl Sagan.
En el desenlace de la novela no quedaba duda alguna sobre el viaje a través del agujero de gusano, demostrado científicamente y además con la sorpresa (esto ya producto de la imaginación del autor) de lo que oculta el número Pi, mientras que en la película se fía todo a la fe, apenas dejando un pequeño atisbo racional en forma de la “curiosidad” de que una cámara registre horas de grabación de ruido electrónico cuando sólo estuvo en marcha unos segundos.
En Interstellar le toca viajar al padre a diferencia de Contact. Su misión es confirmar que son habitables (último recurso para la salvación de la Humanidad en una Tierra irremisiblemente abocada a la insostenibilidad de nuestra especie) unos remotos planetas a los que únicamente se puede llegar atravesando un agujero de gusano, cual devs ex machina que todo lo resuelve.
Pero si en la película de Zemeckis el viaje permitía a Foster reencontrarse con una versión no estrictamente real de su padre, difunto tiempo atrás, generada por quienesquiera que están detrás de la “construcción” de ese sistema de “autopistas galácticas” nada deudoras de Douglas Adams, en Interstellar el padre, alejado por el viaje relativista de su hija no sólo en el tiempo sino en el espacio, es capaz de aprovecharse de la singularidad del horizonte de sucesos del agujero negro para acceder de una forma resuelta con bastante eficacia visual y conceptual a esa cuarta dimensión, el tiempo, que Nolan consigue mostrar en la pantalla como una sucesión de rendijas a través de las que asomarse, a modo de telar simultáneo cronoespacial, atisbando el pasado.
Al principio de Interstellar hemos visto cómo la hija del protagonista (curiosa en su infancia, científica en su madurez, siempre marcada por el amor hacia su padre) cree reconocer unos patrones en la disposición de los libros de la estantería de su habitación, que ocasionalmente caen al suelo.
Será al final de la película cuando descubramos (si no ha ido ya al cine no siga leyendo, estoy a punto de destriparle la trama) que ese patrón se correspondería con un mensaje que su padre le estaba enviando desde el futuro, desde ese nolugarnotiempo (“no time, no space” cantaba Franco Battiato) y que curiosamente sólo algo intangible, inasible, pero al mismo tiempo inmarcesible, permite transmisión.
La física cuántica nos ha enseñado que el estado de entrelazamiento cuántico entre dos partículas permite que si se altera la disposición de una de ellas la otra refleje ese cambio sin importar la distancia que las separe. Y aun no se ha logrado concretar científicamente a qué se debe esa capacidad.
El astronauta perdido en el tiempo y en el espacio sólo consigue comunicarse con su hija de una forma. La hija, sabedora de que jamás volverá a ver a su padre, sufre como una tragedia irreparable la despedida de quien estaba convencida de que “siempre estaría allí”. Y lo está. Siempre está “allí”, en el interior (por ubicarlo de alguna forma) de la única manera en la que la Ciencia aún no ha logrado pesar o medir. Es el amor la única manera en la que el tiempo y la distancia dejan de tener sentido, dejan de ser una barrera infranqueable, para lograr que desde un lugar perdido en el Universo en el futuro llegue un mensaje a una polvorienta granja del Medio Oeste americano.
Los científicos se devanan los sesos intentando encontrar la explicación al fenómeno del entrelazamiento cuántico de los estados de las partículas cuando quizá es posible que simplemente haya amor entre ellas.