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Reivindiquemos a san José, un hombre digno de admiración

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Salvador Aragonés - publicado el 05/03/15
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Muchos lo pintan como un viejo “resignado” o como un reprimido: nada más lejos de la realidad

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Uno de los personajes que ha quedado en segundo plano en la predicación del Evangelio ha sido José de Nazaret, el esposo de María, madre de Jesús, el Hijo de Dios. Y esta es la ocasión, en vísperas de la fiesta de San José del año 2015 –probablemente 2000 años después de la muerte de José de Nazaret—cuando conviene revindicar su papel en la Redención.
 
Ciertamente la devoción a San José era muy importante siglos atrás, pues ha sido tradicionalmente el nombre cristiano más puesto a los varones, junto al de Juan. La devoción a San José ha sido objeto de numerosas fundaciones religiosas, y su imagen está presente en numerosos hogares cristianos.
 
Sin embargo, las interpretaciones que se han dado sobre la figura de José de Nazaret, especialmente en los últimos tiempos, han sido a veces contradictorias. ¿Quién era en realidad José de Nazaret el esposo de María? Hay numerosos teólogos y santos que han dado una imagen nueva de San José. Uno de ellos, san Josemaría Escrivá (Cfr. Es Cristo que pasa, n. 40), predicaba que el esposo de María era un hombre fuerte, joven, alegre, “justo” (piadoso) que aceptó con ilusión la vocación que Dios le dio.
 
Otros, incluso en el cine, el teatro, las artes plásticas, en la imaginería,  han representado a José de Nazaret como un anciano, o persona mayor, que se casó con María Virgen tras aceptar –tal vez con alguna resignación– respetar su  virginidad durante toda la vida. Nada más lejos de la realidad.
 
Una lectura un poco atenta de los Evangelios de Mateo (capítulos 1 y 2) y Lucas (capítulos 2 y 3), que son los que hablan de José de Nazaret, nos damos cuenta de que José era un hombre completamente normal, predispuesto a aceptar la voluntad de Dios con ilusión, en lo divino y en lo humano. ¿Alguien piensa que la hermosa doncella María se hubiera enamorado de un anciano? ¿O que Dios hubiera elegido a un anciano para cuidar a su Hijo?
 
José era un hombre cabal, que conociendo a fondo a su prometida María, al verla embarazada no podía entender lo ocurrido y quiso “repudiarla en secreto” (Mt, 1, 19) ¡Cuánto dolor! En ese momento un ángel se le apareció “en sueños” (Mt 1, 20) y con la prontitud que llevan consigo la juventud,  la generosidad y la entrega a la llamada de Dios, José de Nazaret acogió a María y a su hijo, que sabía que era el Hijo de Dios.
 
José le dijo “sí” a Dios, sin remilgos, ni condiciones, sin preguntar el porqué, y eso sí con una gracia especial de Dios. No aceptó este camino porque “no había otro remedio”, sino que lo aceptó positivamente. José de Nazaret era un hombre de arriba abajo, que quería con locura a su esposa María y al hijo de ésta Jesús, que lo acogió como un hijo suyo, dándole todos los cuidados y cariño necesarios para los niños y los adolescentes. José aceptó “libremente su papel de esposo de la Virgen y su misión paterna con respecto al niño”, afirmó san Juan Pablo II (OR, 12-VII-96).
 
José de Nazaret no era por tanto un hombre que había perdido su vigor sexual, o como algunos pretenden un hombre hasta cierto punto asexuado, sino un hombre en pleno vigor sexual que quería “como esposa” (Mt 1, 20) a María, aunque sin consumar el matrimonio. ¡Qué poco entienden del amor los que lo confunden con el sexo! José y María vivieron juntos, se querían como se quieren los esposos enamorados –aunque sabiendo que cumplen una misión extraordinaria de Dios- pues la Familia de Nazaret fue ante todo una “familia normal” que tenía que proyectarse a lo largo de la historia de la humanidad como modelo a seguir hasta el fin de los siglos, con la diferencia de que María, la Madre de Dios, se mantuvo “virgen antes, durante y después del parto”, afirmación basada en el dogma de la Virginidad de María (Concilio de Éfeso, año 431). 
 
¿Difícil de entender? Para quienes viven en una sociedad materialista, pagana y egoísta, dominada por el apetito sexual como máxima realización de la persona, es no ya difícil, sino imposible entender a la Familia de Nazaret. Pero para quienes han iniciado a entender y a caminar al paso de Dios, la Familia de Nazaret es un auténtico modelo para vivir las virtudes cristianas dentro de la familia normal: la alegría, la comprensión, la fidelidad, el perdón, la confianza y el respeto entre todos, el trabajar con competencia y honradez, vivir con pocos medios y haber pasado periodos duros a lo largo de la vida, que en Jesús culminarán en la Cruz, junto a su madre María.

 
A José de Nazaret le tocó acompañar a su esposa, pocas semanas después de vivir juntos (cuando María hubo regresado de su visita a su prima Isabel),  hasta Belén para cumplir con el empadronamiento ordenado por César Augusto (Lc, 2, 1). Recorrieron casi 180 kilómetros a pie o tal vez a lomos de un burro. Y al llegar a Belén no encontró nada mejor que un establo para que su esposa María diera a luz. Días duros que se truncaron en gozo con la adoración de los pastores, el canto de los ángeles, la adoración de los Reyes Magos. Duró poco el gozo pues tuvo que emigrar a Egipto, de inmediato, “de noche” dice Mateo, sin saber hasta cuándo.
 
Imposible agotar las historia de José de Nazaret en un artículo. Pero para terminar, nos peguntamos ¿no estará José de Nazaret junto a su esposa María en el cielo en cuerpo y alma? No es ningún disparate. Si Dios Hijo quiso tener consigo a su madre en el cielo en cuerpo y alma ¿por qué no a su padre que tantas cosas le enseñó de niño y de adolescente y que tanto amó a María? ¿No quisiera María tenerlo a su lado como cuando estaba en Nazaret, en cuerpo y alma? El evangelio de Mateo dice que tras la muerte de Jesucristo “muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron” (Mt, 27, 52) ¿No estaría José de Nazaret entre ellos, como estarían Abraham, Jacob, David y Moisés? No lo sabemos,  pero muchos teólogos así lo consideran.   
 
 

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