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Cerrar las puertas a los emigrantes, algo profundamente estúpido

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Manuel Bru - publicado el 18/02/15
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Todos los seres humanos tenemos derecho a hacer del mundo entero nuestra casa

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Daniel cruzó a nado el estrecho de Gibraltar para llegar a España, con un solo motivo: sobrevivir, porque en su país de origen las circunstancias familiares, sociales y étnicas de muchísimos jóvenes hacen que su vida este seriamente amenazada.

Comenzó su aventura con otros tres amigos africanos. Dos se ahogaron en la travesía. Daniel y su amigo lograron “trampear” las violentas fronteras de la inmigración ilegal. Daniel llegó con el cuerpo ensangrentado, todo él salpicado de cientos de heridas causadas por el oleaje.

Daniel encontró en España una comunidad cristiana que lo acogió. Aprendió nuestro idioma, y también lo mejor de nuestra cultura, nuestra fe cristiana, y la abrazo sin dudarlo. Daniel en su país era un profesional altamente cualificado, y en España ha demostrado no sólo su honradez, sino también su capacidad de emprendimiento. Vamos, que Daniel esta contribuyendo significativamente a nuestro bienestar social. 

No sólo los que son como Daniel tienen derecho a salir de la miseria de su país y buscar en otro punto de planeta, tan suyo como de cualquier otro ser humano, un lugar donde sobrevivir.

Todos los seres humanos tenemos derecho a hacer del mundo entero nuestra casa, porque las fronteras no las creo Dios, no están en el relato de Génesis ni están dibujadas en la naturaleza. Es más, empezamos a cargarnos la naturaleza cuando empezamos a trocearla con nuestras fronteras, como se trocea una tarta antes de comérsela.

Pero Daniel tampoco es una excepción. La historia del progreso social y económico de la humanidad es inseparable de la historia de los movimientos migratorios que son, por principio, movimientos de emprendimiento. 

Decía Philippe Legrain que “así como las personas dispuestas a asumir los costes y los riesgos de iniciar un negocio propio acostumbran a ser más trabajadoras y emprendedoras que la mayoría, también lo son las que están dispuestas a asumir los costes y los riesgos de liar el petate en busca de mejores perspectivas de trabajo en el extranjero”. 

Somos tan ciegos los europeos que cerrando las puertas a los emigrantes, con el derramamiento de su sangre si es preciso, a la postre, estamos no sólo cerrando las puertas de la vida con mayúscula, por cainitas contumaces, sino incluso cerrando las puertas a nuestra propia prosperidad material. Es lo que tiene el pecado, que además de perverso, es profundamente estúpido. 

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