Hay que intentar responder el mal con el bien, procurando no sólo deshacernos del rencor sino pedir a Dios por esta persona
Recuerdo tanto el otro día que conversaba con una amiga, y me contaba un poco de lo mal que le había ido en la relación con su enamorado, pues como suele ser común nosotros los hombres no solemos apreciar los buenos detalles, y en el caso de las mujeres no suelen tolerarnos mucho esos defectos (no generalizo, pero en muchos casos).
Me decía pues que, entre ciertos problemas de comunicación, un día él hizo un comentario fuera de lugar que le hizo sentir no escuchada, generando una gran discusión. La discusión ganó tamaño de manera que ambos comenzaron a acordarse de problemas y situaciones del pasado, hasta que de repente, ya no era sólo la falta de delicadeza del hombre, sino que de pronto salieron una serie de defectos que nunca se habían tocado.
Para no alargar más la situación, lo único que le pregunté fue: “¿y esto hace cuánto paso?”, a lo que ella contesto: “El mes pasado”, y acto seguido, como para justificar el tiempo, pasó a decir: “Es que yo tengo algo muy claro: que yo perdono pero no olvido”.
“Yo perdono, pero no olvido”
Bueno, primero que nada hay que aclarar algo en cuanto a este enunciado: No existe perdón sin olvido, pues donde no hay olvido, tampoco hay perdón. Y al referirme al “olvido”, no es necesariamente el que de repente la situación desaparezca de nuestra memoria, sino que tiene un alcance mucho más profundo que viene de la actitud interior y del corazón.
Sencillamente, quien dice perdonar pero que aún guarda el rencor en su corazón, es como aquel que dice amar a Dios pero no es capaz de ver a Dios en el prójimo, para lo cual Juan en sus cartas advierte muy bien que aquel que no es capaz de amar a su hermano – a quien ve – no es capaz de amar a Dios, a quien no ve [1].
Ciertamente, podemos definir el perdón como un don, y como tal hemos de saber pedirlo a Dios a cada instante, y a su vez debemos ser lo suficientemente humildes como para saber acallar esa sensación que nos corre desde el pecho hasta los talones que se llama “soberbia”, y abrirnos un poco más a la idea de pedir perdón, perdonar y sentirnos perdonados.
Vale la pena que por un momento nos preguntemos: ¿qué hubiese hecho yo en su lugar?, y en la mayoría de los casos descubriremos que hubiésemos actuado mucho peor que el otro, y es que muchas veces somos rápidos para juzgar y lentos para perdonar.
¿Qué seria de nosotros si Dios adoptase la misma actitud al momento de perdonar? Seguramente no tendríamos esperanza alguna de alcanzar la salvación, sin embargo hemos de alegrarnos porque la realidad es todo lo contrario. Siendo Dios tan Misericordioso, nos da la gracia para imitarlo, permitiéndonos a nosotros también perdonar y ser perdonados.
“Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden…”. En realidad no sé cuántas veces al día repetimos esta pequeña frase, que en la mayoría o todos los casos se convierte en una oración. La pregunta sería, ¿qué tan coherentes somos con lo que pedimos?
Y dirá alguno escandalizado: “Oye pero esta ya es la tercera pues, ¿me está viendo la cara o qué?”. Y es interesante pero en verdad muchos hasta nos tomamos el tiempo para contar las faltas del otro para luego tener argumentos para sacar en cara.
Sin embargo ya Pedro había tenido la misma duda hace más de dos mil años, y le preguntó a Jesús: “Señor, ¿cuantas veces perdonare a mi hermano que pecare contra mi? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino hasta setenta veces siete."[2]
El sentido del humor de Cristo posiblemente pase desapercibido para algunos, pero es que los fariseos mandaban perdonar hasta tres veces, por lo que Pedro por ser un poco más generoso que ellos, pregunta si era hasta siete (el número de la perfección).
Sin embargo el “setenta veces siete” sencillamente alude a que no debemos siquiera llevar la cuenta de cuántas veces perdonemos.
Consejos prácticos para perdonar
A continuación ofrezco unos pequeños tips que pueden servirnos para aprovechar el don de perdonar:
– No juzgues a la persona sino el acto
Cuando alguien comete un error o una falta, así lo haya hecho ya muchas veces, no etiquetes a la persona con un adjetivo ligado a este error. Es decir, si alguien te engaña, no digas: “ese es un mentiroso”, sino que míralo de la siguiente manera: “cometió un engaño”. Separar a la persona del acto es indispensable para evitar los rencores y odios.
– Buenos pensamientos a las malas acciones
Normalmente, al momento en que somos ofendidos pensamos inmediatamente en la manera de responder a esa agresión, sin embargo hemos de intentar todo lo contrario, responder el mal con el bien, procurando no sólo deshacernos del rencor, sino pedir a Dios por esta persona, y en su momento, a ser possible, aconsejarla. En otras palabras, no a la venganza.
– Tómate tu tiempo
Cuando percibas una falta en contra tuya, no reacciones de inmediato. Busca un lugar tranquilo para calmarte y poner la situación desde una perspectiva realista. En la gran mayoría de las ocasiones los problemas se suscitan por falta de entendimiento en la comunicación entre dos personas, por lo que buscar el diálogo es fundamental, pero una vez habiendo apartado los sentimientos.
– Cree el bien que oyes y sólo el mal que ves
No te dejes influir porque alguien te dijo un chisme. Lo bueno que escuches de ti y de la gente créelo todo, pero lo malo sólo si en verdad lo compruebas. Nunca tomes una postura de alguien por la recomendación de un tercero. Ten el valor suficiente para acercarte a la persona en cuestión y averiguar si verdaderamente es lo que parece.
Twitter: @stevenneira