Es posible que la muerte injusta y cruel despierte el deseo de amar más, el amor es más fuerte que el odio
Los mártires dieron la vida por amor. Hubo coherencia en sus vidas. No querían morir. Querían simplemente ser fieles. Y si vivir sólo era posible renunciando a Jesús, entonces estaban dispuestos a perder la vida.
La muerte no era su elección. Eligieron a Jesús, no querían dejar de vivir. Lo único cierto es que el motivo único de su muerte fue su amor a Jesús, su fidelidad a Él.
Por eso, no fueron mártires aquellos a los que simplemente la muerte los encontró por azar. No. Para ser declarado mártir no sólo basta con morir por ser religioso o cristiano. Para ser mártir, sobre todo, uno tiene que haber vivido antes santamente.
Los mártires derramaron su sangre con su vida y con su muerte. Se dejaron en vida el alma a jirones. Renunciaron a su propio bien por el bien de aquellos a los que servían.
Y su sangre entonces, respaldada por sus vidas, se convirtió en semilla de nuevos cristianos. Su muerte injusta y cruel despertó el deseo de amar más, de querer más a Dios, de dar la vida por Él, de ser fieles, todo por amor, por sembrar la paz.
Su muerte provocó mucho dolor y también un profundo deseo de ser fieles hasta el final. No despertó deseo de venganza, ni más violencia en los que presenciaron la injusticia.
Pensaba en el horror de la muerte del piloto jordano quemado vivo hace ya unos días. Muchos martirios en la historia de nuestra Iglesia han sido igual de crueles. Me conmovió la reacción del pueblo jordano, cuando decidió matar a la mujer que tenían detenida. La violencia engendra, por lo general, violencia.
Sin embargo, el cristiano mártir no es causa de nuevas muertes. No provoca con su muerte más violencia, ni más odio. El cristiano que muere mártir puede perdonar a todos sus enemigos antes de expirar. Y puede bendecir a sus propios verdugos aún con las manos clavadas. Eso me sorprende.
El amor es más fuerte que el odio. Lo sabemos. Jesús, con su vida y con su muerte, con su forma de amar y dar la vida, inicia un nuevo camino, el camino de la misericordia. Abre una nueva puerta a la esperanza a los hombres que viven en tinieblas. Permite que se abran las puertas del paraíso colgado en el madero.
Los que siguieron su camino fueron testigos de una nueva forma de vivir y de morir. Jesús sembró amor con sus gestos, nunca violencia. Perdón antes que odio. Silencio antes que gritos. Por eso los que fueron mártires como Él siguieron sus pasos, repitieron sus gestos.
Pero en la vida no suele ser así. ¡Cuántas veces la violencia despierta violencia y el odio más odio! A veces lo vivimos en nuestra propia vida. Nos gritan y gritamos. Nos tratan injustamente y reaccionamos con violencia y somos entonces más injustos.
La violencia puede despertar odio y venganza. No hay mansedumbre ni silencio en los gritos que piden sangre. Jesús nos enseña otra forma de amar. Ante el endemoniado que le grita y ataca, Jesús calla y lo cura. Él sembró paz con su amor paciente. Y nosotros, ¿qué hacemos? ¿Cómo es nuestra forma de vivir y de morir?
El único camino posible para detener la violencia
Carlos Padilla Esteban - publicado el 13/02/15
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