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En la Iglesia, ciertas cuestiones como la liturgia, ¿son opinables?

Arte liturgica nella sagrestia papale – es

© Cantuale Antonianum

Henry Vargas Holguín - publicado el 11/02/15

Seguir a Jesús implica no sólo aceptar sin condiciones su mensaje, sus exigencias y su estilo de vida sino también escuchar a la Iglesia

No os conforméis a la mentalidad de este tiempo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”: Rm,12,2.

No es novedad alguna decir hoy, como siempre, que mucha gente se queja por todo: si llueve, porque llueve; si no llueve, porque no llueve; si hace frío, porque hace frío, y si hace calor, porque hace calor, en fin.

Y la vida eclesial tampoco está exenta de quejas y acusaciones: la gente se queja cuando se opina o se expresa la verdad, y más si esta verdad incomoda.

Pareciera que lo que nos hace aparecer importantes ante los demás es la crítica, la denuncia, aunque no siempre se hacen con suficientes elementos de prueba. A veces no valoramos lo bueno que tienen y hacen los demás o lo bueno que tiene y hace la Iglesia sino que sólo nos complacemos en quejas y lamentos. Entonces en vez de construir y generar esperanza, alentamos desconfianza y rechazo.

¿A qué me refiero? Leyendo las diferentes opiniones de la gente, a través de las redes sociales, para comentar los artículos publicados en Aleteia sobre liturgia, por ejemplo, se nota que hay posiciones contrarias: gente a favor y gente en contra.

La gente está muy polarizada. Hay gente que ha entendido y sabe cómo son las cosas y las acepta; y, con mucho dolor hay que decirlo, gente con una posición radicalmente contraria.

Yo veo que algunas personas quieren un catolicismo o una manera de seguir a Jesús pero a su medida, según sus gustos, sin renuncias o sacrificios; una fe laxa, una fe cómoda, una fe teórica o una fe superficial mezclada de ateísmo practico.

Pensarán que son ellos los que establecen los criterios litúrgicos, o incluso los criterios para ser cristiano, olvidando que es Él quien pone las condiciones para quien quiera seguirlo. Ojo que Jesús dice ‘quien quiera’; y quien quiera acepta sus condiciones.

Me he dado cuenta de que a menudo todo es cuestionado, puesto en entredicho, aun entre los mismos creyentes. Es común escuchar a la gente: ‘Yo vivo mi fe en Cristo cómo y cuándo me parece’; o, ‘yo voy a misa cuando me nace’; o, ‘de la doctrina yo acepto sólo lo que me parece’; o ‘la Iglesia se debe modernizar si quiere tener gente en misa’; o, ‘yo soy cristiano a mi manera’, etc..

Pensar así es la peor manera de ser cristianos. No justifiquemos tontamente nuestra manera superficial de vivir la fe, teniendo presente el pecado del prójimo; miremos sólo a Jesús y digamos como dijo San Pablo: “Por este motivo estoy soportando estos sufrimientos; pero no me avergüenzo, porque yo sé bien en quién tengo puesta mi fe” (2 Tim 1, 12).

Es lógico que las críticas vengan de los que ignoran la fe cristiana católica o de los ateos o de los que tienen otras maneras de concebir a Dios, pero ¿de un católico?

Los artículos de liturgia publicados en Aleteia son artículos redactados con cariño y fe por expertos teólogos (obispos, sacerdotes y fieles) muy calificados y de probada fidelidad a la sana doctrina cristiana católica y por instituciones católicas muy reconocidas.

La Iglesia como madre quiere el bien de la humanidad entera. No cuestionemos por sistema sus directrices pues son sabias y la Iglesia tiene que ser punto de referencia inconmovible para el mundo; y para esto no debe perder nunca su identidad.

Y recordemos lo que dice Jesús: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16,24).

Seguir a Jesús implica no sólo aceptar sin condiciones su mensaje, sus exigencias y su estilo de vida sino también escuchar a la Iglesia, acatar su magisterio que está en sintonía con el querer de Cristo.


Negarse a uno mismo es renunciar al propio punto de vista y aceptar el de Dios, aunque aceptar la lógica de Dios no sea fácil de entender; y cargar la cruz implica el sacrificio de cargar nuestras cruces con el mismo amor y sentido con que Cristo cargó la suya; entre estas cruces está la cruz de la fidelidad.

Se nos pide es coherencia. Ser coherentes es cuestión de conciencia. La coherencia es una cualidad que debe cultivarse con paciencia y mucha voluntad.

Cuando Dios y la Iglesia hablan, al creyente le llega a un oído algún mensaje pero también le llega al otro oído una vocecilla que sugiere mirar hacia el lado contrario y caminar hacia allá para huir de las responsabilidades que implica ser hijos de Dios.

Y algunos le dan más credibilidad a esa vocecilla que a lo que pide Dios a través de la Iglesia. Pero estamos invitados siempre a ser coherentes con lo que somos, creemos y nos pide Dios y la Iglesia; y si somos coherentes nos haremos mucho bien y podremos edificar a otros con nuestro ejemplo.

¿Que cuesta aceptar lo que diga la Iglesia? Muchas veces. ¿Que cuesta ir contracorriente viviendo la fe cristiana? Es obvio, pero vale la pena.

Lastimosamente muchos cristianos católicos rechazan las exigencias que nacen de creer en Cristo y le dan más credibilidad a la mentalidad del mundo dejándose engañar.

Y aquí tengamos siempre presente la advertencia de Jesús: “Aparecerán falsos profetas, que engañarán a mucha gente, y tanta será la maldad, que el amor se enfriará en muchos. Pero el que se mantenga firme hasta el fin, ése se salvará” (Mt 24, 11-13).

Y el apóstol san Pedro nos hace también una invitación: “Salvaos de esta generación perversa” (Hch 2,40). Tenemos que huir, desde lo que enseña san Juan, de un mundo que “yace en poder del Maligno” (1Jn 5,19).

Cristo lo dijo claramente: “Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero, como no sois del mundo, porque yo al elegiros os he sacado del mundo, por eso os odia el mundo” (Jn 15,19; cf. 1Jn 3,13).

También afirmó: “¡Ay cuando todos los hombres hablen bien de vosotros!, pues de ese modo trataban sus padres a los falsos profetas” (Lc 6,26).

Por eso un cristiano que desea vivir a fondo su fe debería estar alerta si es aplaudido, si recibe alabanzas, si no es cuestionado, si el “mundo” se siente a gusto con él.

En el largo camino de la historia humana, los creyentes en Cristo tenemos la tarea de vencer a un mundo que nos quiere aniquilar. “Pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe. Pues, ¿quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” (1Jn 5,4-5).

Estamos en una lucha a muerte, una lucha que “no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del mal. Por eso, tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y después de haber vencido todo, manteneros firmes” (Ef 6,12-13).

La batalla arrecia, pero confiamos en las palabras del Maestro: “yo he vencido al mundo” (Jn 16,33). Con Él a nuestro lado no seremos absorbidos por el mundo del mal, sino que viviremos ya desde ahora como “hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad” (Ef 5,8-9).

Y, ya para acabar, recordar lo que Jesús dice: “Quien tenga oídos para oír que oiga” (Mc 4, 23); y si se oye con ambos oídos el mensaje de Dios, a través del magisterio, pues a ser consecuentes.

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