3 cuestiones que plantearse antes de casarse y unos buenos consejos
Muchas personas se alejan del amor verdadero porque piensan que debe ser algo parecido a las historias románticas retratadas en las telenovelas o las películas de Hollywood. “Él o ella no me hace feliz del modo que yo soñaba”… “Yo nunca he tenido esa sensación intensa y clara de que él o ella era la persona de mi vida”…
Nuestra sociedad parece decir que un bello día nos vamos a despertar y ver un arco iris encima de nuestra cama, llevándonos al encuentro de la “persona de nuestra vida”. Esas divagaciones que caen por tierra después del choque de la realidad del matrimonio también llevan a muchos solteros a casarse por las razones equivocadas.
“Yo siento que él o ella es la persona de mi vida”… “No puedo vivir sin él o ella”. Todo esto son sentimientos arrebatadores y maravillosos. Pero no pasan de eso mismo: meros sentimientos.
¿Qué tal si hacemos unas reflexiones sencillas para distinguir si nuestra idea de amor viene de Dios o de las telenovelas?
1. Los sentimientos no son la realidad
En el mismo instante en que los sentimientos se van, es muy fácil que comencemos a dudar. “Una relación buena no puede ser tan difícil como esta”… “La relación debería estar haciéndome feliz”…
El Papa Francisco dice: “Tú no puedes basar un matrimonio en sentimientos que vienen y van. El matrimonio tiene que fundarse en la roca del verdadero amor, del amor que viene de Dios”. Tenemos que establecer nuestra decisión de casarnos en una sólida reflexión, que incluye pensar con objetividad si esa persona nos desafía a ser mejores o no.
2. ¿No será que estás enamorado de ti mismo?
Si todo acto que realizamos se basa en nuestros caprichos y deseos, y si esperamos que alguien se enamore de nuestro egoísmo, es hora de pensarlo mejor. El amor verdadero no es sinónimo de obtener todo lo que queremos. No podemos esperar que nuestro cónyuge sea un póster que encaje perfectamente en nuestro marco prefabricado.
3. Pero entonces, ¿qué es el verdadero amor?
El verdadero amor es sinónimo de sacrificio personal. San Juan Pablo II decía que “el amor entre un hombre y una mujer no puede ser construido sin sacrificios y abnegación personal”.
El escritor Matthew Kelly añade que “el amor es la voluntad de adaptar nuestros planes personales, deseos y compromisos al bien de la relación. Amor y gratificación aplazada. Amor es dolor. Amor es tener la capacidad de vivir y de prosperar sólo y, aún así, escoger estar unido”.
Toda relación pasa por alguna turbulencia. El catecismo nos dice que “el mal se hace sentir en las relaciones entre el hombre y la mujer. La confusión que percibimos tan dolorosamente no proviene de la naturaleza del hombre y de la mujer, ni de la naturaleza de sus relaciones, pero sí del pecado original”.
Necesitamos, está claro, discernir cuál es el grado de confusión presente en nuestra relación. Pero esta confusión o desorden se manifiesta, en alguna medida, incluso en las relaciones más saludables.
El problema puede ser, por lo tanto, el pecado, y no la relación en sí misma. Tendemos a precipitarnos y concluir que, si una relación tiene problemas, es porque la misma relación es un problema.
A veces, puede no valer la pena continuar una relación. Pero, en una relación saludable y vivida de acuerdo con Dios, algunos problemas son normales porque el pecado se manifiesta en todas las relaciones. Toda relación tiene sus altos y sus bajos.
Sorprendentemente, el verdadero amor incluye sufrimiento. Matthew Kelly pregunta: “¿Estás dispuesto a sufrir por amor? ¿Cuánto estás dispuesto a sufrir para tener una relación maravillosa de verdad? ¿Estás preparado para dejar de lado todos tus caprichos, deseos y fantasías e ir tras algo mayor?”.
Las relaciones no tienen mucho que ver con la idea de ser perfectos y felices todo el tiempo, y sí con la necesidad de saber perdonar. El Papa Francisco nos recuerda que “nadie es perfecto. La clave de la felicidad es el perdón”.
“El matrimonio es trabajo y es un compromiso para toda la vida”, añade el Papa. “De cierta forma, es como ser un orfebre, porque el marido vuelve a su esposa más mujer y ella, a su vez, debe volver al marido un hombre mejor”.
Una queja común es que un cónyuge está siempre intentando “cambiar” al otro. El cambio es bueno si nos vuelve más santos. Por ejemplo, pedirle al otro beber menos en encuentros sociales puede ser entendido como una tentativa de forzar un cambio indeseado, pero ese cambio es bueno porque nos vuelve personas mejores.
4. ¿Por qué casarse o el matrimonio comporta sufrimiento y trabajo?
Porque el matrimonio nos ayuda a ser personas mejores. El matrimonio nos ayuda a superar la propia absorción, el egoísmo, la búsqueda del placer individualista; ayuda a abrirnos al otro, incentiva y exige el apoyo mutuo y el don de nosotros mismos, como nos enseña el catecismo.
“Queridos jóvenes, no tengan miedo de casarse. Un matrimonio fiel y fecundo los va a hacer felices”, anima nuevamente el Papa Francisco. Como última reflexión, el matrimonio con un cónyuge que es nuestro mejor amigo y que comparte su amor por Dios va a traer felicidad incluso en medio del sufrimiento y del trabajo.
¿Qué tal examinar de manera sincera el grado de realidad de nuestra idea de amor? ¿Nuestro punto de vista sobre el amor verdadero al final viene de Dios o de las telenovelas?