El 5 de febrero se conmemoran los treinta años de la visita apostólica de san Juan Pablo II a un grupo de países latinoamericanos y caribeños. Su gira pastoral número 25 incluyó en 1985 al Perú, al Ecuador a Venezuela y a Trinidad y Tobago en un recorrido de once días. Estos recorridos largos y productivos –comunes en él-, lo convirtieron poco a poco en el “Papa peregrino”.
Entre las actividades pastorales y de Estado que formaron parte del viaje, tuvo emotivos encuentros con jóvenes, familias, enfermos, trabajadores, indígenas, autoridades políticas y con el mundo de la cultura. A estos hay que sumar los mensajes a los obispos de cada lugar, a los presbíteros, religiosos y seminaristas, junto a catequistas y misioneros que acudían a cuanto evento pudieran para estar cerca a él.
Recordemos que el Vicario de Cristo en sólo tres meses de pontificado ya había alcanzado a los hijos de Latinoamérica durante su visita a Puebla en 1979. Y así, en estas y otras salidas, asombraba al mundo al recibir atuendos y sombreros en cada país visitado, al predicar en el idioma o dialecto del lugar, o al besar el suelo al llegar a cada país nuevo.
Gestos como estos llevaron al presidente peruano, Fernando Belaunde Terry, a recibirlo emocionado el primer día de la visita con estas palabras: “La tierra que tan amorosamente habéis besado esperaba, desde siglos atrás, el honor de la visita del Sumo Pontífice”.
Juan Pablo amigo
Una de las frases que más se corearon durante su visita al Perú, hacía referencia a su calidez y cercanía con el pueblo católico. “Juan Pablo, amigo, el pueblo está contigo”. Este lema filial lo gritaron hasta la afonía, por ejemplo, el millón de jóvenes que acudieron a su llamado en el Hipódromo de Lima, donde les habló en un lenguaje contemporáneo sobre las Bienaventuranzas.
Fueron días donde se pudo conocer al papa polaco venido de lejos, crecido entre dictaduras, que hablaba con firmeza contra la violencia y las desigualdades, reclamando paz con su mensaje y con su vestido blanco.
Cada actividad era de un clima diferente, no solo por la temperatura que, en ciudades como la norteña Piura, lo recibió con 37 grados centígrados. Sino también por la claridad con que abordó la problemática de la familia, de los trabajadores o el mundo de la cultura, y que forman parte de un recuerdo imborrable en los países visitados.
Son testigos de esto los mensajes editados y reflexionados aún hoy, así como impresionantes fotografías, cantos en su honor, estadios y plazas perennizadas con su nombre, y una devoción nueva que crece y se manifiesta ya en altares y patrocinios.
Juan Pablo II le concedería al Perú la posibilidad de venerar a un nuevo fruto de santidad del siglo XVII. Nos referimos a la religiosa de clausura dominica nacida en Arequipa, beata Ana de los Ángeles Monteagudo, a quien llamó “Maestra espiritual” para todas las generaciones
Al país inca lo visitaría nuevamente en 1988 con motivo del V Congreso Eucarístico y Mariano de los Países Bolivarianos, motivando entre la feligresía un deseo casi apremiante de verlo, de tocarlo, de estar donde iba a hablar, de que regresara otra y otra vez…
Emisario de la paz y del amor
Las tierras ecuatorianas –convulsas socialmente así como las del Perú en ese entonces-, tuvieron la dicha de acoger al papa durante cuatro días. En este peregrinaje conversó en privado con el presidente León Febres-Cordero y pudo transmitir su mensaje a los obispos ecuatorianos.
Tuvo otros encuentros con el clero y las religiosas, con las familias, los trabajadores y aún se recuerdan los memorables mensajes a los jóvenes en el estadio Olímpico de Atahualpa en Quito y a los indígenas en Latacunga, provincia de Cotopaxi.
Fiel a su estilo, y como un respaldo a la tarea evangelizadora de la Iglesia a través de los medios de comunicación, se dio tiempo para visitar las instalaciones de Radio Católica Nacional del Ecuador, propiedad del Episcopado ecuatoriano y que se extiende a todo el país.
La visita apostólica tendría su punto culminante en Guayaquil con la beatificación de Mercedes de Jesús Molina, una laica consagrada nacida en dicha ciudad costera. Su alto espíritu apostólico y caritativo, especialmente entre los niños abandonados a quienes consagró su vida y a las comunidades indígenas jíbaras a temprana edad, le han merecido el título de la “Rosa del Guayas”.
Hoy ambos países andinos esperan con entusiasmo la visita de un nuevo pontífice, a fin de demostrarle también su amor y fidelidad, a través de la escucha y puesta en práctica de su mensaje.
Aunque el mismo Francisco ya anunció su deseo de visitar el Ecuador en este año, el Perú abriga la esperanza de que el papa “encuentre donde ponerlo” en el 2016, según sus propias palabras dichas durante el alegre anuncio.