Luchan por la tragedia natural y en contra de la tragedia política que vive la isla
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Una de las grandes enseñanzas que trajo el temblor que devastó Haití en enero de 2010 fue, justamente, la solidaridad internacional que se volcó a la isla caribeña –hoy envuelta, además en escándalos políticos y manifestaciones de protesta porque no se pudo llegar a acuerdos y el presidente Michael Martelly gobierna, prácticamente, por decreto—y que llevó una luz de esperanza a las atribuladas familias haitianas.
La mayor parte de las ayudas internacionales se ha ido reduciendo poco a poco, aunque fueron revitalizadas con el encuentro sobre Haití al que convoco en El Vaticano recientemente el Papa Francisco, quien recalcó que antes de reconstruir una nación es necesario reconstruir al hombre. En esa tarea siguen trabajando los Salesianos, quienes mantienen su compromiso con este país cinco año más tarde del terremoto.
Los misioneros salesianos, que llevan cerca de ocho décadas trabajando junto a la población haitiana, continúan en la reconstrucción de escuelas, centros de formación e infraestructura destinada a los más desfavorecidos. Saben que gracias a las ayudas llegadas de todo el mundo han podido rehabilitar edificios dañados y construir nuevos, pero aseguran que “la manera de preparar el país para el futuro es con la educación integral de niños, niñas y jóvenes”.
El 12 de enero de 2010, a las 16:53 hora local, un fuerte terremoto con epicentro a 15 kilómetros de Puerto Príncipe, la capital de Haití, sacudió la tierra con una intensidad de 7 grados en la Escala Richter. Bastaron unos pocos segundos para que todo se convirtiera en una nube de polvo por el derrumbamiento de la mayoría de los edificios.
Los efectos sobre este país, el más pobre de América Latina y uno de los más pobres del mundo fueron terrorífico: más de 200 mil muertos, 250 mil heridos, un millón y medio de personas sin hogar… El terremoto afectó también a los propios misioneros salesianos: tres religiosos fallecieron y muchos alumnos y profesores de una escuela en Puerto Príncipe quedaron sepultados bajo los escombros.
Hoy, más de 20 mil niños y niñas han vuelto a recibir educación y su comida diaria en las Pequeñas Escuelas del Padre Bohnen; casi 800 niños, niñas y jóvenes van a la escuela Timkatec; 340 jóvenes se forman en las escuelas agrícolas y de formación profesional en Cap-Haitien; alrededor de mil niños y niñas pueden estudiar en el centro de Gressier; en Fort Liberté, 170 niños y niñas reciben formación básica y otros 160 se convertirán en enfermeros gracia a la Escuela de Enfermería.
El centro de formación profesional ENAM (el principal en Puerto Príncipe) ha vuelto a abrir sus puertas. Además, los niños de la calle en Puerto Príncipe pueden ser acogidos en un nuevo y reconstruido centro Lakay. No obstante, todavía hay personas viviendo en los campos de desplazados y miles de niños y jóvenes no van a la escuela. Por ello, los misioneros salesianos siguen trabajando para construir una escuela preescolar en Gressier, para hacer nuevos talleres para los jóvenes de la calle o para construir una nueva escuela de primaria en Les Cayes.
La labor de solidaridad cristiana y humana para con Haití –en especial la de los salesianos– sigue sin descanso, y los resultados para Haití, cuya clase política parece no entender el fondo de la situación y la necesidad de normalizar su vida democrática para normalizar, también, el reingreso de la población a una vida más normal, si bien no son espectaculares, dicen mucho más del amor del hombre por el otro hombre que las torpezas del manejo político del poder.
(Con información de El Observador Online)