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Martín Lutero, de católico a antiromano (2)

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Martin Luther originated the doctrine of sola fide in the 16th century

Centro Cultural "Gli Scritti" - publicado el 16/01/15

El viaje a Roma, el tema de las indulgencias y la excomunión

¿Cómo pasó Lutero de ser católico a anti romano? Se dice a menudo que se escandalizó de la corrupción que reinaba en Roma a raíz de un viaje que realizó, pero la realidad es mucho más compleja: los últimos estudios demuestran que más bien al revés, fue su crisis religiosa personal la que le hizo reescribir a posteriori su supuesta mala experiencia romana. Este artículo es continuación del anterior:

Entre 1515 y 1517 se maduró la evolución psicológica del agustino, y comenzó a formularse la nueva doctrina. Varios factores, sobre todo la experiencia interior del joven religioso, y su formación teológica unilateral, influyeron de modo decisivo en este proceso.

Tras un periodo de sereno fervor, que le otorgó la estimación de sus hermanos religiosos, y le procuró cargos de confianza dentro de la orden, en Wittenberg Lutero cayó en un estado de profunda inquietud, temiendo que no podría librarse del pecado y que pertenecía al número de condenados.

Probablemente contribuían a crear esta angustia, por una parte el trabajo excesivo y la propensión a la melancolía, herencia familiar, y por la otra, el occamismo en el que se había formado, con la acentuación de la voluntad arbitraria de Dios y también con la excesiva importancia dada a la voluntad humana, que debía encontrar un fuerte eco en su alma, al haber tenido desde la adolescencia una severa educación moral. También influyó la dificultad de distinguir entre la concupiscencia y la tentación, del pecado y el consentimiento al mismo, y la tendencia a lograr una experiencia sensible de una realidad exclusivamente interior y espiritual.

La ansiosa búsqueda de una vía de salvación fue a duras penas consolada por los buenos consejos del vicario general de la orden, lohannes Staupitz. Al mismo tiempo, en sus lecciones y estudios, Lutero profundizaba en el conocimiento del occamismo, pero también de la mística alemana, de la que se deducía la idea de la nulidad absoluta del hombre frente a Dios y del abandono pasivo a Él, y sobre todo le apasionaba la lectura de los tratados antipelagianos de san Agustín y de las cartas de san Pablo.

Lutero más tarde atribuyó una importancia decisiva a una iluminación que habría tenido de repente, quizás en 1517, mientras que en su celda, en la parte del convento con forma de torre (de ahí el nombre dado al episodio, Turmerlebnis, experiencia de la torre), meditaba en un pasaje de la carta a los Romanos 1,17: “En el Evangelio se revela la justicia de Dios, por la fe y para la fe, conforme a lo que dice la Escritura: El justo vivirá por la fe”.

Él habría comprendido de repente que la Escritura, al usar el término justicia, no se refiere a la intervención con la que Dios premia a los justos y castiga a los malvados, sino que habla del acto con que el Señor cubre los pecados de cuantos se abandonan a Él a través de la fe. La carta a los Romanos habla por tanto no de la justicia vengadora, sino de la justicia salvífica, de la gracia con la que Dios nos santifica.[ ]

Es probable que el reformador haya dado un peso excesivo a un momento de un largo proceso psicológico: con todo, el concepto de justicia salvífica asumió un lugar cada vez más importante en su sistema. También es verdad que la interpretación dada a la frase bíblica no era nueva, como subrayó Denifle: pero él acabó por exasperar un concepto en sí ortodoxo (la justificación salvífica a través de la fe), negando de forma unilateral cualquier necesidad por parte del hombre de disponerse con su libre cooperación a la gracia.

Reconociendo en la gracia no sólo un don absolutamente gratuito, sino también totalmente independiente de cualquier cooperación humana, en el marco de la arbitrariedad divina propia del sistema occamístico, Lutero podía encontrar un alivio a su ansiedad: era suficiente con abandonarse a la acción salvífica de Dios, bastaba con creer, para saberse y sentirse salvado.

Breve fue el paso que llevó al profesor de teología a los demás fundamentos de su doctrina, defendidos a poca distancia de tiempo, por la lógica necesidad de salvar el punto central, la salvación a través de la fe. Mientras buscaba así dar una cierta coherencia a su doctrina, declaraba que no quería alejarse de la Iglesia, sin darse cuenta de que estaba excavando un foso cada vez más amplio entre ésta y su teología.

Sustancialmente, podemos resumir el luteranismo en torno a tres puntos centrales, aún con el riesgo, casi inevitable en estas esquematizaciones, de caer en simplificaciones e imprecisiones. Ante todo, la sola Scriptura: la Escritura no sólo contiene materialmente todas las verdades reveladas por Dios, sino que no necesita ser iluminada y aclarada por la tradición, y por tanto es suficiente en sí misma para dar a la Iglesia la certeza sobre todas las verdades reveladas. Se excluyen así la tradición y la mediación de la Iglesia con su magisterio, y se abre el camino al libre examen.

En segundo lugar, la justicia imputada o puramente atribuida, no inherente. La naturaleza humana después del pecado original está irremediablemente corrompida, el hombre ha perdido su libertad, toda obra suya es necesariamente pecado. Dios sin embargo, sin borrar los pecados y sin renovar interiormente a quienes creen en Él y a Él se confían, les atribuye los méritos y la santidad de Cristo, lo considera como su fuera renovado y justo: el hombre es por tanto simul justus et peccator. Aun sintiéndose pecadores, aun sin cumplir obras buenas, basta con abandonarse al Señor y a su misericordia, que obra sola en nosotros.

En tercer lugar, el rechazo de la Iglesia jerárquica, no sólo por el rechazo del primado del papa, objeto de fuertes ataques y de frecuentes confutaciones en varios escritos, sino por el concepto fundamental de la relación directa del Señor con cada fiel, por encima de cualquier otra mediación: “La Iglesia es una comunidad espiritual de almas unidas en una sola fe …; es la unión de todos los creyentes en Cristo sobre la tierra […] unidad espiritual, suficiente para formar la Iglesia”.

Corolario de esta concepción será el rechazo de la Misa como sacrificio, “el más grave y horrible crimen entre todas las demás formas de idolatría propuesta”, porque atenta contra la unicidad y la suficiencia del sacrificio de la cruz y, en consecuencia, aunque no disuelve exactamente el sacerdocio ministerial en el sacerdocio universal de los fieles (de quienes el opúsculo A la nobleza cristiana de la nación germánica delinea claramente sus presupuestos), los reduce de presbíteros a predicadores y administradores de los sacramentos, y les niega, de forma firme y radical, la capacidad de ofrecer un sacrificio; de aquí deriva la reducción más o menos amplia de los sacramentos y la fuerte libertad de culto y de disciplina: pero, la necesidad de un punto firme sobre el que apoyar la Iglesia, empujará fatalmente al reformador, no sin luchas interiores, a apoyarse en los príncipes, con una rápida evolución de la concepción totalmente espiritual de la Iglesia a la organización de una Iglesia estatal.

La cuestión de las indulgencias

La ocasión externa de manifestar por primera vez las ideas que se iban desarrollando en él, se le ofreció a Lutero con la predicación en Wittenberg de las indulgencias. Desde 1507 Julio II, que había comenzado los trabajos para la construcción de la nueva basílica de San Pedro, había concedido una indulgencia a modo de jubileo a quien daba limosnas para la empresa: la iniciativa fue repetida en 1514 por León X.

En Alemania, la situación se complicaba al entrecruzarse y sobreponerse otra cuestión. Alberto de Brandeburgo, arzobispo de Magdeburgo, había sido nombrado obispo de una tercera diócesis, Maguncia y, para entrar en posesión de la lucrativa suma, debía desembolsar a la cámara apostólica una ingente suma, de la que en ese momento no disponía.

La dificultad fue superada de esta forma: la familia Fugger, una de las mayores bancas europeas de entonces, anticipó al joven y mundano prelado los 29.000 ducados que debía pagar a Roma; el obispo obtuvo la facultad de hacer predicar en su diócesis la indulgencia; las limosnas recogidas serían devueltas, mitad a la banca Fugger, para extinguir el préstamo, mitad a Roma para la construcción de San Pedro.

La predicación comenzó en 1517 y, en la provincia de Magdeburgo, se llevó a cabo con gran solemnidad y fasto por Johannes Tetzel, dominico, que no siempre se mantuvo en los límites de la ortodoxia. Enseñó, correctamente, que la indulgencia es una remisión de la pena, no de la culpa, pero a propósito de la habitual distinción entre indulgencia para los vivos y para los difuntos, afirmó que el estado de gracia, de confesión y el dolor por los pecados son necesarios para conseguir la indulgencia para uno mismo, pero no para los difuntos. Responde exactamente a sus ideas, aunque no a sus palabras, la frase: “En cuanto la moneda cae en la caja de las limosnas, el alma es librada del Purgatorio”.

Reaccionando a los abusos de la predicación, y a la misma doctrina de las indulgencias, Lutero, en la vigilia de la fiesta de Todos los Santos de 1517, envió a Alberto de Brandeburgo una carta fuerte pero ortodoxa, invitándolo a proceder contra los abusos en la predicación de las indulgencias, y también 95 tesis sobre las indulgencias, invitándolo a una discusión sobre el tema.

Ante el silencio de Alberto, Lutero envió las tesis a algunos teólogos, y éstas se difundieron rápidamente por toda Alemania. Para el profesor de Wittenberg, la indulgencia es sólo la remisión de la pena canónica infligida por la Iglesia, no de la pena que reparar en la vida futura; no puede ser aplicada a los difuntos; no existe el “tesoro de la Iglesia, resultante de los méritos de Cristo y de los santos”.

“¿Por qué, preguntaba el agustino, el papa no vacía el purgatorio con motivo de la santísima caridad y de la suma necesidad de las almas, que es de todas la razón más justa, en el momento en que libera a un número sin fin de almas a causa del funestísimo dinero para la construcción de la basílica, que es una razón fútil?” (tesis 82).

En 1518, ante la creciente difusión de las tesis luteranas, que conmocionaron e inflamaron a toda Alemania, León X hizo someter a examen las tesis sobre las indulgencias e intimó a Lutero a presentarse a Roma. Por la intercesión de Federico, elector de Sajonia, Lutero fue dispensado del viaje a Roma, y pudo ser interrogado en Augusta en octubre de 1518 por el card. Tommaso de Vio, llamado Gaetano.

El interrogatorio no llegó a resultado alguno, porque Lutero apeló del papa mal informado al papa bien informado, después del papa al futuro concilio. Gaetano intentó hacer entregar al fraile a la autoridad eclesiástica, pero en vano. Lutero gozaba de la protección del elector Federico, y en ese momento la posición de este último era muy influyente: muerto el emperador Maximiliano, dos candidatos se disputaban la sucesión, Carlos de Hasburgo y Federico, y León X, por temor a que la elección imperial aumentase peligrosamente el poder de Carlos, favorecía la candidatura del príncipe sajón. Lutero no fue molestado.

En 1519 tuvo lugar en Lipsia una gran disputa entre Lutero y el católico Johannes Eck, que, si bien no logró persuadir a su interlocutor a abandonar sus posiciones, al menos le obligó a aclarar por primera vez de forma pública y sin equívocos su doctrina sobre el primado romano, sobre la infalibilidad de los concilios, que el reformador negaba, y sobre todo sobre el principio fundamental del protestantismo: el reconocimiento de la Escritura como fuente exclusiva y adecuada de la verdad revelada.

Comenzaba a quedar claro que la lucha no tenía que ver sobre los abusos morales o sobre opiniones libremente discutidas entre los teólogos, sino sobre la propia constitución sustancial de la Iglesia. En 1520 en Roma, como conclusión del proceso contra Lutero, se promulgó la bula Exsurge Domine, intimando al imputado a retractarse en sesenta días de varias tesis, relativas al libre arbitrio, al pecado original, a los sacramentos en general, a la gracia, a la contrición de los pecados, a la confesión, a las buenas obras, a las indulgencias, al purgatorio, al primado.

En estos meses, antes y después de la publicación de la bula, Lutero llevó a cabo una intensa actividad pública, y publicó entre otras cosas tres libros que levantaron gran revuelo. En el escrito A la nobleza cristiana de la nación germánica, redactado en alemán y difundido rápidamente en más de 4.000 ejemplares, Lutero incitaba a la demolición de las tres murallas que defienden a la Iglesia romana: la distinción entre clero y laicado, el derecho exclusivo de la jerarquía de interpretar la Escritura, el derecho exclusivo de los sumos pontífices de convocar un concilio. Un nuevo concilio, con la participación de los laicos con plenos derechos reformará a la Iglesia y pondrá fin a los gravamina nationis Germanicae, tantas veces inútilmente deplorados.

El De captivitate babylonica ecclesiae praeludium criticaba la doctrina sobre los sacramentos, conservando sólo el bautismo, la penitencia, la Eucaristía, negando sin embargo la transubstanción y el valor sacrificial de la Misa. El De libertate christiana, finalmente, exaltaba la libertad del hombre interior, justificado por la fe y unido íntimamente a Cristo: las obras buenas no son necesarias para la justificación, ni hacen bueno a quien las realiza, pero al contrario, son la consecuencia necesaria de la justificación.

Se difundían así cada vez más en Alemania las ideas esenciales de Lutero, junto son sus ásperos ataques contra muchos usos y abusos de la Iglesia. En octubre del mismo año, el libelo Adversus execrabilem Antichristi bullam renovó la apelación al concilio ecuménico, y en diciembre Lutero quemó públicamente el Corpus Juris Canonici, símbolo de la autoridad pontificia junto a la bula Exsurge.

El 3 de enero de 1521, la bula Decet Romanum Pontificem excomulgó a Lutero y a quienes le apoyaban. Dada la estrecha alianza entre Estado e Iglesia, la condena podía tener eficacia práctica sólo si la sancionaba la autoridad civil. El problema se discutió en la dieta de Worms en abril de 1521. Lutero, por intercesión del elector de Sajonia, pudo presentarse libremente a la asamblea, defendió sus ideas no sin cierto éxito, pero fue expulsado de los territorios imperiales por voluntad de Carlos V: sus escritos fueron quemados, la difusión de su doctrina fue prohibida.

Lutero podía ser arrestado en cualquier momento. En realidad, una vez más la protección de Federico de Sajonia salvó a Lutero, quien mientras se alejaba de Worms fue “raptado” por un grupo de caballeros y acompañado por estos al castillo de Wartburg, donde permaneció casi un año, empleado en la composición de varios escritos y en la traducción al alemán de la Biblia, terminada mucho tiempo después.

Nota del editor: ¿Cómo se consumaría la ruptura de la Europa Cristiana, pocos años después? ¿Por qué tantos siguieron a Lutero? Tuvo mucho que ver la revuelta campesina de Alemania, especialmente la de 1524, contra las duras condiciones impuestas por los señores feudales, así como las tensiones entre los príncipes alemanes y Carlos V. Pero esto es largo de explicar, y merece otro artículo.

Artículo publicado por el Centro Cultural italiano Gli Scritti, con amplios extractos de la conferencia de mons. Battista Pansa del 11 de octubre de 2010 con ocasión del Congreso por el 500° Aniversario del viaje de Lutero a Roma

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