Este “tacto espiritual”, lo irás aprendiendo con la ayuda del Espíritu y de alguien que pueda acompañarte en esta lectura
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Vas a aprender a leer la escritura de Dios, pero como “tus ojos están ciegos, tenés que mirar con el corazón” (diría “El principito”). Será como leer braille.
En la superficie de tu propio corazón, se graban frases, palabras (a partir de lo que vas viviendo, ej: “Está todo mal”; “no podés”; “tenés que soltarlo”; “ánimmo”; “confiá”, etc.), sobre las que tenés que aprender a “detenerte sintiendo”.
Este ejercicio no es posible hacerlo, si de antemano dejás pligues o dobleces, o te apurás. Por tanto, una vez que te aquietes, cerrá los ojos y empezá a pasar, como la mano del ciego, por la superficie de tus sentimientos, para llegar a lo que hay dentro tuyo más hondo.
Al principio, te parecerá que todo es igual; incomprensible. Que no te dice nada. Pero poco a poco vas a percibir que las palabras empiezan a aparecer, a resonar una a una, y a llevarte de la superficie a lo que hay dentro tuyo y de ellas.
En la escritura braile hay puntos hundidos (suaves al tacto) y otros que sobresalen (ásperos al tacto). Así, el significado de la palabra, está dado por la mezcla de ambos, es decir, de suavidad y aspereza. Del mismo modo, en cada palabra que te toca leer de lo que estás viviendo, hay partes llanas y partes duras.
De a poco, tendrás que percibir, si la dureza o aspereza de una palabra sobre la que te detuviste sintiendo, está en vos (por las heridas que así te la hacen sentir) o en la palabra misma. Tendrás que percibir también, si la suavidad o llaneza que sentís, es fruto de la palabra en sí o de tu callosidad o insensibilidad ante esa palabra.
Este “tacto espiritual”, lo irás aprendiendo con la ayuda del Espíritu y de alguien que pueda acompañarte en esta lectura.
De esta manera, diferenciando las palabras que “se ponen para ser tocadas” por tu afecto, podrás leer lo que Dios tiene para decirte, y lo que el que te tienta, tiene para tergiversarte, ocultarte, lastimarte o insensibilizarte.
Lo propio del lenguaje de Dios es que lleva la mezcla justa de suavidad y aspereza.
Por J. Albisu. Artículo originalmente publicado por Oleada Joven