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“El ateísmo es irracional: no es producto de la razón sino de un ‘no quiero'”

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Enrique Chuvieco - publicado el 12/01/15
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El dios que niegan ateos eminentes no es el Dios cristiano, sino el de panteístas como Hegel y Spinoza

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El dios de los ateos (Stella Maris) es el tercer libro que presenta en 2014 el profesor de filosofía y divulgador científico catalán Carlos Marmelada. Alude a que la increencia se ha instalado en nuestra sociedad cuando nunca fue así.

Sin la rotundidad de Dostoievski cuando afirmó que «Si Dios no existe, todo vale», Marmelada advierte también sobre las consecuencias sociales de esta posición «irracional» generalizada, máxime cuando «no creer es una decisión de la voluntad», ya que la «inteligencia humana puede descubrir la existencia de un Dios trascendente a la naturaleza y lo puede comprender y captar con absoluta nitidez».

Del porqué hay sabios y físicos ilustres increyentes, Marmelada concluye que «serán muy inteligentes, pero de metafísica no saben, ya que lo que escriben desvela que no entienden».
 
-Acaba de presentar su tercer libro este año,  cuyo título es «El dios de los ateos», ¿no le parece polémico nombrarlo así?

Lo primero que hay que decir es que no va de los dioses falsos (el dinero, el poder, la ambición…: los becerros de oro) sino que hace referencia a qué dios están negando los ateos cuando niegan su existencia, qué dios rechazan y qué dios dicen que es imposible que exista.

En definitiva, los ateos dicen: «Ustedes, creyentes, dicen que Dios existe y nosotros negamos su existencia porque es imposible que exista; ustedes deberían reconocerlo si pensaran un poco en ello».

Pero la clave es saber qué dios están negando los ateos, porque cuando analizas esto descubres que los ateos, como Nietzsche, Sartre, Marx, Camusel dios que niegan no es el Dios del cristianismo, no es el Dios bíblico y de amor de san Juan o el Dios de filósofos y teólogos como santo Tomás de Aquino, sino que es el dios de Spinoza y Hegel, que eran panteísta, o el dios justiciero de Kant. Este es el dios que tienen en mente y no el del cristianismo que es en el que creemos nosotros.

-Durante siglos, la creencia en la existencia de Dios era generalizada, ¿a partir de qué momento toma cuerpo la duda, primero, y, más tarde, la negación de su existencia?

Durante milenios la creencia en Dios era masiva en todo el mundo y solo era una exigua minoría quien sostenía lo contrario. A partir de mediados del siglo XIX, el ateísmo empieza a ser racionalizado y se postula sobre la inexistencia de Dios, desde argumentos muy pobres y básicos, en muchas ocasiones.

Hay otro factor a tener en cuenta: no creer en Dios es también una cuestión de la voluntad. Así, con tan poca cosa, la idea de la increencia se fue  extendiendo como si estuviera teóricamente fundada. Más tarde, en el siglo XX, el ateísmo se vuelve masivo a través de la indiferencia, del ateísmo práctico -el agnosticismo- y es el que define la cultura actual, donde Dios ha desaparecido de nuestra sociedad.

-Comentaba que el ateísmo es una cuestión de voluntad

Efectivamente. El ateísmo es irracional: no es producto de la razón sino que es un “no quiero”, el famoso «non serviam».

-Por lo que dice existen razones, por tanto, para creer en Dios.

Exactamente. Hay razones objetivas y válidas para creer en la existencia de Dios. Otra cosa es si ese Dios es trinitario, si se encarnó o no y si fue concebido o no virginalmente. Estas son otras cuestiones y son las que afirmamos los católicos. Es posible para la inteligencia humana descubrir la existencia de un Dios trascendente a la naturaleza y lo puede comprender y captar con absoluta nitidez. En cambio demostrar que Dios no existe es algo que no se ha conseguido.

-Pero en nuestra cultura, popularmente se dice que si no podemos ver a Dios es que no existe.

Hay multitud de conceptos que existen aunque no los veamos. Por ejemplo, los conceptos matemáticos de integral, derivada, raíz cuadrada, porque cualquier concepto es inmaterial. Si no existieran, nosotros no podríamos comunicarnos, porque el lenguaje oral es la expresión del concepto mental, el lenguaje oral es el vehículo físico del pensamiento, que es inmaterial.

Además, hay cosas materiales, físicas, que no las podemos ver, por ejemplo, el centro de la tierra o el universo en su totalidad, y nadie niega que el universo no exista porque no lo podemos percibir, aunque sí entender. Igual Dios: no lo podemos percibir, pero sí entender.

-Sin embargo, hay también sabios como Stephen Hawkins y otros que niegan que Dios exista.

Esas pruebas no están pensadas ni diseñadas para convertir a nadie, en el sentido de convencer y generar una conversión espiritual; están diseñadas para sopesar si son o no razonables y sí que lo son. A partir de aquí, el compromiso personal que eso implica es ya un paso que tiene que dar cada uno. Una cosa es saber que Dios existe y otra asumir las implicaciones que eso lleva consigo.

Por eso, la primera parte del libro alude también a la importancia que tiene para el hombre la existencia de Dios, porque no es lo mismo que Dios exista que no, puesto que cambia el sentido de la vida y de la muerte, el de nuestro origen y de nuestro destino, el fundamento de los valores…

Hay gente muy inteligente que podría entender las pruebas de la existencia de Dios -como premios Nobel, físicos muy brillantes, etc- y los argumentos que utilizan para negarlo son muy pobres: serán muy inteligentes, pero de metafísica no saben, ya que lo que escriben desvela que no entienden. 

Por ejemplo, si uno lee a Marx no encontrará ningún razonamiento o prueba sobre la inexistencia de Dios, porque ya da por hecho que Dios no existe; esto es, parte de negar su existencia, porque eso ya lo hizo supuestamente Feuerbarch.

Y uno lee a éste en sus escritos, donde alude a lo que es la esencia del cristianismo, y uno se percata que eso que él dice no es el cristianismo. Tal vez lo fuera en su ciudad natal, en su círculo de amistades o en su mente, pero asegurar que eso es el cristianismo es dar un salto ilegítimo, ya que mantiene que todos los cristianos hemos generado la existencia de Dios; una opinión respetable, pero que nada tiene que ver con explicar qué es y cómo surge el cristianismo.

 

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