Respondemos a una pregunta de una lectora sobre el acompañamiento de los sacerdotes a la peregrinación al lugar donde fue asesinado el gaucho Antonio Gil, veneración difundida en la Argentina.
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Calcomanías en automóviles, camiones, vidrieras de comercios; tatuajes e imágenes de tamaños considerables en las ventanas, “altarcitos” en su honor a lo largo de las rutas, con decenas de sabanas coloradas; estampas con el padrenuestro e incluso Novenas en su honor. Es indudable que la figura del gaucho Antonio Gil, fallecido el 8 de enero de 1878, está presente en la cultura popular argentina. Pero su devoción no es aprobada por la Iglesia.
Desertor del Ejército, Gil fue perseguido por las autoridades de su momento. Cuentan que robaba a estancieros para darle a los pobres. Antes de morir, le aseguró a su verdugo que si rezaba por él, su hijo, enfermo, se sanaría. Esta historia es quizá el puntapié de una devoción muy extendida, sobre todo en el noreste argentino.
Pequeñas capillitas se erigen en su honor a lo largo de las rutas argentinas, en aquellas locaciones donde hubo accidentes. Cada 8 de enero, como este año, más de 200 mil personas acuden al lugar de su asesinato, la Cruz de Gil.
Ciertas circunstancias poco claras de su vida, entre otras el hecho de que robaba, hacen poco viable que se curse una causa de canonización, independientemente del contenido religioso que su imagen evoca. Sin embargo, desde hace algunos años tanto sacerdotes de Corrientes como del resto del país acompañan a quienes acuden al Gaucho, como señala una lectora de Aleteia.
¿Por qué? Los sacerdotes que acompañan, con la debida autorización de sus obispos, suelen recordar que si bien no se trata de un santo, se le puede reconocer como un hombre que puede alimentar la fe en Dios.
Asimismo, el Obispo de Goya monseñor Ricardo Faifer ha emitido documentos durante las peregrinaciones anteriores a la Cruz de Gil, porque, como expresó en su mensaje de 2012, “la Cruz Gil es un lugar y un acontecimiento donde miles de bautizados van a rezar”.
Desde entonces, suele insistir en el valor del recuerdo de “nuestros queridos difuntos” suscitados a través de esta devoción. Escribía el año pasado: “Este recuerdo, enriquecido con la Palabra de Dios y centrado en la Cruz de Cristo, es una ocasión propicia para reavivar nuestra fe en Cristo, muerto y resucitado. Es bueno recordar una vez más que, cuando ponemos la Cruz en la sepultura de nuestros queridos difuntos, estamos indicando que allí están las cenizas o el cuerpo de un cristiano. Con ese solo hecho, sin palabras, estamos diciendo que tanto el difunto como nosotros, sus familiares y amigos, creemos en Jesucristo, muerto y resucitado, que venció la muerte con su Resurrección. Estamos diciendo que, quienes recibieron de Cristo la vida plena de hijos de Dios, están vivos con Cristo, y de Él recibirán también la resurrección. Y si ellos están con Dios, nos pueden ayudar porque, en la comunión de los Santos, están unidos a nosotros”.
Por ignorancia o superstición, muchos ven en el Gaucho Gil a un santo. Y pese a que la Iglesia no lo reconoce como tal, y probablemente nunca lo haga, estas personas participan del culto católico. De hecho, como recuerda el Obispo Faifer, muchos de los peregrinos a la Cruz de Gil, pasan por la casa de la patrona correntina, Nuestra Señora de Itatí.
La actitud de la Iglesia correntina de acompañar a quienes se acercan al “Gauchito Gil”, ha sido imitada por otros sacerdotes que encauzan la catequesis en la Cruz y en el recuerdo de los fieles difuntos.