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La Navidad no es un cuento

navidad niño

© Corinne SIMON / CIRIC

Manuel Bru - publicado el 27/12/14

La Navidad son sobre todo los niños que sufren, pero no solos: con Dios que se ha puesto en su lugar

“No está el mundo para cuentos de Navidad”, oí decir esta mañana. Es verdad. Lo que ocurre es que algunos creen que el relato navideño es un cuento. Sí, no esta el mundo para cuentos de hadas y magos, cuando la historia tiene desde un día concreto y una hora concreta un sello imborrable de esperanza: la Navidad no es un cuento, es realidad.

Navidad significa que Dios está con nosotros: Y como dice un hermoso villancico nórdico, parafraseando a san Pablo: Si Dios está con nosotros, ¿quién puede estar contra nosotros, a qué podemos temer?

Navidad significa que el mundo tiene arreglo, a pesar de todo: que Dios se ha hecho pequeño e inseguro con los más pequeños e inseguros para rescatarnos de la miseria y de la inseguridad.

Navidad significa que siempre hay un motivo para creer, para esperar y para amar, porque el Dios en el que creemos, en el que esperamos y al que amamos, es quien antes, e infinitamente más, cree en nosotros, espera en nosotros, y nos ama inmensamente.

Navidad significa también que Dios niño llora en la tierra:

•    en los niños de los campos de refugiados a los que este año la comunidad internacional ha dejado de llevarles víveres y agua potable;

•    en los niños esclavos en talleres y minas, basureros y prostíbulos;

•    en los niños violentados que no pueden diferenciar una caricia de una agresión, o que se tapan los oídos para no oír gritar a sus padres;

•    en los niños sin escolarizar, obligados a trabajar de sol a sol, a los que se les arrebata la posibilidad de leer y de escribir, y por tanto, de pensar.

•    en los niños acosados en sus aulas sometidos a un pánico insufrible, y nadie se da cuenta en su escuela y en su casa;

•    en los niños sin padres, que andan vagando por las grandes ciudades sobreviviendo a costa de bandas criminales;

•    en los niños soldados que lo único que les han enseñado es a matar;

•    en los niños cristianos perseguidos en los países árabes; como los de Irak, como los de la ciudad de Mosul, que hoy irán con sus padres a misa escoltados por el ejercito porque los terroristas islámicos están al acecho, como buitres, a ver cuantos “infieles” cristianos pueden matar;

•    en los niños que en esta sociedad tan liberal y por tanto individualista y egoísta, ni siquiera les dejan nacer, y nunca podrán ni siquiera llorar.

Entonces, claro que la Navidad no es un cuento de hadas, claro que la Navidad no es un hechizo que devuelve, por arte de magia, a todos estos niños su dignidad. Pero la Navidad son sobre todo ellos, llorando en la tierra, pero no solos. Con todo un Dios que se ha puesto en su lugar. La Navidad hace posible que muchos niños del mundo tengan esperanza:

Conocí a Ana en Brasil, en las Fazendas de la Esperanza. El único centro de recuperación de toxicómanos del mundo donde un 85% se cura.

Benedicto XVI estaba allí, porque en su viaje para clausurar la Asamblea de los obispos iberoamericanos en Aparecida en 2007, quiso conocer las Fazendas, sabiendo que el Padre Hanss, un franciscano misionero alemán, había ideado un modo de sacar a los drogadictos de su infierno: el de crear con ellos comunidades en las que se vive el Evangelio.

Ana, que jamás conoció a sus padres, entró de niña en el mundo de la droga como camello, para poder comer. Luego se hizo heroinómana, y más tarde, asesina por encargo para ajustar las cuentas de sus proveedores de la droga. Y llegó todo esto sin alcanzar la mayoría de edad.

Juzgada por un tribunal de justicia, alguien convenció al juez que sólo en las Fazendas podría salir de su infierno. Y así fue.

Ya rehabilitada, y mayor de edad, le propusieron irse a la otra punta del país. Pero ella había aprendido en las Fazendas algo más que como curarse. Había decidido, y así nos lo contó, volver a su ciudad natal, y una por una, ir a ver a las familias de sus víctimas, para pedirles perdón, a sabiendas de que ese paso pondría en peligro su vida.

Celebró sus primeras Navidades allí, en las Fazendas, y descubrió que en ese misterio estaba su vida, su pobre vida, y que era amada a pesar de todo, que Dios la amaba inmensamente, precisamente, porque no había dejado jamás de llorar por ella y con ella.

Con acierto dice el Papa Francisco que marginado significa salvado. Y quien no lo entienda, que dedique unos minutos a contemplar el misterio de la Navidad, donde una historia real llena de esperanza toda la realidad de la historia.

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