Aunque gran parte de la prensa tenga prejuicios contra lo religioso, con más motivo hay que salir a su encuentro
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Los españoles tenemos todavía muchas dificultades para comprender que una democracia exige un estado permanente de transparencia. Nuestras instituciones, también la Iglesia española, temen someterse al criterio de la arena pública y se esconden en un régimen de opacidad más o menos acusado.
Nuestro Presidente del gobierno ha llevado esta actitud hasta el extremo haciendo ruedas de prensa en las que no se admitían preguntas, otras en las que las preguntas se tenían que someter a un proceso de censura previo, o incluso ha sustituido su presencia en la sala por un televisor con una imagen dictando una declaración institucional, lo que es ridículo, además de un insulto a los periodistas y al público en general.
Nuestros políticos son como niños que se esconden debajo de las sábanas para que el coco de la prensa no les saque los colores: son demasiado conscientes de su mediocridad. El colmo llega cuando en las campañas electorales, ese momento en el que los ciudadanos pueden conocer de manera más inmediata las propuestas de quienes aspiran al poder, se "facilitan" imágenes e intervenciones previamente editadas a los medios de comunicación, en lugar de abrir las puertas para que se pueda grabar y comentar hasta el último detalle del pensamiento y calidad humana de los candidatos.
Es preciso que nos demos cuenta de la importancia de abrir las ventanas de todos los edificios públicos al aire de la vida común, de la democracia, de la libertad.
Esto atañe también a la Iglesia. El pueblo de Dios vive en el mundo: seglares, religiosos, sacerdotes, obispos y arzobispos, no frecuentan otra realidad que la que el Señor nos regala a día de hoy para que la disfrutemos y para que construyamos, con ella y en ella, un mundo más justo y fraterno.
Todos nos hacemos una idea de lo que sucede atendiendo, entre otras cosas, a los medios de comunicación, y cuando los pastores les dan la espalda abandonan una de las principales vías de encuentro con los fieles que, por otra parte, ya no quieren medios eclesiales complacientes y sesgados, sino opiniones francas, decisiones claras y mensajes decididos.
Y si es cierto que la prensa, la radio y la televisión en muchas ocasiones sostienen una visión ideológica que tiene como uno de sus postulados nucleares el ataque a la Iglesia, con más razón hemos de dirigirnos a ellos. San Antonio no se fue al desierto porque quisiera separarse del mundo, sino para conquistar ese espacio, olvidado de los hombres, para Dios.
En este sentido la actitud del Arzobispo de Granada Javier Martínez ante el escándalo que ha sacudido la Iglesia de Granada ha sido todo un ejemplo. En un entorno marcadamente hostil en el que algunos periodistas no dudaron en utilizar una situación dolorosísima para atacarle a él, incluso dejando de lado todo equilibrio y justicia, atendió a los medios con franqueza, con explicaciones detalladas y abierto a cualquier pregunta que se le hiciese.
Nuestra Iglesia debe apostar por la transparencia, por expresarse con libertad, reconociendo los errores que se puedan cometer o se hayan cometido y abriéndose a todas las gentes. Sólo así los medios de comunicación serán un espacio de evangelización y no sólo un Coliseo para la batalla ideológica en el que las personas se convierten en meros instrumentos que se usan y después se tiran.
"La verdad es la verdad y no debemos esconderla", decía el Papa Francisco hace unos días. No sólo no debemos esconderla: ¡tenemos que hacerla brillar y llevarla a todos los hombres utilizando los recursos que cada tiempo pone a nuestra disposición!
El cristiano no se oculta para seguir una existencia separada, y cuando lo hace cae irremisiblemente en el clericalismo, en lo que el Papa ha denominado "conciencia aislada", que endurece el corazón y sólo se preocupa de la imagen exterior, cayendo en los mismos absurdos e hipocresías que quiere denunciar. Por eso deseamos que nuestra Iglesia, aunque los medios insistan en degradar su imagen, en mostrarla deformada, o precisamente por eso, dé un paso decidido por la comunicación franca, por la atención a la prensa y por la ausencia de opacidad.
Nuestro Papa es todo un ejemplo, y en esta frescura y autenticidad es preciso que le sigamos. Todavía nos cabe aludir a un ejemplo más decisivo: Cristo recorriendo los caminos, hablando con todos, buscando a cada uno casa por casa. ¿Nos esconderemos nosotros debajo de la mesa? ¿Dejaremos que la ciudad que está en lo alto del monte permanezca oculta tras una bruma de miedo e indecisión?