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​¿Cómo ser “pegamento”, alma en un mundo sin alma?

Pájaro en mano

© Alberto Martín / Flickr / CC

Pájaro sobre la palma de una mano.

Carlos Padilla Esteban - publicado el 01/12/14

Hacen falta personas que unan sin querer ser protagonistas, que integren en silencio, que acepten con cariño, sin condenar al otro

Hacen falta personas que unan en este mundo en el que vivimos. Personas que integren, que den paz con una sonrisa. Personas sencillas y pobres. Vacías de vanidad, llenas de misericordia.

El Padre Kentenich hablaba de formar personas capaces de unir, de crear lazos fuertes entre personas diferentes, entre comunidades y carismas:

“No sólo gobernar y acaudillar, sino servir con respeto, entregarse con amor, ser alma en todas partes, también allí donde hemos esparcido la semilla de grandes ideas. Ése es el ideal del educador y jefe, sea hombre o mujer”[2].

Es necesario formar y formarnos como jefes, como servidores de la vida. Desde el amor es posible. Desde la aceptación de la verdad de los otros.

No hace falta renunciar a mis creencias para unirme a otros. No estoy negando mis principios cuando acojo al que no vive como yo vivo. No hace falta dejar de lado mis puntos de vista para ser aceptado en un grupo.

Decía el Papa Francisco: “El Espíritu nos hace crecer interiormente, nos hace crecer positivamente, nos hace crecer en la comunidad. Y nos ayuda a no caer en posesión del egoísmo y del propio modo de ver las cosas”.

Aprender a vivir con personas que piensan de forma diferente es un ideal, un sueño. Aceptar al que no está de acuerdo conmigo es un milagro que tenemos que pedir cada día. De otra forma nos parece imposible. Cristo y María lo pueden hacer posible en nosotros.

Es la vocación de “pegamento” que algunas personas tienen. El pegamento une y no ocupa mucho lugar. El pegamento no se ve, no destaca, no es el protagonista, muchas veces es invisible. Pero sin él no funciona la unión.

Hacen falta personas así, descentradas, como nos decía el Papa Francisco. Que unan sin querer ser protagonistas. Que integren en silencio, sin alzar la voz, sin llamar la atención. Que acepten con cariño, sin condenar al otro con su juicio, con su pensamiento.

Hacen falta personas capaces de servir con respeto, de ser alma en todas partes. ¡Qué bonita esa expresión! Alma en todas partes. Alma en medio de un mundo sin alma, en medio de una sociedad rota, vacía.

Siempre pienso en esa famosa frase: “Divide y vencerás”. Siempre me pareció una frase dura y cruel. Dividir para vencer. Tal vez lo hacemos a veces. Se trata del camino más cómodo. Crear división. Quitar fuerzas.

Es más fácil dividir con esos “dimes y diretes” que tantas veces rompen relaciones. Pero es más complicado unir. Respetar, acoger, comprender, enaltecer, apoyar. La unión da la fuerza.

¡Qué difícil pedir perdón y volver a empezar! ¡Qué difícil ponernos en el lugar del otro, acoger sus sentimientos, sus emociones, sus puntos de vista! ¡Qué difícil compartir la vida con los que no están de acuerdo con nosotros en ciertos puntos!

¡Qué complicado ser humildes, ceder, estar dispuestos a ser invisibles, a no llamar la atención! ¡Qué difícil callar y no decir todo lo que pensamos! Quisiéramos ser alma en todas partes. Sembrar unidad. Servir la vida sin imponer.

Pero solos no podemos construir la paz, ni la unidad. Sólo con nuestras fuerzas no es tan sencillo crear lazos profundos. Necesitamos a Jesús que va con nosotros para aprender a vivir correctamente, para cavar hondo.

Los vínculos se hacen profundos en Dios. Se trata por eso, en primer lugar, de cuidar mi intimidad con el Señor, mi abandono en Él. Se trata de abandonarme en sus manos y dejar que Él construya con las mías.

Como dice el Padre José Kentenich, “cuanto menos seguridad se tenga a nivel intelectual, tanto mayor debe ser la fervorosa unión a Dios de nuestro amor y voluntad[3].

La medida del amor, como siempre, no es simétrica. Nosotros damos poco, amamos poco a Dios y recibimos a cambio un don eterno.

Nos vinculamos a Él abriendo el corazón y Él se abaja para hacer morada en nosotros, en nuestra cueva, donde quiere poner su Belén. Miramos a María, para que Ella haga posible esa íntima unión con Jesús. 

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