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Meditación ante un apagavelas

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 26/11/14
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Es una misión difícil apagar las llamas sin aplastar la vida

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El otro día vi un apagavelas tendido, quieto, como un objeto inútil. ¿Para qué sirve un apagavelas? ¿Qué aporta en esta vida? Pensaba en la utilidad inútil de un apagavelas.
 
A veces hay personas que apagan velas, llamas de entusiasmo, fuegos apasionados. Sé de algunos que no soportan la excesiva alegría de los otros, el entusiasmo profundo, la alegría honda.
 
Son como un apagavelas. Pasan por la vida soplando amarguras, críticas, sorna, apagando fuegos. Siempre tienen un pero ante las alabanzas y ante las alegrías un motivo para estar tristes. Ven la botella medio vacía y la fiesta casi perfecta.
 
Siempre algo pudo salir mejor. Tienen el corazón algo amargo, porque han bebido algún líquido nocivo y se han envenenado con la vida. Son aquellos a los que les gustaría ser el novio en la boda, el muerto en el funeral, el niño en el bautizo.
 
Y cuando no son el centro no logran soportar la alegría ajena, el entusiasmo de los otros, el protagonismo de los demás. Tal vez se olvidan de que el único centro es Jesús.
 
Son esos corazones entristecidos por la vida. Apagan velas con fuerza, a veces con un viento casi violento. Acaban con la luz de la vida y el calor del fuego. Lo que han encendido con una mano, lo apagan con la otra.
 
Me entristecen esas personas que no saben mirar la vida y llenarla de luz. Que no saben alegrarse con la vida de los otros, con sus triunfos y éxitos.
 
Me da pena aquellos que apagan los fuegos con su amargura, con sus legalismos, con sus ganas de controlarlo todo. Quieren encauzar la vida. Que salga de ellos o que no salga.
 
Pretenden ponerle un nombre a todo. Se incomodan ante la vida que crece algo salvaje. Temen las pasiones y los fuegos descontrolados.
 
Me recuerdan a los fariseos a los que tanto asustaba ese amor misericordioso y gratuito de Jesús. Ese amor informal y audaz. Esa forma de vivir libremente, salvando, sanando, abriendo horizontes, no cerrando puertas.
 
Pero es cierto, por otro lado, que el apagavelas cumple otra función muchas veces necesaria. Es también necesario alguien que apague llamas. Entonces tiene una misión positiva.
 
Se cubre de cera líquida en el intento por apagar las luces. Sale trasquilado, herido, cuando sólo intenta calmar los ánimos, como vulgarmente se dice, templar gaitas. Y todo por apagar los fuegos de las envidias, de los odios, de los desprecios, de las críticas mordaces, de los comentarios desafortunados.
 
Tenemos que ser especialistas en templar gaitas, en escuchar conflictos, en apagar tensiones, en calmar vientos y tempestades. Pensaba entonces en la vida de Jesús. Pastor, hermano, padre.
 
El pasó calmando almas, apagando fuegos destructivos, sanando heridas abiertas en lo profundo del alma. Jesús fue un verdadero apagavelas.
 
En la vida nos toca muchas veces apagar velas, fuegos, incendios. ¡Cuántos rencores y envidias podemos calmar con nuestras palabras, con nuestra escucha, con nuestra paciencia!
 
¡Cuánta paz podemos sembrar con nuestra mirada, con un abrazo, con una sonrisa, con una palabra de esperanza! Así se calma el corazón inquieto de tantos hijos.
 
No hay que apagar, sin embargo, el pabilo vacilante. No hay que inquietarse al ver que la vela arde consumiéndose. En esos casos hay que saber esperar.
 
¡Qué paciencia hace falta para cuidar la vida! Con el temor de que arda más de lo esperado. Aguantando el miedo a que se consuma toda la cera. Hay que permanecer ahí, cuidando la vida, sin tomar decisiones precipitadas. Sin recurrir al apagavelas inmediatamente.
 
¡Qué bonita la misión de cuidar la vida! La misión de no expulsar al que no concuerda en todo con nosotros

, al que se acerca con paso vacilante hasta Cristo. Con temor y temblor. Con el miedo al rechazo en sus ojos.
 
Queremos calmar los miedos que paralizan el corazón. Sanar las heridas con manos sabias.
 
Pensaba en la misión de padre, de pastor herido, de hermano fiel, de cuidador de vidas que todos tenemos en esta vida. Es bonito apagar y cuidar. Salvar y levantar.
 
El apagavelas parece inútil, pero ahí está, descansando, esperando su momento, digno.
 
La misión de esperar a veces cuesta. Observar y esperar. Ver y callar. Observar y no actuar inmediatamente. La paciencia en el alma. No hay que apagar todas las velas. Hay que apagar los fuegos que destruyen. Todo tiene su riesgo.
 
Hay que saber elegir, distinguir el momento, acertar con la mecha que más preocupa. No cualquiera sabe apagar velas en el momento oportuno, con santa audacia.
 
Hacen falta sensibilidad y delicadeza, para no estropearlo todo cuando se apaga la llama, para no herir en el intento por apaciguar los ánimos. Para no herir sensibilidades, para no matar la vida queriendo apagar sólo algo del fuego.
 
Me conmueve mi apagavelas herido, quieto, cansado por los años. Fiel a su misión. Como una roca.

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