La Comunidad del Cenáculo: De las tinieblas a la luz sin fármacos ni psicólogos
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En la Comunidad del Cenáculo de Cornudella de Montsant (Tarragona, España), una veintena de jóvenes recorren en fraternidad un hermoso camino que les conduce de «las tinieblas a la luz», permitiéndoles salir de la droga con el arma de la amistad, el trabajo y la fe.
Una vez al mes, monseñor —como llaman los chicos al arzobispo de Tarragona, monseñor Jaume Pujol— se desplaza hasta El Montsant para pasar unas horas con ellos.
Salen a caminar juntos, comparten la comida y las oraciones, él les escucha, les aconseja… Ejerce de padre y pastor.
“Esta comunidad es un gran bien no sólo para los chicos, sino también para toda la archidiócesis —confiesa monseñor Pujol—. Es un don de Dios que pueda haber una comunidad en la que ves que gente que entra muy tocada, con adicciones fuertes y la vida casi hundida, en las tinieblas como dicen ellos, puedan resucitar a una vida nueva…”.
Y añade convencido: “¡Para mí es una alegría muy grande tenerles en Tarragona! ¡La conversión de estos chicos es algo increíble! Su experiencia nos dice que hasta la vida más hundida se puede arreglar y que puede convertirse en foco de espiritualidad para otros… La solución siempre es Jesucristo y esto es algo que ellos tienen muy claro”.
La Comunidad del Cenáculo aterrizó en Cornudella de Montsant en junio de 2013. Hacía años que monseñor Jaume Pujol casi “suplicaba” su presencia, consciente de la numerosas demandas que tiene en todo el mundo.
“He rezado muchísimo para que funden aquí y hoy me siento un arzobispo afortunado por contar con su presencia”, dice.
“Realmente es un milagro —asegura el Padre Eugenio, uno de los sacerdotes responsables del Cenáculo—. En poco más de un año los chicos han hecho un trabajo muy bueno”.
“No sólo el trabajo de restauración de la casa y del entorno, que es un trabajo material y exterior, sino sobre todo el trabajo interior… –explica-. La restauración exterior va siempre acompañada de una restauración interior”.
“No hay que olvidar que somos drogadictos —añade este cura italiano con acento argentino—. ¡Éste es el gran milagro! Somos una comunidad de pecadores públicos… ¡Es verdad! Tenemos muchas limitaciones y fragilidades, pero estamos en manos de Dios. El Dios con el que nos encontramos en la capilla podemos verlo también aquí afuera”.
De la tiniebla a la luz
El Mas d’en Lluc presenta hoy una imagen magnífica, embriagadora. Todo es belleza. Hasta las montañas que rodean el valle donde está situada la casa parece que la abracen. Es el cielo en la tierra.
El año que esta veintena de jóvenes han pasado en el Montsant ha sido a base de la providencia. Todo les ha sido dado por el Señor y por las personas que ha ido poniendo en su camino.
Los chicos tienen aquí muy claro que no sólo vienen a curarse sino que vienen a salvarse. “Mi problema no era tanto la droga o la violencia en mi vida como la falta de Dios, confiesa Alexis, uno de los veteranos de la casa Mare de Déu de Misericòrdia.
Alexis debe rondar la treintena, pero su rostro y su cuerpo, todo él tatuado, dejan entrever muchos kilómetros recorridos. En su juventud, no tan lejana, estuvo enganchado a la droga y cayó en el mundo de la delincuencia.
Su cuerpo continúa mostrando las marcas de un pasado oscuro, esvástica nazi incluida, pero su rostro iluminado y su mirada limpia apuntan hacia una transformación difícil de explicar con la sola lógica humana.
Hablar con Alexis es como tocar el cielo con los dedos. Es como un encuentro con el Resucitado. Es realmente alguien que ha pasado de las tinieblas a la luz.
En el Mas d’en Lluc ha trabajado muy duro este año, pero asegura que ha sido una de las épocas más felices de su vida.
Especialistas del Amor
En la Comunidad del Cenáculo, el testimonio y el acompañamiento de los veteranos es muy importante para los recién llegados. No se utilizan fármacos; tampoco hay psicólogos ni terapeutas.
Los drogadictos son acompañados por personas que han pasado por lo mismo y que tras curarse deciden entregar un tiempo de su vida para ayudar a sus hermanos.
“En comunidad nos convertimos en especialistas del Amor. Lo queremos, nos esforzamos… y a veces sale mal. Esto no es el Paraíso. Pero el deseo de nuestro corazón es ser especialistas del amor”, explica.
“Nuestra fuerza quiere ser el Amor que nace de la Cruz de Cristo y da vida a los muertos —continúa explicando—. Somos nosotros los primeros en sorprendernos de lo que Dios obra en nuestras vidas. ¡Somos espectadores cotidianos de su Resurrección!”.
Esa resurrección cotidiana, reflejada en los rostros alegres y pacificados de estos chicos, es el resultado de una propuesta de vida simple, familiar, disciplinada, basada en el redescubrimiento de la oración y del trabajo (ora et labora), de la amistad verdadera, del sacrificio y de la fe en Jesús.
La espiritualidad del Cenáculo es profundamente eucarística y mariana. Se alternan en la jornada momentos de oración, de trabajo, compartiendo la vida delante de la Palabra de Dios y de los hermanos, también con juegos y fiestas.
La Comunidad del Cenáculo ya ha sido reconocida por el Vaticano como asociación internacional de fieles, y de ella ha nacido también otra asociación de vida religiosa femenina, denominada Hermanas Misioneras de la Resurrección.
La Comunidad cuenta con más de 60 fraternidades extendidas por todo el mundo, dos de ellas en Cataluña, y algunas orientadas ya hacia la misión.
Especialmente querida es la fundación de Liberia, en África, donde se acoge a niños huérfanos y abandonados.
Ante el drama del Ébola, todos los miembros de la Comunidad dedican estos meses sus oraciones, sacrificios y ayunos en favor del pueblo africano y de los misioneros que allí entregan sus vidas.
Fragmento de un artículo publicado por Catalunya Cristiana