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Corazón de hoja y de piedra

© alfonsobenayas / Flickr / CC

Carlos Padilla Esteban - publicado el 17/11/14

Los grandes fracasos en la vida se dan por falta de inteligencia emocional: no nos conocemos y no sabemos darnos

La necesidad de ver dónde y cómo somos más útiles, está muy presente en el alma. Es un grito que surge de lo más profundo.

Como decía el Padre José Kentenich: “Cada individuo quiere ser valorado personalmente, según sus propias características[1]. Cada uno tiene un camino, un don, una tarea.

Queremos ser amados en nuestros talentos. Tenemos una misión escondida en aquello que hemos recibido como regalo. Los dones son tareas. Cada don lleva consigo una misión muy concreta y bonita.

¿Cuál es mi misión, mi don personal? ¿Qué talentos son los míos? ¿Los exploto, los entrego?

Detrás de nuestra forma de ser, de nuestra historia, de los talentos recibidos y de las heridas sufridas, hay un camino, un ideal a realizar, una meta. ¿Qué quiere sacar Jesús de nosotros?

Los talentos nos llevan a arriesgar, a jugárnosla, a salir. No sólo se trata de conservar con cuidado lo que hemos recibido. Tenemos que entregarlo y esperar que sea fecundo. Hay que arriesgar y no vivir a la defensiva, guardando, protegiendo. Queremos dejarnos enriquecer, no escatimamos esfuerzos.

El Papa Francisco nos invita a salir: “El carisma es una gracia, un don que viene dado a alguien no para que sea mejor que los demás o porque se lo merezca: es un regalo que Dios le hace, para que con la misma gratuidad y el mismo amor, lo pueda poner al servicio de toda la comunidad, por el bien de todos”.

Nos pide que no guardemos nuestro carisma. La actitud para desarrollar los talentos es la confianza en Dios. Permite desplegar esos talentos.

Descubrir nuestra misión, nuestro ideal personal es una tarea para toda la vida. Nuestro ideal es la llama que arde en el alma, es ese fuego encendido que nos muestra el sentido de nuestra vida. Nos ilumina, nos señala el camino, nos anima a luchar.

En esta búsqueda de mí mismo, de la verdad sobre mi vida, es necesario buscar y no cansarnos de hacerlo.

El Padre Kentenich en el acta de prefundación de 1912, se preguntaba y les preguntaba a los jóvenes con los que empezaba a trabajar:

“¿Hacia dónde entonces? ¿Hacia atrás? ¿Tenemos entonces que retroceder a la Edad Media, sacar las líneas férreas, cortar los cables telegráficos, devolver la electricidad a las nubes, el carbón a la tierra, cerrar las universidades?

No, ¡nunca! ¡No queremos, no debemos ni podemos hacer eso! Por lo tanto, ¡adelante! Sí, avancemos en el conocimiento y en la conquista de nuestro mundo interior por medio de una metódica autoeducación. Cuanto más progreso exterior, tanto mayor profundización interior».

Él veía la desproporción que había entre el conocimiento de las ciencias, del mundo, y el poco conocimiento que el hombre tiene de su propia vida.

Esta desproporción es ahora mucho mayor. El hombre de hoy ha progresado enormemente en el conocimiento de la vida, del mundo, de las ciencias, de la tecnología. Gobierna, decide y hace. Es amo y señor del universo.

Sin embargo, su mundo interior permanece desconocido y virgen. Su microcosmos del alma es un enigma.

Siente y padece, sufre y se pregunta. Pero no halla respuestas. No tiene lupa para acercarse a su interior. Le da vértigo el abismo que se abre ante sus ojos cuando se detiene a meditar.

Los grandes fracasos en la vida se dan por falta de inteligencia emocional. Hacemos muchos máster para estar mejor formados. Pero no tenemos máster en conocimiento de uno mismo.

No entendemos nuestras emociones. No sabemos manejar nuestros afectos y pasiones. Fracasamos muchas veces a la hora de enfrentar situaciones de tensión, conflictos difíciles.

Fracasamos en el amor para siempre. Nuestro amor se debilita y no sabemos cómo fortalecerlo. No nos conocemos y no sabemos darnos. El corazón no entiende ese «para siempre». Se estanca en el aquí y en el ahora.

Nos cuesta entender que parte de la vida es la renuncia, el sacrificio, el sufrimiento. Nos quedamos en lo inmediato, en lo efímero, en el placer, en la diversión.

Anclamos la vida en el viento que pasa, en las aguas del río. Caemos en el abismo de lo perecedero queriendo retener el aire entre las manos.

La solución no es ahora volver hacia atrás. Desandar el camino recorrido por el hombre. Así lo veía el Padre Kentenich hace más de cien años. Así lo vemos nosotros hoy.

No rechazamos tantos avances que hacen más fácil y fructífera la vida del hombre. Miramos hacia delante, pero miramos en lo más profundo, en lo más hondo. Sí, miramos nuestro corazón

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