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Eres rico y famoso, ¿ya no necesitas a Dios?

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Ignacio Centenera Crespo - publicado el 15/11/14

Vivir a lo grande no exime de seguir a Dios

Hoy día, en un mundo donde nada parece importar, parece que ser cristiano es, cuanto menos, una “lacra”. Nada más lejos de la verdad. Ser cristiano implica vivir a lo grande.

Cuanto más cerca se está de Dios, mayor esfuerzo se requiere para valorar cada momento de la vida. Nos hemos acostumbrado a no terminar las cosas, a no saborear el día a día o el silencio, cuando resulta que hasta en lo más pequeño se encuentra Dios.

El cristiano, entendido como tal aquella persona bautizada, debe darse cuenta que Dios exige de cada uno de nosotros algo GRANDE. Dios no entiende de dineros o carreras universitarias cuando de lo que se trata es de dar el ciento por uno, sea desde donde sea. Dios te pide que seas pieza fundamental en la sociedad.

Cada uno como cristiano no debe dejarse avasallar por una realidad en la que impera un nihilismo abrumador, el “todo vale”, donde la utilidad se mide por dinero, no por esfuerzo. Dios, en cambio, va más allá de racionalismos u opiniones. Todos los días nos pregunta: “y hoy, ¿Tú que has hecho por mí?”. No debemos olvidarnos que lo más importante que tenemos, por encima de familia, trabajo o amigos, es la Santísima Trinidad. Ese gran Misterio de un Dios Uno y Trino que nos alienta a trabajar, a esforzarnos, a luchar y a amar, es el ensamblaje de toda nuestra vida. Sin él, nada soy.

Por ello, tú como cristiano, esfuérzate por querer más a Dios. Quiérele cada día que pasa. Si te caes te levantas. ¿No haces igual en tu día a día? ¿Por qué no con Él, que es la base de toda tu existencia? Ama, reza, trabaja, ayuda, pero que todo sea para Gloria suya.

Ser un hombre de mundo no implica ser mundano. Significa ser persona de tu tiempo sin tener que apartar a Dios de tu camino. Si notas que exige, no te desanimes, pues Él sabe que puedes superar los obstáculos.

Dentro de ese vivir a lo grande implica tener una gran formación. De igual manera que el banquero, el abogado, el médico o un panadero se forman en su profesión para estar al día, el cristiano debe perseguir esa ansia de saber de Dios, de conocer a la Virgen y a la Iglesia, a fin de poder servirla. No hay que desanimarse, Dios tiene algo muy grande preparado para ti, pero hay que buscarlo.

Y, cómo no, sabemos que siempre tendremos al lado nuestro más preciado apoyo. Esa abogada, intercesora ante Dios. La Virgen es una verdadera Madre, que mira con dulzura a cada hijo suyo.

Vuelvo a la idea inicial. Vivir a lo grande no exime de ser un fiel Hijo de Dios. Disfrutar de la vida no implica salir de casa y colgar la fachada de cristiano en el armario. “Porque no eres ni frio ni caliente, te vomitaré de mi boca”. Es algo que cuesta, si bien la recompensa es aún mayor.

El Papa Francisco, así como sus predecesores, nos anima a seguir adelante en esta idea. “Cuando en una sociedad falta Dios, incluso la prosperidad va acompañada de una terrible pobreza espiritual”. No debemos olvidar nuestra condición de hijos de Dios y la responsabilidad que pesa sobre nosotros. “De qué tú y yo nos portemos cómo Dios quiere dependen muchas cosas” decía S. Josemaría. El ejemplo que demos a nuestro alrededor es la semilla que da fruto.

Cuando Søren Kierkegaard dijo que "en el cielo no haremos otra cosa que agradecer", le faltó añadir que ya estando en la tierra debemos empezar con un "gracias". Todos los excesos son malos, salvo el de gratitud. Ya sea por la vida, la familia, el trabajo o los amigos. Hasta por los "palos" del día a día. Y, sin embargo, seguimos sin ver a Dios y la fuerza del Espíritu Santo o de nuestro Ángel Custodio (ese gran desconocido)

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