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Hace unos días pensé en ti. No te conozco, pero imagino lo que sientes. El desaliento suele ser nuestra mayor tentación. Quisiéramos dejarlo todo y dedicarnos a nosotros. Después de tanta entrega nos preguntamos para qué, si total, pocos lo agradecen.
Al momento de escribirte me encuentro en un concierto música clásica. Son las nueve de la noche. Uso el programa del concierto porque no he traído papel.
Es muy extraño que te escriba, pero me ha nacido del alma y no puedo evitarlo.
Estaba oyendo el concierto cuando de pronto recordé las veces que me he visto tentado a dejar de escribir. Curiosamente, Dios siempre me ha salido al encuentro y he continuado, a pesar de mi debilidad. Él siempre ha sabido reconfortarme.
Es como si me dijera: “¡Vamos! ¡Tú puedes!”
Y ya ves, hasta en un programa escribo.
Entonces me dije:
“En este momento, ¿alguien estará dudando?”.
He rezado por ti. Para que perseveres. No te rindas. Dios quiere que confíes y te abandones en sus manos.
Seguí rezando y me vinieron estos pensamientos, como si el mismo Jesús te hablara:
“¿Por qué me abandonas? ¿No sabes que te amo y te necesito? Necesito tus manos para consolar al afligido, tus pies para llevar mi Palabra, tu voz para hablar de la esperanza, tu corazón para mostrar al mundo la pureza; tu fe, para incendiar al mundo y tu amor, para ser consolado.
Si me dejas, ¿a quién enviaré?
¿No crees que vale la pena el sacrificio? La vida es tan corta. Dedícamela a mí. Yo sabré recompensarte”.