Llamamiento del presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social para
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La apropiación de bebés nacidos durante el cautiverio de sus madres en tiempos de dictadura es un "sendero de montaña" que transita el texto del presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social de la Conferencia Episcopal Argentina, monseñor Jorge Eduardo Lozano, "Hijos sustraídos de madres desaparecidas".
Heridas que sangran. Voces que callan. Otras que hablan. Dolores que no cesan. Desde 1976 y hasta 1983 en la Argentina se violaron de múltiples maneras los derechos humanos. Una fue la sustracción de bebés nacidos durante el cautiverio de sus madres que aún continúan desaparecidas.
Las violaciones a los derechos humanos dejan huellas muy profundas. Los pueblos de Latinoamérica conocemos estas realidades. De esto trata la columna de opinión que fue publicada en una versión recortada en el diario Clarín de la Argentina, el pasado sábado 18 de octubre de 2014.
Aquí en NOTICELAM compartimos el texto completo:
Hijos sustraídos de madres desaparecidas
“Tienes que encender una luz aunque sea pequeña
Si ella se apaga este mundo será una tiniebla (…)
No permitas que la noche invada tu vida
Hay mucha belleza en vos para que esté escondida
No le niegues a los otros tus ojos, tu amor, tu voz, tu alegría
No te quites libertad ni borres tu sonrisa.”
Durante estos años que llevo como obispo varias veces he recibido el dolor de familiares (abuelos, tíos, hermanos…) que siguen buscando con angustia a miembros de su familia. Sabemos del horror de la violencia, del secuestro y la tortura que ensombreció a nuestro País en la década del 70. Algunas mujeres fueron detenidas en la calle y arrebatadas de sus hogares estando embarazadas. Unos cuantos testimonios dan cuenta de niños que nacieron durante ese cautiverio y luego fueron dados en adopción de modo fraudulento.
Sé que no es la única herida que aún sangra de aquellos años. Al contemplar esta no desconozco otras también extensas y profundas.
La identidad es un derecho de un sujeto personal y de otro colectivo. Cada uno tiene ese derecho respecto de sí mismo. Pero también la familia que busca lo tiene, sintiendo que cada foto en la casa expresa una ausencia, un vacío que no logra completarse. Y la sociedad. Se nos mantiene escondida una verdad que nos merecemos como comunidad nacional.
No fueron niños abandonados al nacer o sin parientes. Fueron sustraídos ─podemos decir arrancados─ a su mamá y al resto de la familia. Dos vidas robadas, dos aberraciones.
Los bebés nacieron unos en la cárcel, otros en lugares clandestinos de detención, y algunos también en centros de salud que guardan silencio y complicidad. A las pocas horas, o días, fueron quitados a sus mamás y entregados a alguna familia, en ocasiones con engaño acerca del origen; otras, a sabiendas. La mamá luego era ejecutada. Ya lo sabemos.
Ese desprecio por la vida joven no se animó a llegar también a la muerte de la vida pequeña y se aprovecharon de la impunidad que da el poder para cumplir con el deseo de adopción que tenían ciertas personas amigas ideológicamente hablando.
No podemos y no queremos ser indiferentes ante una realidad que nos duele a todos. Hay cerca de 400 familias que buscan a sus nietos apropiados durante la época del terrorismo de estado. A veces pienso en María y José que vivieron angustiados los días que no encontraban a Jesús perdido en el Templo (Lc 2, 41- 51), y en esta situación que lleva casi 40 años.
Ha habido una red de silencio y complicidad que ha mantenido amordazada la verdad acerca de los bebés, ahora jóvenes adultos.
Quien tiene datos e información que pueda ayudar a restituir su identidad, posee también una obligación moral. La moral no es solamente no mentir; esconder la verdad o callarla también es inmoral. No alcanza con no hacer daño a alguien. No realizar el bien posible también es lastimar. Si sos creyente en Dios, los mandamientos de no robar, no mentir, no matar, también se aplican en estas circunstancias.
Sé que muchos tienen el dilema ético acerca de qué pasará con los papás apropiadores y la familia más amplia. Ese cariño no cubre el delito del asesinato de la mamá y el robo de su bebé. Algunos de los jóvenes lo intuyen o ya lo saben pero temen que los que los criaron sean juzgados o vayan a la cárcel. Y esperan, esperan a ser huérfanos de nuevo para reencontrarse con su identidad, para saber quiénes son. Mientras tanto las abuelas no viven lo suficiente como para verlos y su familia biológica sigue angustiada.
Parte de esa red de silencio está formada por vecinos, parientes adoptivos, pediatras, sacerdotes, religiosas. No faltan entre ellos quienes erróneamente creen que es mejor que no conozcan su verdadera identidad: “Si los criaron bien, si son felices, ¿para qué volver a victimizarlos?”.
En una declaración de la Conferencia Episcopal decíamos: “Exhortamos a quienes tengan datos sobre el paradero de niños robados, o conozcan lugares de sepultura clandestina, que se reconozcan moralmente obligados a acudir a las autoridades pertinentes”. (CEA, noviembre 2012) E
sa obligación moral nos tiene que cuestionar y mover a conversión del pecado de asesinato, secuestro y robo de niños. Decíamos también, citando a Juan Pablo II, que “es necesario: el empeño en la búsqueda de la verdad, el reconocimiento de cuanto sea deplorable, el arrepentimiento de quienes sean culpables, y la reparación en justicia de los daños causados (cf. Juan Pablo II, Jornada por la Paz, 1997).”
A su vez, desde CONFAR (Conferencia Argentina de Religiosas y Religiosos) han realizado una carta de compromiso a mediados de julio de este año, acerca de la búsqueda de datos que puedan ayudar a establecer la identidad de niños que fueron robados.
Por eso, te pido que si tenés datos, los aportes. Si dudás de tu identidad podés dar algunos pasos. Tal vez comenzar por leer historias de otros que recorrieron ese camino, y si podés comunicate con alguno de estos jóvenes, varones o mujeres, que compartieron situaciones semejantes a la tuya.
Jesús nos enseña que la verdad nos hace libres (Jn. 8, 32) pero también nos desinstala, nos pone en marcha y, por momentos, nos incomoda. Pero es liberación tanto para quien abre la ventana para dejar entrar la luz, como para el que logra ver lo que permanecía oculto.
En octubre se conmemora el “día de la madre”, y en muchos lugares también el “día de la familia”. Una buena ocasión para dar pasos hacia la paz.
Por Jorge Eduardo Lozano, obispo de Gualeguaychú (Entre Ríos) y presidente de la Comisión Episcopal de Pastoral Social de la Conferencia Episcopal Argentina
Por Virginia Bonard
Artículo originalmente publicado por CELAM