¿Amamos a aquellos a quienes ayudamos? ¿Los sentimos como hermanos nuestros?
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Hace muchos años, quizás más de 50, vi una obra de teatro con el título El comprador de horas, escrita por el francés Jacques Deval y adaptada por Pemán, en la que un cura destinado a un barrio lleno de lupanares consiguió que las prostitutas acudieran una vez por semana a la iglesia.
Una de ellas se negó en redondo a escucharle, pero el cura se presentó en la mancebía en la que ésta ejercía, cobrando a sus clientes un precio por hora, y fue comprando horas, incluso pidiendo prestado, para continuar hablándole de Dios y de la Virgen a aquella prostituta.
He recordado aquella obra teatral al leer que un enfermero geriátrico, llamado Salvador Íñiguez, dedica una noche a la semana a evangelizar a prostitutas, travestis y chulos en la ciudad mexicana de Guadalajara, anunciándoles que Dios los ama y que Jesús dio su vida por ellos. Les pregunta: ¿cuánto cobras hermanita? ¿Tan poquito? ¿Nadie te ha dicho que vales toda la sangre de Cristo?
Dice este hombre que siente que es su deber anunciar la Buena Nueva a quienes no conocen el amor de Dios en sus vidas, a quienes no lo conocen porque pocos o casi nadie se atreven a compartirlo con ellos.
Me ha hecho pensar que los cristianos nos sentimos muy ufanos de nuestras obras asistenciales, del número de personas a las que les facilitamos comida o ropa gracias a nuestras limosnas, del número de nuestros voluntarios dedicados a estas cosas, pero no sé si llegamos a evangelizar a estas personas, si le comunicamos la buena noticia de que Dios nos ama, a ellos y a nosotros; no sé tampoco si nosotros los amamos, ni los sentimos, de verdad, como hermanos.
Cuando leemos en el capítulo 25 del evangelio de Mateo, en la descripción del juicio final Cristo dice: “venid benditos de mi Padre, porque tuve hambre y me disteis de comer, sediento y me disteis de beber, era forastero y me acogisteis, desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme y estos le responden ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, desnudo, forastero, enfermo o preso?”.
Los cristianos, que habrán escuchado este evangelio muchas veces, conocen la respuesta de Jesús: Cuando lo hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis. Creo que los benditos que preguntan son los otros, los que no llegaron a ser cristianos pero amaron a sus prójimos, quizás más que nosotros.
Los cristianos tenemos la obligación ineludible de amar al prójimo y al mismo tiempo ofrecerle la buena nueva, la gran noticia, de que Dios nos ama y de que por Cristo hemos sido salvados. “Id al mundo entero y predicad el evangelio”.
Y esta noticia de amor y salvación hay que llevarla hasta los rincones más alejados, hasta las periferias de que habla el Papa. Sólo podremos hacerlo si estamos abiertos a la acción de Dios, si estamos dispuestos a correr el riesgo de ser cristianos con todas sus consecuencias, como este enfermero mejicano, y esto va mucho más allá de unas monedas en la colecta, mucho más allá de dedicar unas horas a la acción voluntaria, aunque, lamentablemente, muchos siempre encontraremos excusas para huir de los compromisos y tranquilizar nuestra conciencia.
Por Francisco Rodríguez Barragán
Artículo publicado por Forum Libertas