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Tras 100 años… ¡cómo no vibrar al recordar la historia de Schoenstatt!

Centenario Schoenstatt

© Enrique López-Tamayo Biosca / Flickr / CC

Carlos Padilla Esteban - publicado el 17/10/14

Es emocionante mirar hacia atrás agradecidos, con un corazón humilde, filial y comprobar la huella dejada en el camino por los pasos firmes de tantos

Cien años de camino, cien años de historia. Parecen muchos. Tomamos conciencia de nuestro pasado, de nuestra historia. Asumimos lo que ya hemos vivido. Me alegra mirar esta larga historia y sorprenderme. Soy testigo de algunos años de camino. Años desde que sellé mi propia alianza de amor. Me alegra comprobar la fidelidad de María. Conmigo, con toda la Familia de Schoenstatt. Ella siempre es fiel.

Las palabras de Viktor Frankl me alegran: « ¿Por qué tendría que envidiar a un joven? ¿Por sus posibilidades que aún tiene, por su futuro? Pensaría, en vez de esto que yo tengo realidades en mi pasado; no sólo la realidad de las obras realizadas, sino también la del amor que he amado y, también, la del sufrimiento que he sufrido. Y de este es de lo que más me enorgullezco, aunque sea lo que menos me envidien otros».

Ya no somos un Movimiento joven, recién nacido. Miramos orgullosos nuestra historia. Conmovidos por todo lo que no ha sido perfecto, por nuestras faltas de amor. Por nuestros pecados de omisión. Miramos con sencillez los errores y los aciertos. Las caídas y las victorias. Lo que fue y lo que pudo haber sido.

El pasado glorioso y el pasado que nos cuesta recordar. Los dones entregados y los dones guardados por miedo o por pereza. La fidelidad y la infidelidad. Las luchas y las derrotas. El amor, sí, todo lo que hemos amado y lo que hemos sido amados.

El dolor, la cruz, el sufrimiento. Sin lagar no hay vino, sin muerte no hay victoria. Una historia de guerras y exilios, de luchas y batallas, de oscuridad y de luz. Algunas batallas perdidas, otras ganadas.

Es emocionante mirar hacia atrás agradecidos, con un corazón humilde, filial y comprobar la huella dejada en el camino por los pasos firmes de tantos hombres. ¡Cómo no vibrar al recordar tantos momentos de gloria, de paz, de victoria del Señor en muchos corazones!

¡Cómo no emocionarnos al pensar en esos congregantes jóvenes que confiaban heroicamente y querían tanto al Padre José Kentenich! Ellos creyeron por la fe de su padre. María se hizo fuerte gracias a esa fe. Ellos dieron su sí, Ella dio su sí.

Dios es fiel a su alianza con el hombre cuando el hombre se pone en sus manos. María es fiel a su sí dado tantas veces en el interior de su Santuario, de su hogar santo. Allí donde nosotros tantas veces hemos reído y llorado, sufrido y amado. Sí, allí, en sus brazos, mirados por Ella, acariciados por sus manos de Madre, descansamos.

Nos sentimos felices de llegar a los cien años y poder vivirlo y renovar nuestro sí. Un día podremos recordar que nosotros vivimos este día de gracias. En Alemania o en nuestro Santuario filial. Estuvimos allí. Dios nos concedió esta gracia. Este día en el que miramos hacia atrás y también miramos hacia delante. Sabemos hacia dónde vamos.

Decía el Padre José Kentenich hablando de los primeros congregantes: «Hoy nos incorpora la Mater en la Alianza que ellos sellaron con su vida y muerte. Y nos envía para construir el futuro. Somos parte de la cadena que entrega lo que ha recibido de la Primera Generación a las futuras generaciones»[1].

Hoy volvemos a escuchar estas palabras. Somos incorporados a esta alianza. Somos parte de una misma cadena. Somos una nueva generación, el presente y el futuro es nuestro. Decía I. Montanelli: «Si mi destino es cerrar los ojos sin haber sabido de dónde vengo, adónde voy y qué he venido a hacer, más me valía no haberlos abierto nunca».

Tenemos los ojos muy abiertos. Sabemos de dónde venimos. A quién pertenecemos. Sabemos hacia dónde caminamos, el futuro lleno de luz hacia el que avanzamos.

Decía el obispo Stefan Ackermann en la eucaristía inaugural de nuestro jubileo: «Les pido que entiendan la peregrinación a su Santuario original como una nueva llamada a la santidad». Y añadía: «

Santo significa pertenecerle por entero a Dios. ¡Cuánto necesita nuestro mundo una nueva santificación!».

María forja hombres nuevos, consagrados por entero a Dios. La alianza de amor educa hombres santos. Hacen falta lugares y personas santas en este mundo donde Dios parece estar ausente.

¡Qué difícil vivir así nuestra entrega diaria, nuestra entrega por los ideales que nos hacen soñar con lo más alto! ¡Qué difícil estar dispuestos a entregarlo todo por un gran ideal! A veces, cuando peligran nuestros intereses, flaquean nuestros ideales. Nos vemos frágiles y dudamos.

Hoy le pedimos a María que nos renueve en el amor. Se juega el futuro de nuestra Iglesia, el futuro de nuestra Familia de Schoenstatt, el futuro de la historia del hombre.

Dios construye con nosotros, sobre nuestro barro. Necesita nuestro sí libre y generoso. María necesita instrumentos dóciles en sus manos. Necesita que abramos la puerta del alma para que pueda entrar. Ella podrá entonces forjar en nosotros el rostro de Cristo. En eso consiste la santidad. En hacer lo que Cristo hizo, en vivir como Él vivió.

No parece tan sencillo. Pero el paso primero es nuestro sí. Nuestro «Adsum». Nuestra disponibilidad cada día, cada hora. Ella hará milagros.


[1] J. Kentenich, 1936

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