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Los “des” del Demonio

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Claudio de Castro - publicado el 09/10/14
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Abre los diarios cada día y verás su paso en nuestro mundo: desilusión, desconfianza, desesperanza, desánimo, deshonestidad, desamor
Para vencer un enemigo hay que conocerlo. En los ejércitos lo saben bien, por eso envían espías al frente contrario. Averiguan la cantidad de soldados, las armas que portan, sus debilidades, sus técnicas de ataque. 

El Demonio utiliza esta estrategia. Nos conoce bien. Nos ha espiado por años. Conoce nuestras debilidades y nosotros poco sabemos de él. Apenas comprendemos lo que es capaz de hacer. No imaginamos su crueldad infinita; su odio profundo, el desprecio a la humanidad y a todo lo que ha sido creado por Dios.  

Sus artimañas para hacernos pecar son muchas y nunca descansa ni duerme.  Se complace cuando dañamos al prójimo. Se goza cuando caemos en un pecado grave. No soporta que oremos y busquemos a Dios.

Se cuenta de un monasterio en el que los monjes acostumbraban rezar por las tardes. Un día mientras oraban, se desató un fuego en los cultivos. Desde la ventana se veían las lenguas de fuego que lo consumían todo. Uno de ellos comprendió lo que ocurría, y le dijo a los otros: “Sigamos rezando hermanos, que nada va a pasar”. Cuando terminaron de orar, salieron al huerto y encontraron sus cultivos intactos.

Abre los diarios cada día y verás su paso en nuestro mundo. Lo dejamos actuar como si no existiera. Suelo llamar sus asechanzas: “los des del demonio”. Siembra nuestras almas con esos “des”, como la cizaña de la parábola. 

Con cuanta facilidad nos quita la:

Ilusión sembrando desilusión

Confianza con desconfianza

Esperanza con desesperanza

Ánimo con desánimo

Honestidad con deshonestidad.

Amor con desamor

¿Por qué dejarlo? Estamos llamados a ser felices y vivir una maravillosa eternidad. 

El Demonio nada puede contra el que es obediente. No soporta cuando eres misericordioso y oras con el corazón. En esos momentos  se mantiene a distancia, al acecho. Huye cuando te acercas a los sacramentos. Te deja tranquilo cuando invocas a la Madre de Dios… Y se aleja de ti cuando eres humilde y sincero. 

Creo que al final, tu puerto seguro, siempre será: "Vivir en  la presencia de Dios". Me he preguntado tantas veces cómo lograrlo. ¿Cómo nosotros, simples vasijas de barro, podemos contener a un Dios, todo poderoso y eterno? Es una idea fascinante.

Hoy, durante la Misa le pedí luces, quería entender y de pronto, todo me pareció tan claro y sencillo… En Dios todas las cosas son sencillas. Nosotros, por lo general, las complicamos. La respuesta siempre estuvo cerca, a nuestro alcance, en estas palabras de Jesús: “El que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él y haremos morada en él” (Jn 14, 23). ¡Fue increíble! De pronto todo tenía sentido. 

He conocido muchas personas que un buen día decidieron cambiar sus vidas. Querían gastarlas en algo grande. Empezaron a descubrir y vivir el Evangelio. Seguro conoces alguna. Es muy fácil encontrarlas. Tienen tres cosas estupendas en común:

1) Se saben amados por Dios (mi Padre lo amará)

2) Son felices  (vendremos a él)

3) No se cambarían por nadie  (y haremos morada en él) 

Si ellos pudieron, nosotros también. Es hora de  eliminar esos "des" en nuestras vidas y volver a empezar, al amparo de Dios.
 

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