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¿Todo es materia y el materialismo la única interpretación posible?

An atom – es

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Aleteia Team - publicado el 03/10/14

Por qué el materialismo es una pobre comprensión de la realidad

Si se nos pide que expliquemos lo que es la materia, muy probablemente recurramos a nociones como la de átomo, electrón, protón… Quizás incluso algunos podamos citar los ingredientes que propone el vigente modelo estándar de partículas.

El cuadro que dibuja dicho modelo no es nada simple, pero hasta el momento es el mejor contrastado con los experimentos. Explicar así la materia parece que es llegar al fondo, a lo que es común a todas las realidades físicas, y consiguientemente la mejor manera de decir lo que es la materia. Consideramos así a la materia como aquello que las ciencias físicas nos dan a conocer.

Esta descripción de la materia es pragmática y útil: podemos trabajar con ella sin detenernos en otros problemas que nos distraerían de la apasionante tarea de saber cómo controlarla y utilizarla en nuestro beneficio.

Pero una caracterización de este tipo también incurre en una circularidad que puede dejar insatisfechos a algunos. Por una parte, decimos que la materia es la realidad que nos dan a conocer las ciencias físicas. Pero también nos vemos obligados a afirmar que las ciencias físicas son las que se ocupan de estudiar los fenómenos materiales.

Para muchos, el conocimiento que nos proporcionan las ciencias sobre la realidad física es suficiente; para algunos es el único. Puede que a estos ni siquiera les parezca relevante la circularidad señalada.

Más aún, si la única realidad verdaderamente existente fuera la que nos permiten conocer las ciencias físicas, entonces la pregunta sobre si todo es materia estaría respondida afirmativamente.

En este caso no tendría sentido hablar propiamente de materialismo, que no sería entonces una interpretación, sino una descripción completa de la realidad. La materia sería la única respuesta posible a las preguntas sobre los fenómenos que experimentamos, aunque nuestras concepciones sobre ella fueran afinándose con el tiempo. Los interrogantes de esta pregunta estarían entonces resueltos y evitaríamos discusiones inútiles y pérdidas de tiempo.

Pero para otros pensadores este planteamiento es claramente insuficiente. La circularidad mencionada es insalvable y no plantea ningún problema cuando hacemos ciencia, pero nos indica que, aunque los métodos científicos nos permiten conocer y decir mucho sobre la materia, se nos queda fuera precisamente la materia misma.

Las ciencias físicas no se plantean propiamente qué es la materia. Tan sólo lo hacen en la medida en que pueden trabajar experimentalmente con ella: cuantifican, calculan, comprueban hipótesis desde diversos modelos…

Para interrogarse sobre la materia misma, que es lo que hacemos cuando nos preguntamos si todo es materia, es necesario ampliar el marco desde el que se la piensa ¿Es posible hacerlo? ¿Se puede tratar de entender la materia desde otro enfoque más global que el científico? Parece que sí. Se ha hecho muchas veces en la historia del pensamiento. De hecho el término «materia» no ha nacido en el contexto de las ciencias físicas, sino que procede de la filosofía griega.


Materia y fin, ¿enemigos?

La pregunta ¿Todo es materia? manifiesta una tensión que recorre toda la historia del pensamiento desde el inicio de la filosofía occidental. Me refiero a la que existe entre monismo y pluralismo en la explicación del movimiento y el fundamento de la realidad. Esta tensión es más intensa si cabe cuando se trata de explicar el peculiar modo de ser humano.

El gran desafío para los pensadores griegos será, especialmente desde Parménides, dar razón de la pluralidad de la experiencia sin tener que dejar a la realidad sin fundamento

. Las soluciones propuestas buscan cómo salir del callejón, aparentemente sin salida, en el que el gran filósofo de Elea dejó a la filosofía.

El atomismo de Demócrito y Leucipo, y el matematicismo que arranca con Pitágoras y culmina con Platón, son dos de los intentos más representativos de aliviar esta tensión. Ambas líneas de pensamiento buscan, por caminos diversos, reducir la pluralidad de la experiencia sensible a la unidad propia de aquello que se considera el fundamento: la unidad del átomo o la de la idea.

Aristóteles, elabora una propuesta. Su núcleo gira en torno a la explicación del movimiento y del fundamento desde la conjunción de cuatro causas: material, formal, eficiente y final. Pero para él las causas no son cosas, no son átomos ni son ideas, sino que son principios, principios físicos.

Para Aristóteles, la materia se debe entender principalmente como causa material o materia prima, y explicar el ser de las cosas exige la concurrencia causal de la materia con las otras causas.

Aristóteles afirma de esta manera que la materia es tan físicamente real como sostenían los atomistas con su noción de átomo. Además consigue bajar las ideas platónicas al mundo físico, concediéndoles por tanto el mismo tipo de realidad que a la materia. Se formula de esta manera el hilemorfismo.

La propuesta hilemórfica es dual, pero no es propiamente dualista. Y si consideramos también las causas eficiente y final, estamos ante una propuesta plural, pero no pluralista. La atención a lo que nos presenta la experiencia de una manera global —filosófica—, revela a Aristóteles que explicar el movimiento exige la concurrencia de esas cuatro causas entre las cuales está la materia y la finalidad. No pocos consideran hoy a materia y fin como enemigos mortales.

La propuesta aristotélica consigue formular una propuesta plural, como plural es nuestra experiencia de la realidad, pero zafándose de pluralismos y monismos.

En realidad, la tensión monismo-dualismo (pluralismo en general) es consecuencia de una tensión existente entre la unicidad de nuestro conocimiento y la pluralidad de lo físico. Éste posee también su propia unidad, pero no es equivalente a la unicidad de los objetos con los que conocemos la realidad. Tomás de Aquino captó y expresó este problema cuando escribió:

«Mediante nociones consideradas sin materia particular y sin movimiento, se conocen, en la física, los entes móviles y materiales con existencia extra-mental»[1].

La materia de la materia

Desde las precisiones anteriores, podemos caracterizar el materialismo en dos niveles distintos. El primero se queda dentro del mundo físico y, por tanto, se formula en relación con la pluralidad causal. En este contexto se incurriría en materialismo cuando la materia se impone como sentido causal prioritario o único en la explicación del movimiento.

Para conseguir este dominio, la materia tiene que reclamar ser causa de efectos que no se corresponden con su propio carácter de principio. Esto ocurre, por ejemplo, cuando se la cosifica y se deja de entender como principio causal.

En el atomismo ocurre precisamente esto: la materia se entiende como átomo y, por tanto, como cosa. Una «cosa» que oculta otros sentidos causales y descarga toda la responsabilidad del movimiento sobre el átomo, es decir, sobre la materia. Esta asume entonces un papel pasivo y activo que no le corresponde.

La materia ya no es «sólo materia» en el sentido aristotélico y, consecuentemente, hay «realidad que se reduce a materia sin serlo»: materialismo.

La segunda caracterización es la que tiene en cuenta la existencia de otras realidades que no son materiales, es decir, aquellas en las que su actividad no está sometida enteramente a los efectos de la causa material.

Se puede decir también que son realidades que trascienden el mundo físico. Es lo que se considera que ocurre con el alma humana.

Las operaciones intelectuales que ejerce el hombre lo colocan en una posición peculiar respecto al resto de los seres vivos. La dificultad que presenta la comprensión del ser humano consiste en que posee un cuerpo material, pero también posee facultades cuyas operaciones no se pueden explicar desde causas físicas.

El origen de esa actividad intelectual es a lo que llamamos espíritu. El espíritu tiene un carácter principal (de principio) en tanto que no procede, en lo que le es específico, de los principios físicos, pero a la vez, en los actos humanos concurre también con esos principios, incluida la causa material.

En este contexto el materialismo consistiría en negar la realidad del espíritu, afirmando que las facultades espirituales no tienen un origen diverso al de las causas estrictamente físicas, llamadas materiales por con-causar con la causa material.

En definitiva, el materialismo destensa la convivencia de la pluralidad de la experiencia con la unicidad de nuestro conocimiento. Se trata de una falsa solución en la que la razón se encuentra cómoda: reduce la pluralidad a la unicidad, abrazando un monismo en el que se otorga a la realidad física lo que pertenece en exclusiva a la razón.

El dualismo, pluralismo en general, tampoco consigue hacer verdaderamente las paces entre razón y realidad: lo que consigue es multiplicar los problemas.        

Si la materia se apropia de lo que no le pertenece y, no contentándose con ser causa (un co-principio), se convierte en «cosa», acabamos por no saber qué cosa es la materia.

Si se afirma que todo es materia, al tener esta que responder ante la razón de aquello de lo que no es responsable, queda convertida en una opción más entre otras que, desde la confusión propia de monismos o pluralismos (vitalismos, espiritualismos, etc.), se presentan como candidatas para explicarnos la realidad.

O todo «emerge» como epifenómeno de la materia, o la materia es una fase del espíritu, o sea, espíritu. Estas propuestas se presentan como posibles interpretaciones alternativas sólo cuando no se sabe lo que es la materia. El materialismo como alternativa, más que una interpretación posible es una pobre comprensión de la realidad, especialmente de la realidad material.


                  [1]  
In Boetium De Trinitate, q. 5, a. 2, co 3.

Para seguir leyendo

Arana, J., Materia, universo, vida. Tecnos. Madrid, 2001.
Giberson, K., y Artigas, M., Oráculos de la Ciencia. Científicos famosos contra Dios y la religión. Encuentro. Madrid, 2012.
Polo, L., El conocimiento del universo físico. Eunsa. Pamplona, 2008.
Soler, F. J., Mitología materialista de la Ciencia. Encuentro. Madrid, 2013.

Por Santiago Collado
Fragmento de un artículo del libro 60 preguntas sobre ciencia y fe respondidas x 26 profesores de universidad, de la editorial Estella Maris

Tags:
filosofía
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