El cardenal Filoni considera un deber defender a las víctimas de la organización yihadista
“Nadie puede utilizar el nombre de Dios, o actuar en su nombre para hacer algo como esto; realmente son cosas del Diablo”. Así habla del Estado Islámico el prefecto de la Congregación para la Evangelización de los pueblos, antiguo nuncio en Bagdad.
Defender y ayudar a las víctimas de los terroristas del Estado Islámico “es nuestro primer deber por razones de derechos humanos, para la salvación de la humanidad”, declaró el cardenal Fernando Filoni en una entrevista emitida esta semana por la cadena televisiva estadounidense CNN.
“El Santo Pare muchas veces habla en contra de la guerra”, explicó, “pero ahora no estamos hablando de guerra, sino de algo distinto”: “alguien –un grupo de terroristas bien equipado con dinero, con personas, con mentes ideológicas- ataca a personas ninguna de las cuales tiene ningún arma para defenderse; ningún equipamiento, son sencillamente pobres granjeros, familias, gente viviendo su vida en los pueblos, gente pacífica”.
“Formamos parte de esta gente, son una parte de nuestra humanidad. Son cristianos, yazidíes, son minorías, no importa, necesitan nuestra ayuda”, añadió.
“Por supuesto que sabemos que quien tiene el primer deber de defenderlos es el gobierno iraquí –continuó-. Pero si ellos no están en esta posición, no pueden defenderse, alguien más tiene que tomar también este deber, al menos hasta que el gobierno local esté preparado para retomar su deber”.
El representante vaticano pudo ver el pasado mes de agosto con sus propios ojos la devastación causada por esta organización yihadista, sobre todo en el Kurdistán iraquí, a donde viajó enviado por el Papa Francisco para expresar su solidaridad.
Muchas personas le dijeron que sólo volverían a sus pueblos si hubiera “seguridad internacional”, explicó a la periodista Christiane Amanpour.
Y añadió: “Me encontré con tres chicos jóvenes que habían huido de sus pueblos de la provincia de Sinjar y me dijeron que eran los únicos tres salvados que habían escapado de sus pueblos, y que todas las mujeres, jóvenes o de mediana edad, habían desaparecido”.
“¿Podemos permanecer sentados y esperando, o qué? –preguntó-. Si esas mujeres fueran mi hermana, mi madre, mi mujer, mi hija, ¿podría reaccionar mirando a otro lado? Esta es mi pregunta”.