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Padres, hijos y Espíritu Santo

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La boa y el elefante - publicado el 17/09/14
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Esta semana mi hijo mayor comienza su andadura en el Conservatorio de Música. Mañana tendrá su primera clase de Lenguaje Musical y la semana que viene empezará ya a tocar, con su profesora, la flauta travesera. Estoy muy orgulloso de él y del acompañamiento que toda la familia le hace.

Creo que una de las cosas más difíciles y vertiginosas de ser padre es ser capaz de ayudar a los hijos a encontrar su vocación y responder a ella. No hay tarea más importante que esa y, aunque otras son relevantes, en ninguna el coste del fracaso es mayor.

Lo primero que se requiere es algo fácil de asimilar en la cabeza pero no tan sencillo de llevar a la práctica: mis hijos no son como yo. Son personas que, por muy pequeñas que sean y por muchas cosas que tengan como nosotros, han sido bendecidas con sus dones particulares, sus capacidades particulares, su particular manera de entender el mundo y las relaciones, sus gustos propios, su peculiar y único universo interior y espiritual. Yo me descubro muchas veces intentando que mis hijos "funcionen" como yo y eso suele llevar a discusiones, metidas de pata y desazón. Aceptemos que son nuestros hijos pero no son como nosotros.

Lo segundo importante es dedicar tiempo y energías a observarles, a mirarles, a hablar con ellos, a sacar conclusiones de aquello a lo que se inclinan en sus juegos, en sus ratos libres, en sus primeras pequeñas elecciones.  ¿Qué les gusta? ¿Qué les moviliza? ¿En qué se fijan? ¿Cómo se divierten? ¿Qué capacidades demuestran? Mis tres hijos son distintos completamente e intento potenciar en ellos aquello que percibo que ellos mismos sacan de dentro sin más importancia. Mi hijo mayor siempre se mostró muy sensibilizado y amante de la música, con grandes dotes para ella. Mi hija es una creativa en potencia y lo demuestra vistiendo a sus muñecas, dibujando… El pequeño se está definiendo todavía y va demostrando una gran fortaleza e imaginación. El mayor de una gran sensibilidad y con un mundo interior complejo y recogido. Ella siempre atenta a las necesidades ajenas, líder y resuelta. El peque es un prodigio relacional, siempre dispuesto a ayudar, firme y de gran carácter.

Y simplificando mucho llega el momento de ir tomando decisiones, teniendo claro que son sus decisiones y no las nuestras. Nosotros las tomamos cuando son muy pequeños pero a partir de los 6-7 años, ellos ya pueden ir decidiendo. El pensamiento es claro: responder a lo observado, a las intuiciones, al Espíritu que sopla, al Padre que ha soñado para cada uno algo inimaginable y que nada tendrá que ver con nuestras medidas y parámetros.

Conseguir esto con un hijo es difícil. Con dos, más, Con tres… y según vamos sumando se convierte en un arte y en un ejercicio de confianza en Dios: "Padre, tú que los conoces y los amas más que yo, dirígelos y protégelos." Los padres somos humanos y nuestro esfuerzo es proporcional a nuestras limitaciones. Nuestro amor… ¡ese sí que es infinito! Amémosles mucho, ayudémosles y el resto… lo que Dios quiera,

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