En el inconsciente liberal de todo abortista, la vida del no nacido es cuestión de física propiedad privada
Me sorprende que a alguien le sorprenda que el gobierno del Partido Popular haya decidido no tramitar la reforma legislativa del aborto que, aunque timorata e insuficiente, planteó uno de sus ministros buscando un cierto reconocimiento, que no suficiente protección, de la dignidad humana del no nacido.
Me sorprende aún más cuando no pocos analistas coinciden en explicarlo con el argumento del temor a los efectos electorales negativos previsibles si prosperase cualquier reforma legislativa en este sentido. Creo que algo más cercanos a la realidad están los que apuntan “discrepancia ideológica” entre los miembros del gobierno.
Eso si, en realidad no se trata, como se dice eufemísticamente, de una discrepancia ideológica entre conservadores y progresistas, sino que se trata de una radical diferencia entre la cosmovisión cristiana y liberal, entre los “liberales convencidos”, que abrazan el liberalismo puro, y los “católicos convencidos”, que más allá de ser católicos practicantes se inspiran en la Doctrina Social de la Iglesia y, como dice San Pablo, tienen la “mente de Cristo” (1 Cor. 3, 1).
Esta es la gran diferencia ideológica para afrontar el verdadero derecho a la vida, y la que divide al gobierno, al Partido Popular, y a la sociedad en su conjunto.
Me remito a la declaración de un reconocido liberal como es Jorge Valín, que no tiene pelos en la lengua al argumentar así su defensa del aborto: “Aunque muchos se aferren a la idea de que el feto es propiedad del Gobierno, de los jueces, o de la sociedad, la realidad es que el feto es propiedad privada de la madre. Es propietaria cautiva de lo que lleva dentro de igual forma que nosotros somos propietarios (cautivos) de nuestro páncreas, hígado, corazón o pulmones.
Son nuestros, punto. Nadie tiene derecho a opinar sobre ellos o a obligarnos a cuidarlos o no venderlos si nos place por más lo que diga la ley o grupos de presión”. ¿Tremendo verdad? Pues no se pierdan su complemento economicista esencial en el liberalismo. Añade: “los nueve meses que tarda una mujer en crear un niño tiene un coste. El feto necesita una gran cantidad de recursos de la madre para formarse”.
Es decir, que en el consciente o en el inconsciente liberal de todo abortista, la vida del no nacido es cuestión de física propiedad privada: esta en mi cuerpo, lo alimento yo, yo decido cuidarlo y dejarle seguir viviendo o matarlo, y si pudiese, hasta venderlo. Esta es la mente del liberal, del liberal puro y del católico que juega a ser también liberal.