Intentando coordinar el variopinto grupo musical que se reúne ante el micrófono en las misas de mi pueblo, me pregunto a menudo por el sentido de la música sacra y por el tipo de cantos más adecuado.
¿Los cantos de la misa están para amenizar la celebración, más bien para solemnizarla y para ayudar a entrar en el misterio que se celebra,… o quizás para atormentar a los fieles o aumentar su paciencia?
Bromas aparte, los cantos sagrados han ayudado durante siglos a los católicos a entrar en el misterio de la liturgia, a comunicarse con ese Dios que la acción litúrgica hace presente.
Por eso la Iglesia católica ha exhortado desde antiguo –hay documentos que lo hacían ya en el siglo VI- a acompañar las celebraciones con cantos que favorezcan la solemnidad y la dignidad de la liturgia. ¿Son así los cantos que preparamos para nuestras celebraciones?
El cuestionario La música sacra 50 años después del Conciliode la Congregación para el Culto Divino y el Pontificio Consejo para la Cultura indica unos requisitos de la música litúrgica: “la plena adhesión a los textos que presenta, la consonancia con el tiempo y el momento litúrgico al que está destinada, y la adecuada correspondencia a los gestos que el rito propone”.
Al referirse a la música litúrgica -aparte quedan cantos de temática religiosa, para escuchar por ejemplo en el coche-, la Iglesia pide por tanto que respeten el texto litúrgico al que ponen música (por ejemplo, el Santo, o el Cordero de Dios del misal); el momento del año litúrgico en el que se canten (en Cuaresma, por ejemplo, resultaría más adecuado un canto lento que ayude a entrar en el misterio de la cruz que un Aleluya barroco) y también el momento y los gestos de la celebración (tampoco ayudaría mucho un canto con música de aire triunfal para el acto penitencial en el que se pide piedad a Dios o una música triste para cantar el Gloria).
Fidelidad y audacia
El Vaticano invita a los animadores de cantos de celebraciones litúrgicas a la “humilde ofrenda del propio talento” y a tener en cuenta la “riquísima herencia teológica, litúrgica y pastoral”.
“El espíritu de fidelidad, que conoce también la sana audacia, deberá ofrecer a la Iglesia contemporánea un repertorio musical vivo y actual, que muestre los múltiples recorridos de arte cristiano emprendidos a lo largo de dos milenios, y que al mismo tiempo se muestre capaz de una auténtica renovación”, añade.
Según este reciente documento vaticano, “el canto y la música adquieren, en el contexto ritual, un valor sacramental”. Es una afirmación contundente, especialmente tras décadas de canciones poco "litúrgicas" sonando en muchas celebraciones.
En el tiempo de la globalización, los que cantamos en las celebraciones somos invitados por los expertos a un “equilibrio sano entre inculturación, acogida y maduración de la propia identidad cultural”.
Y también a cuidar la solemnidad y al mismo tiempo promover la participación de los asistentes a la celebración. ¿Difícil? Con los medios de los que disponemos, lo parece bastante, pero la gracia añadirá a nuestra pequeña aportación lo necesario para que la música favorezca, como escribía Pío X en Tra le sollecitudine, “la gloria de Dios y la santificación y edificación de los fieles”.