Decía Groucho Marx que "la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados". Cuando miro a mi alrededor, admiro con estupor la clarividencia de Groucho que, con sarcasmo, había llegado, ya entonces, a la misma conclusión a la que muchos ciudadanos, años después, han llegado también.
El "asunto catalán" y la retirada del proyecto de ley del aborto en España han llenado las portadas de los medios en las últimas horas y han convertido las redes sociales en auténticos hervideros, donde unos proclaman su victoria y otros reclaman justicia y amenazan con su intención de voto en la mano. En el plano internacional no estamos mucho mejor. El panorama en Oriente Medio es inquietante y, en cuanto uno se pone a leer un poquito más allá, se da cuenta de las causas-efectos-causas que parecen no terminar nunca.
Ser político es una llamada de Dios y, como llamada, una vocación. Cuando los ciudadanos pensamos en cómo debería ser un buen político, hablamos de honestidad, inteligencia, carisma… Nadie se acuerda de la vocación, un concepto que parece ya desterrado de una sociedad muy poco preocupada en que las personas podamos llegar a ser aquello para lo que hemos venido al mundo. Yo quiero políticos vocacionados. Alguien que haya dicho sí a una llamada interior, profunda, movilizadora, incómoda… Alguien que no se "hace" político por causas y medidas humanas sino que responde con valentía a un algo más espiritual, más hondo, más definitivo.
Por último, y teniendo en cuenta la perversidad y tentación de ese entorno de poder, dinero y corrupción, yo quiero un político cuya fuerza resida en su debilidad. No quiero políticos carismáticos ni firmes ni con buena oratoria… que también es deseable. Me refiero a políticos conscientes de que, con sus propias fuerzas, no van a resistir, no van a poder, no se van a escapar de la mirada de la serpiente. Quiero políticos construidos, con un mundo interior cultivado, sanos mental y emocionalmente, y con la capacidad y la humildad de combinar sus decisiones humanas, su gestión y sus maneras, con una humilde confianza en que Otro le sostiene y al que deberá rendirle cuentas.
Queremos maestros vocacionados, médicos vocacionados, curas y religiosos vocacionados… pidamos también gobernantes y responsables vocacionados. Y todo nos irá mucho mejor.