Un milagroso testimonio en la Polonia martirizada durante la Segunda Guerra Mundial
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Durante la primera semana del Levantamiento de Varsovia, en agosto de 1944, en los barrios de Wola y Ochota se produjeron matanzas horribles que resisten cualquier descripción.
Volvemos a citar a Norman Davies: “Los barrios citados, situados en la parte occidental de la ciudad, carecían de importancia militar. Eran una mezcla de fábricas, edificios públicos, hospitales y viviendas baratas. Pero dio la casualidad de que se encontraban en la senda del Grupo de Asalto de las SS cuando se dirigía desde las afueras de Varsovia, bajo control alemán, al centro de la ciudad, controlado por los insurgentes. Es poco probable que a las dos brigadas de las SS que intervinieron -la Dirlewanger y la Kaminski- les sorprendiera recibir algunos disparos. Lo sorprendente fue su reacción. En lugar de atacar a las unidades del Ejército del Interior que se les enfrentaban, volvieron su ira contra la población no combatiente”.
“En una orgía que duró cinco o seis días, perpetraron todo tipo de atrocidades: condujeron a una multitud de hombres y mujeres al patio de una iglesia y los ametrallaron; sacaron a muchos ciudadanos de sus casas para descuartizarlos con sables y bayonetas, y descuartizaron también a mujeres embarazadas; invadieron hospitales, mataron a los pacientes en sus camas y mutilaron a los médicos y enfermeras que pidieron clemencia… El número de víctimas se cifra entre cuarenta y cincuenta mil” (Europa en guerra 1939-1945, pags.415-416).
Pero en medio de este desenfreno salvaje imposible de contener la furia homicida surgieron verdaderos milagros inesperados.
En el monasterio de las Carmelitas Descalzas, ubicado en el antiguo palacio Biernacki en la calle Wolska nº 25 encontraron refugio mucha gente de las casas de los alrededores, pensando que los alemanes respetarían este lugar de oración, un tranquilo rincón al servicio de Dios. Con cada hora la ola de los incendios se fue acercando al monasterio. Alrededor de la hora 20 de ese 5 de agosto los alemanes entraron en la zona del monasterio. Lanzaron una granada en el sótano, sin infligir daño a nadie. Las hermanas pidieron a las personas que mantengan la calma y se pongan bajo el cuidado de la Santísima Virgen. Una de las hermanas, que sabía hablar muy bien alemán, salió al patio.
Allí encuentra a varios hombres de las SS con ametralladoras listas para disparar. Uno de ellos apunta directamente a la hermana. Ésta, no perdiendo su sangre fría, serenamente aparta con su mano el caño del arma y dice:
– Para morir aún tenemos tiempo, ahora debemos hablar.
El soldado de las SS se sorprende. Baja el arma. Después de un momento la hermana trae desde el refugio a la Madre Superiora. Esta mujer de pelo gris con rostro espiritual, con un crucifijo y un recipiente con hostias consagradas en su mano se encamina hacia los SS y dice:
– ¡Disparad, si queréis!
Los alemanes dan la orden para que todos salgan del refugio. Aproximadamente unas cincuenta personas se reúnen en el patio del monasterio. Los alemanes sacan de entre el gentío a los hombres. Algunos tienen niños en sus brazos, por lo que les ordenan dejarlos e ir hacia adelante. Las mujeres rodean en racimo compacto a los hombres de las SS, luchan por sus maridos, hermanos y novios
Los soldados les ordenan tumbarse boca abajo. Apartan a los hombres hacia un costado – y ante los ojos de las mujeres – disparan a cada uno en la nuca con una metralleta. Todas esperan pronto compartir el destino de los hombres. La Madre Superiora distribuye la comunión a las mujeres. Las religiosas oran fervorosamente. Al lado, en los charcos de sangre, yacen los cuerpos de los asesinados. La Madre Superiora sigue distribuyendo la Sagrada Eucaristía – incluso da varias a una misma persona para que la hostia no sea profanada. Los hombres de las SS con las armas bajas están en silencio, perplejos. Después de un tiempo, uno de los alemanes ordena a las mujeres levantarse y dirigirse hacia la puerta. Todas están convencidas de que han elegido para ellas otro lugar de ejecución.
Sin embargo le deben la vida a uno de estos hombres de las SS, aquel oficial tenía a su hermana que era religiosa en Württemberg. Como confesó más tarde – él decidió sobre la vida de estas mujeres.
Relato de acuerdo al testimonio de Czeslawa Szczerbińska, testigo presencial de esto hechos.