Llegan desde África Occidental los testimonios de religiosos y agentes humanitarios que asisten a la población arriesgando a su propia vida
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“En tiempos como estos los misioneros, las misioneras y la Iglesia experimentamos una cierta impotencia al no poder hacer mucho, seguimos aquí tratando de mantener la esperanza y de acrecentarla en las comunidades cristianas, fomentando la unión, la solidaridad y la fraternidad de forma que, unidos por Aquel que es fuente de vida y comunión, podamos todos afrontar la situación como hermanos y haciéndonos un poco “cargo” los unos de los otros”.
Son palabras del misionero javeriano español Luis Pérez, que desde Sierra Leona explica que la incidencia del ébola sigue creciendo en Sierra Leona aunque parece que con menos fuerza y velocidad.
El virus ébola ha provocado desde marzo más de 1.350 muertos en cuatro estados de África: Guinea Conakry, Liberia, Nigeria y Sierra Leona. Países que permanecen, en la mayoría de los casos, al margen de las crónicas internacionales si no se trata de cuestiones de seguridad o emergencias humanitarias; pero también es un lugar donde la presencia misionera tiene profundas raíces y ha jugado un papel precioso también en el plano humano, tanto en esta como en otras circunstancias.
Los meses transcurridos desde que la fiebre hemorrágica -para la que no existe todavía un tratamiento certificado- apareció por primera vez en África occidental, han puesto de relieve una vez más la cercanía de la Iglesia a la población que sufre.
A menudo son los misioneros los que se contagian de la enfermedad. Así sucedió en Liberia, donde, como recuerda el nuncio apostólico, monseñor Miroslaw Adamczyk, desde hace más de 50 años la orden de San Juan de Dios, los hospitalarios, gestionan un hospital en la capital, Monrovia.
Los tres religiosos que prestaban servicio allí -el padre Miguel, fray Patrick y el padre George- han perdido la vida a causa de la enfermedad, así como la hermana Chantal Pascaline, de la congregación de la Inmaculada Concepción que les ayudaba.
Para limitar la propagación del virus, la Iglesia ha participado en iniciativas de sensibilización, ayudando a educar en las medidas más elementales de higiene.
“También en las parroquias, como en todos los edificios públicos -prosigue el nuncio- hay contenedores de agua con cloro, para que las personas puedan desinfectarse las manos”, pero para una respuesta eficaz, “son necesarios distintos recursos”, porque “no se trata de una enfermedad común, sino de una epidemia que no se puede afrontar sin estar preparados y bien protegidos”.
En estos momentos, en Sierra Leona aumentan los infectados, pero la mortalidad se ha reducido un poco, la gente está más concienciada, la información y la vigilancia es mayor y también los esfuerzos de las autoridades sanitarias para detectar y aislar los casos y los muertos.
“Hasta hace pocos años el país estaba en guerra civil, pero ahora tenemos un enemigo distinto, indivisible, difícil de afrontar…”, explica el padre Michele Carlini, sacerdote javeriano en Sierra Leona.
“Ahora el hospital diocesano de Makeni está vacío, sin pacientes” ya que el miedo de contagiarse empuja a muchas personas, al menos en este país, a evitar los hospitales e incluso a fugarse de las estructuras de curación.
La falta de pacientes lleva consigo la ausencia de sus contribuciones, indispensables para hacer funcionar el hospital, por tanto “no hay recursos para pagar los sueldos” y los materiales sanitarios, explica el religioso javeriano: prácticamente es un círculo vicioso.
De hecho, como falta un tratamiento de curación aprobado, continúa el sacerdote, “son necesarios guantes y otros medios de protección” y la diócesis de Makeni se intenta organizar para poder coordinar lo mejor posible estas peticiones.
En un contexto donde, durante meses, se ha negado la existencia de la enfermedad o su gravedad, sin embargo, esta obra sigue siendo la de sensibilizaciritas de Guinea, como explica desde Conkryendo la de sensibilizaci la enfermedad o su gravedad, sin embargo, la obra odista ón .
Se ha comprometido, por ejemplo Cáritas de Guinea, como explica desde Conakry el responsable de los programas, Antoine Dopavogui: “Desde el inicio de la epidemia, afirmó a Aleteia, hemos movilizado a decenas de voluntarios para explicar, con una acción puerta a puerta, los medios de transmisión de la enfermedad y los métodos para prevenirla”.
No siempre, sin embargo, es bien acogida la presencia de estas personas, cuenta Dopavogui. “Durante dos o tres meses han encontrado resistencia: para la población ir a los centros sanitarios quería decir esperar a la muerte, después se empezaron a ver que algunos pacientes se curaban”.
Los comportamientos que prevalecen, por tanto, “han cambiado y ahora es más fácil tener bajo control la epidemia”.
Para impedir el contagio, sin embargo, es necesario un aislamiento estricto de los enfermos que -destaca desde Monrovia monseñor Adamczyk- “es humanamente dificilísimo de soportar”, sobre todo porque es cuando más se necesita el contacto con los amigos y familiares.
Por esto, el prelado destaca la importancia también de un tipo distinto de acción, menos visible, quizás, pero igualmente necesario: “La cercanía al menos con la oración es esencial, esta es su invitación, y en este sentido damos gracias a Papa Francisco que, en el Angelus del 10 de agosto, recordó a todas las víctimas del Ébola, así como a los médicos y enfermeros comprometidos en la lucha contra este virus”.
En Sierra Leona se han impuesto medidas de restricción al movimiento de personas y mercancías, se han prohibido las aglomeraciones, manifestaciones, reuniones grandes y desaconsejado las pequeñas; teóricamente se han aislado algunas ciudades y aldeas más afectadas, algunos distritos han sido cerrados a toda salida y entrada de ellos por 21 días (los que dura la incubación del virus).
“Todo esto –confiesa el misionero Luis Pérez- crea una sensación de inseguridad y de inquietud en la población y en todos nosotros, así como está afectando seriamente a la economía del país y la distribución de alimentos, los precios han aumentado un 30% por lo que la gente, la mayoría pobre, que antes tenía dificultades para sobrevivir ahora están peor, lo mismo los muchos que viven del pequeño comercio en los abarrotados mercados que se estilan en estas tierras africanas”.
El misionero cree que “la cosa seguirá así hasta diciembre o enero próximos cuando la situación debería cambiar de signo y la influencia y la fuerza del virus deberían remitir”.
“Escuelas, institutos y universidades no abrirán en septiembre, se esperará a ver la evolución de la situación, aunque luego para empezar y una cosa y otra, será, seguramente, un año académico perdido para los estudiantes”, lamenta.
El padre Luis asegura que se encuentra “bien, aunque naturalmente afectado por la situación: la inseguridad, el ver lo que está pasando y cómo está afectando a la gente y al país, la creciente falta de medios de subsistencia para muchos que ya tenían poco, me crea una cierta desazón”.
“Por otra parte la gente que viene a pedir ayuda a la Misión y a la Iglesia católica y la imposibilidad de ayudar a la mayoría, aun sabiendo que están necesitados, me crea también una cierta tensión interior…”, añade.
El misionero explica a sus compañeros de su diócesis natal, Toledo, que “son las consecuencias normales de vivir en una situación como esta y que trato de afrontar de la mejor forma y con el mejor ánimo confiando mucho en el Señor, en los hermanos con los que trabajo, en la reacción del pueblo sierra leonés, no perdiendo la esperanza de una solución lo mejor y más rápida posible, aunque esto, en todo caso, dejará una lacra difícil de quitar por un largo tiempo”.