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¿Estás inquieto y no tienes paz? Eso no viene de Dios

Hands of a sad woman in front of a window – es

Vladimir Volodin / Shutterstock

Carlos Padilla Esteban - publicado el 11/08/14

Los pensamientos destructivos y que miran siempre la culpa son los que nos hacen daño

Es necesario recordar que las turbaciones no vienen de Dios, porque nos quitan la paz y nos alejan de la oración. Cuando los pensamientos no son constructivos, mejor dejarlos de lado, para que no molesten. Porque hay pensamientos destructivos que no nos ayudan a crecer y nos perturban.

Una persona me decía hace poco: «El  otro día leí que los pensamientos no pronunciados son pensamientos que pesan, que se enquistan, que te vuelven torpe, que te inmovilizan y no dejan sitio para los pensamientos nuevos».

Es necesario sacar los pensamientos que nos turban, los no pronunciados, aquellos que nos hacen mal, que son oscuros y no dan luz. Esos pensamientos que nos comparan con otros, que nos hacen ver lo malo continuamente en nosotros y en los demás, que no nos dejan ser constructivos y miran  siempre la culpa. Ya lo dice Juan Pablo II: “No son los sentimientos los que deben guiar el pensamiento, sino el pensamiento consciente el que debe funcionar como rampa de lanzamiento de los sentimientos”.

A veces creemos que los sentimientos son primero y no se pueden controlar. No es así, los pensamientos preceden a los sentimientos. Los sentimientos de frustración suelen ir precedidos de pensamientos negativos que nos desvalorizan.

La única forma para crecer es cambiar nuestra forma de pensar, nuestra actitud interior ante las contrariedades, nuestra forma habitual de ver las cosas, especialmente las cruces de cada día. No somos esclavos de un mar de sentimientos incontrolados que manejan a su antojo la barca de nuestra vida. No somos esclavos de la frustración que nace del corazón, del miedo que no nos deja arriesgar, del desaliento que nos quita la paz y nos confunde. No somos esclavos de nuestras pasiones que nos quieren llevar de un lado a otro sin escuchar los deseos del corazón. Podemos cambiar nuestra forma de pensar. Podemos adquirir pensamientos positivos que nos eleven y nos animen; pensamientos que nos permitan observar la vida con otra mirada.

El otro día leía una anécdota sobre un niño en la playa. Como estamos en verano pensamos hoy en tantos niños que construyen sus castillos en la arena de la playa.

La madre del niño lo relata: “Hace algunos días fuimos a la playa con nuestros hijos. Nuestras hijas corrían como locas de un lado a otro, construyendo castillos de arena. Pero Eduardo, de cuatro años, se quedó parado con su pala gigante y al cabo de un rato se sentó en la arena enfadado. Cuando le pregunté que le pasaba me dijo: – Mamá, aquí no puedo construir mi casa, no hay ninguna roca, y yo quiero construir sobre roca firme”.

Pensaba en este niño y en su deseo sincero e ingenuo de construir su casa sobre roca firme. Sabía que Jesús quería que lo hiciéramos así, no sobre la arena de la playa, sino en la roca que las olas no pueden arrastrar. Invertimos tanto en formarnos intelectualmente, queremos aprender muchos idiomas y tener muchos títulos con los que poder hacer frente a la vida y justificar nuestro valor. Pero a veces podemos descuidar lo más importante, la formación de nuestro interior, la construcción de los principios sobre los que edificamos nuestra vida.

Si construimos sobre arena perderemos el suelo firme cuando lleguen las dificultades a nuestra vida. Como me decía una persona enferma el otro día: “Es fácil ofrecerle la vida a Dios cuando todo nos va bien. Pero cuando comienzan las dificultades es más difícil renovar el ofrecimiento”. 

Si construimos nuestra vida sobre roca será posible enfrentarnos a la vida con una mirada positiva, con la confianza de sabernos en las manos de Dios.

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