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Operación Valquiria, 70 años después: ¿es lícito matar a un dictador?

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Pablo Yurman - publicado el 22/07/14
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Una reflexión sobre el fallido intento de asesinato de Hitler por parte de un grupo de militares
Con un conocimiento más acotado que las resistencias francesa, polaca y de otros pueblos ocupados por Alemania durante la Segunda Guerra Mundial, hubo también una resistencia alemana contra el régimen nacionalsocialista encabezado por Adolfo Hitler, instalado en el poder desde 1933.

Llevada hace poco tiempo a la pantalla grande, millones de espectadores conocieron la existencia de la “Operación Valquiria” enderezada a librar a Alemania de la tiranía, recurriendo para ello al asesinato del mismísimo Hitler. La fecha elegida, el 20 de julio de 1944. El lugar, el cuartel general al este de la Polonia ocupada conocido con el nombre de “Guarida del lobo”. El resultado: la bomba colocada no terminó con la vida de Hitler y la guerra se prolongó por varios meses más.

Es de destacar, sin embargo, que la oposición a Hitler dentro de los límites de la propia Alemania no surgió sólo a finales de la guerra, sino que comenzó desde los albores de su gobierno, con las primeras medidas prácticas llevadas a cabo por el régimen nazi. Es cierto que las causas de tal oposición al nacionalsocialismo podían obedecer a diferentes motivaciones, pero todas ellas tenían como común denominador el rechazo a los principales postulados filosóficos de la nueva ideología, y la convicción de que un gobierno encabezado por el odio y el fanatismo no podría conducir a otro destino que no fuera la ruina de su patria y la de todo el continente.

Al lógico y previsible rechazo por parte de otras corrientes políticas contrarias al nazismo, como ser el comunismo y el socialismo, debe sumarse la condena que del régimen hicieran algunos pastores luteranos, encabezados por Martín Niemöller, como por el Cardenal Clemens von Galen, quien llegó a ser apodado en virtud de su férrea oposición a Hitler como “El León de Múnster”, en alusión a la ciudad de su sede episcopal durante los años oscuros. Fue von Galen íntimo colaborador del entonces Secretario de Estado del Vaticano, Cardenal Eugenio Pacelli, a quien se atribuye la inspiración de la Encíclica “Con Ardiente Preocupación” que, firmada por Pío XI en marzo de 1937, fue, de hecho, el primer documento internacional de condena a los fundamentos del nazismo.

Operación Valquiria

En vísperas del comienzo de la Segunda Guerra Mundial, con una dictadura sólidamente asentada en suelo germano y a cargo de todos los resortes de los poderes formales y fácticos, quedaba poco margen para una posibilidad de complot o alzamiento popular que prescindiera de elementos de las mismas fuerzas armadas. En ese ámbito militar se darían pues las primeras reuniones dirigidas a liberar al pueblo alemán de la dictadura.

No fue fácil al comienzo reclutar voluntarios, ello por varias razones. Una de ellas fue que en los primeros años de la contienda, Alemania logró ocupar militarmente todos los objetivos continentales que se propuso, a excepción de Gran Bretaña. No había, por tanto, muchos militares descontentos con la, hasta entonces, adecuada conducción militar del “Führer”.

La segunda razón que tornaba riesgoso el complot radicaba en que, como todo régimen dictatorial, el nazismo había desarrollado una amplia red de servicios de espionaje, delación y persecución política, cuyo emblema perdurable será la Gestapo, contracción que refería a ‘Policía Secreta del Estado’, que actuaba sobre la población en general pero especialmente sobre los hombres de armas.
           
Los que intervinieron finalmente en la Operación Valquiria fueron fundamentalmente oficiales de las fuerzas armadas, pero también algunos civiles, alcanzando a unas doscientas personas. Algunos de ellos, como el conde Claus von Stauffenberg, y los hermanos Ludwig y Kunrat von Hammerstein, se decidieron a pasar a la acción guiados por sus íntimas convicciones.

El mismo 20 de julio, al anochecer, habiendo llegado la noticia de que Hitler sobrevivió al atentado, muchos de los complotados fueron detenidos y ejecutados sumariamente. Otros padecerían la farsa de un juicio en el que fueron humillados, para ser finalmente ejecutados. Sus familiares fueron encarcelados en las peores condiciones imaginables hasta el fin de la guerra.
           
A manera de homenaje póstumo a los héroes de la resistencia alemana que dieron sus vidas mucho antes que las bombas aliadas aseguraran el terreno que desembocaría, ya derrocado el régimen tiránico, en los tribunales de Nüremberg, un connacional de Von Stauffenberg expresaría décadas más tarde, con el parlamento alemán como auditorio: “Dijo en cierta ocasión San Agustín ‘Quita el derecho y, entonces, ¿qué distingue el Estado de una gran banda de bandidos?’. Nosotros, los alemanes, sabemos por experiencia que estas palabras no son una mera quimera. Hemos experimentado cómo el poder se separó del derecho, se enfrentó contra el derecho; cómo se ha pisoteado el derecho, de manera que el Estado se convirtió en el instrumento para la destrucción del derecho; se transformó en una cuadrilla de bandidos muy bien organizada, que podía amenazar el mundo entero y empujarlo hasta el borde del abismo. Basados en esta convicción, los combatientes de la resistencia han actuado contra el régimen nazi y contra otros regímenes totalitarios, prestando así un servicio al derecho y a toda la humanidad. Para ellos era evidente, de modo irrefutable, que el derecho vigente era, en realidad, una injusticia.” (Discurso del Papa Benedicto XVI del 22 de septiembre de 2011).
           
En efecto, las leyes nazis estructuradas a lo largo de años sobre la falsa premisa de una pretendida superioridad racial, constituyeron un orden jurídico intrínsecamente injusto e inhumano. Sólo volviendo a las bases de un derecho natural fuertemente enraizado en valores y principios objetivos (en ello se habrían de basar necesariamente las sentencias en Nüremberg) sería posible corregir el rumbo. A ese retorno al verdadero derecho apostaron los miembros de la resistencia alemana.
            

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