Me gusta imaginar su mirada sonriéndome en el camino, con ternura, calmado, conteniendo mi debilidad, animando mi desasosiego
Siempre me imagino a Cristo sonriendo. Puede que, en el camino hacia el Gólgota, Jesús no tuviera casi fuerzas para sonreír. Pero no creo que le faltara esa sonrisa para su Madre, para los suyos, para las mujeres que lloraban, para aquella mujer que se atrevió a secar su rostro con un paño, para el buen ladrón arrepentido que lo miró conmovido, para el cireneo que le ayudó con esfuerzo a llevar la cruz.
Sí, en muchos momentos de su vida Jesús sonreiría. Tendría una risa fácil, inocente, como esa que tienen algunos niños que pasan por la vida regalando sonrisas con cierto alboroto. Porque no conocen el mal, porque ven la belleza detrás del dolor y la dureza de la vida.
Jesús sonreiría al ver la sorpresa de aquellos que eran curados con sus milagros, sonreiría a la mujer adúltera a la que ninguno condenó y Él dejó marchar en paz, sería su sonrisa lo primero que verían los ciegos al ser curados, sorprendidos, agradecidos.
Sonreiría al llamar a Pedro, a Juan, a cada uno y ver cómo con prontitud lo dejaban todo. Sonreiría a Zaqueo al ver cómo bajaba presuroso del árbol. Sonreiría a Marta, a María y a Lázaro cada tarde en Betania.
Sonreiría al ver a Pedro en el Tabor querer montar tres tiendas para pasar allí la vida. Sonreiría al ver la sorpresa de Felipe cuando trajo los panes y peces que tenía un niño y luego vio el milagro.
Sonreiría a la samaritana junto al pozo al recibir su agua con inocencia. Sonreiría al leproso que volvió curado y agradecido. Sonreiría a esa niña pequeña a quien pudo devolver la vida.
Sonreiría al hablar desde la montaña explicando el camino de la vida. Sonreiría al contar tantas parábolas y ver la sorpresa y entusiasmo de los que lo escuchaban con el corazón abierto.
Sí, Jesús sonreiría en su vida entre nosotros. Sonreiría ante las cosas pequeñas. Se reiría de las cosas difíciles. Confiaría porque su Padre lo amaba con locura. Sonreiría a los que vivían en la tristeza.
Y su sonrisa sería amplia, como un ventanal lleno de luz, como una puerta inmensa abierta a la vida. Su sonrisa quitaría los miedos del alma y rompería las barreras y distancias. Su sonrisa enamoraría y desearían todos estar con Él sólo por ver de nuevo cada día su sonrisa.
Es por eso que Jesús también hoy sonríe. Me gusta imaginar su mirada sonriéndome en el camino, con ternura, calmado, conteniendo mi debilidad, animando mi desasosiego, levantando mi falta de esperanza.
Me gusta pensar en su sonrisa cuando me preocupo en exceso, cuando temo por el futuro incierto, cuando me confundo. Me gusta pensar que se ríe un poco de mí, de mis miedos y agobios, como diciéndome: «Pobre, ¿por qué no confías más en mí?».
A veces, llenos de agobios y preocupaciones, no tenemos tiempo para sonreír. Y la vida corre. Y se nos escapan las horas. Y no hay risas en nuestra vida. Nos da miedo sonreír demasiado. Y necesitamos, más que nunca, que alguien nos sonría, que Dios nos sonría. Y su sonrisa nos levante.