Tenemos que ser como niños, confiar más: en el camino de la vida muchas cosas permanecerán ocultas, escondidas, indescifrables
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Hoy de nuevo nos acercamos al alma de Jesús. Jesús nos abre su corazón y nos pide que nos asemejemos a Él. Henri Nouwen dice: «Háblanos desde ese lugar del corazón donde eres más tú mismo».
Jesús hoy se pone como ejemplo. Desvela algo de su ser. Habla de lo más íntimo, de lo más profundo. ¿Quién es Jesús en lo más hondo? ¿Cuál es su nombre? Él es humilde y manso. Y quiere que seamos como Él.
El Padre José Kentenich comenta: «Algunas palabras del Señor operan como resquicios que nos permiten vislumbrar el fondo de su alma. Todas esas palabras que nos abren una puerta para atisbar en lo hondo del alma de Jesús se pueden resumir en una expresión que entraña un universo entero. En su vida Jesús no hizo otra cosa que decir ‘Sí, Padre’ (Lc 10,21).
¿Por qué predicaba Jesús? No porque tuviese necesidad de ello, sino porque el Padre así lo quería. Toda la mente y todo el corazón de Jesús tenían como eje al Padre del cielo»[1].
Hoy Jesús nos habla desde ese lugar del corazón donde Él es más Él mismo. Es la única vez en el Evangelio que nos pide que aprendamos algo: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón».
No nos pide que aprendamos a hacer milagros. No resalta algunos de los rasgos de su vida. No pide que seamos misericordiosos, verdaderos, fieles, auténticos, honestos, justos.
Es verdad que en otras ocasiones expresa esos ideales a través de parábolas. Pero en esta ocasión nos dice que aprendamos de Él que es humilde y manso. Detrás de su humildad y mansedumbre se esconde la actitud confiada ante su Padre. La actitud de aquel hijo que confía plenamente en su Padre. Fue siempre su actitud.
Decía Benedicto XVI: «Es preciso recordar que el atributo esencial de Jesús es el que expresa su dignidad, el de ‘Hijo’. La orientación de su vida, el motivo originario y el objetivo que la han modelado, se expresa en una sola palabra: ‘Abbá, Padre amado’».
Jesús quiso siempre agradar a su Padre. Fue el sentido de su vida ser hijo dócil en sus manos. Es la actitud filial que hoy quiere regalarnos. Es un mensaje sencillo que Dios ha revelado a la gente sencilla.
Y nosotros a veces somos muy complicados. «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla».
Mira a los suyos, se conmueve al ver la fe de los más sencillos, de los más pequeños. Se llena de ternura hacia los más pobres, hacia los que tienen esa mirada pura que, sin saber mucho, sí lo reconocen.
El mensaje está oculto para el que cree saberlo todo, para el que no está abierto a comenzar de nuevo, para el que no se ve necesitado y encasilla a los otros sin darles una oportunidad.
Les damos demasiadas vueltas a las cosas. No miramos la vida con fe sencilla. Le pedimos a Dios continuamente que nos dé explicaciones, que nos aclare por qué ocurren las cosas de determinada manera.
Dios calla. El silencio de Dios nos aturde. Tenemos que ser como niños. Confiar más. No tratar de entenderlo todo con mente adulta. No querer tener respuestas para todas nuestras preguntas. Es absurdo. En el camino de la vida muchas cosas permanecerán ocultas, escondidas, indescifrables.
Jesús nos pide que seamos como niños. Que nos atrevamos a llamarle a Dios Padre. Que dependamos de su conducción, de su cariño y protección. Como los niños.
Georges Bernanos tuvo una poderosa intuición: «El niño extrae humildemente el principio mismo de su alegría del sentimiento de su propia impotencia. Confía en su madre. Presente, pasado, futuro, toda su vida, la vida entera, se encierra en una sola mirada y esa mirada es una sonrisa».
El niño se sabe amado y por eso confía. Su sonrisa es amplia, sincera, llena de verdad. Su sonrisa sabe que nada malo se esconde bajo las apariencias. No ve debajo del agua cosas peligrosas. Mira con inocencia, porque aún no la ha perdido. Confía y ama sin pretender nada, sin buscar nada. Se abandona en los brazos de su padre. Ama.