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Monseñor Enrique Angelelli, el amigo del Papa que fue asesinado durante la dictadura

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Marcelo López Cambronero - publicado el 05/07/14
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Siempre tuvo un juicio claro sobre el peligro que la teología marxista suponía para la Fe del pueblo

Fue asesinado el 4 de agosto de 1976 por el gobierno argentino durante la dictadura del General Videla. Un crimen de hace 37 años que ha recibido la atención de medios informativos de todo el mundo.

Quien fuera obispo de la provincia argentina de La Rioja nos exige unas palabras en base a dos importantes consideraciones. La primera es su intensa amistad con nuestro actual Papa Francisco, al que llegó a salvar de la muerte y del que fue un referente intelectual y teológico. La segunda es por su actitud ante la Teología de la Liberación: fue un hombre entregado a su pueblo, que luchó por la justicia en circunstancias extremadamente difíciles, que con sus palabras y sus obras ayudó en todo momento a quienes más lo necesitaban.

Aunque una brutal propaganda gubernamental lo acusaba de filocomunista, siempre tuvo un juicio claro sobre el peligro que la teología marxista suponía para la Fe del pueblo. Sus homilías, como su vida, son muestra de la fuerza del Evangelio, de su poder transformador, de la potencia del hecho cristiano que no debe ser reducido a ninguna ideología, ni de izquierdas (pretensión de muchos sacerdotes y laicos influidos por la mentalidad dominante en determinados círculos latinoamericanos) ni de derechas (el ejército y una parte importante de la población querían identificar a la dictadura criminal argentina con la Iglesia, a lo que se resistieron de forma creciente los obispos, como hemos mostrado y documentado en nuestro volumen Francisco, el Papa manso). Podemos conocer mejor su mensaje a través de una página realizada con la intención de recuperar su figura.

La relación entre Enrique Angelelli y Jorge Bergoglio fue muy estrecha y continuada en el tiempo. En junio de 1973 los jesuitas tenían que nombrar a un superior para el país que afrontase el descenso de vocaciones y la arremetida ideológica del momento. Muchos jóvenes que sentían la llamada al sacerdocio y que deseaban dar su vida por sus hermanos se integraban en milicias o grupos terroristas buscando una mayor "eficacia", cuando no simplemente encontraban en el marxismo una nueva religión cuyas promesas les parecían más "razonables".

No fueron pocos los sacerdotes y miembros de congregaciones religiosas que se integraron en este tipo de organizaciones o que decidieron desligarse de toda autoridad eclesiástica. En una situación así es muy significativo que el encargado de dictar el retiro espiritual previo a la elección del nuevo superior fuese precisamente Monseñor Angelelli, y que el elegido por los jesuitas fuese Jorge Bergoglio, nuestro Papa.

En otra ocasión penetró con su coche en el aeropuerto Capitán Vicente Almandos de la capital de la Provincia para sacar de su avión a Francisco y al Padre Vicente Arrupe antes de que llegaran a los edificios centrales de la instalación, ya que allí les esperaban unos mercenarios contratados con el fin de lincharles.

Todavía existe otro momento en su amistad que la pone de manifiesto de manera paradigmática. Antes del asesinato de Angelelli los militares ya habían eliminado a algunos de sus colaboradores, como Wenceslao Pedernera, Gabriel Longueville o Carlos de Dios Murias.

Tras la muerte del obispo quedaron indefensos tres seminaristas de La Rioja que pertenecían al grupo perseguido de los "Sacerdotes del Tercer Mundo" (conocidos como "tercermundistas") y que corrían serio peligro.

Bergoglio, que residía entonces en el Colegio Máximo San José del Barrio de San Miguel, al norte de Buenos Aires, los escondió en el centro asumiendo gran riesgo personal y salvándoles de sufrir un seguro encontronazo con los grupos paramilitares.

Serían los primeros de muchos a los que nuestro Papa dio cobijo y protección. Los nombres de aquellos seminaristas, hoy presbíteros, son Carlos González, Enrique Martínez y Miguel La Civita.

Francisco tiene en su mente y en su corazón a su viejo amigo, y por eso envió al juez dos documentos que han sido muy importantes para la causa: una carta personal y un informe sobre la actuación de los militares en La Rioja durante los primeros meses de la dictadura que el propio obispo había enviado en su momento al Vaticano.

Angelelli fue finalmente asesinado

El ejército intentó presentarlo como un accidente de circulación pero ya en el año 2006, en una eucaristía celebrada a los treinta años del trágico suceso, la Iglesia argentina había mostrado su convicción de que se había tratado de un acto criminal. Precisamente fue Jorge Bergoglio, en aquel momento Primado del país, quien lo expresó en la homilía.

Los hechos nos son hoy conocidos, especialmente por el testimonio del Padre Pinto, que escapó con vida del atentado. Angelelli y él regresaban desde El Chamical, adonde habían acudido para recoger pruebas y testimonios del crimen perpetrado contra Longueville y Murias, cuando se dieron cuenta de que los perseguía un Peugeot 404 que, en el momento de adelantarles, realizó una hábil maniobra y provocó que la furgoneta del obispo volcase. Después arrastraron el cuerpo del obispo, todavía con vida, y lo remataron de un tiro en la nuca. Otros testimonios de médicos y enfermeras apuntan a que antes del disparo le propinaron una contundente paliza.

En el año 2006 la justicia ya había abierto una investigación, que debería haber llegado a juicio oral en 2011, y en la que se llegó a imputar al expresidente Jorge Videla, al exministro de interior Albano Harguindeguy, al exgeneral Luciano Benjamín Menéndez y al excomodoro Luis Fernando Estrella.

Diversos retrasos llevaron el juicio hasta el 28 de octubre de 2013, pero debido a que tanto Videla como Harguindeguy habían fallecido se produjeron nuevas demoras. Mientras tanto, Benjamín y Estrella fueron condenados a cadena perpetua por el asesinado de los sacerdotes Gabriel Longueville y Carlos de Dios Murias.

Finalmente el Tribunal Oral Federal de La Rioja les ha condenado a una nueva pena de prisión perpetua e inhabilitación de por vida, solicitando que la pena se cumpla en prisión y no en el domicilio de los reos, que cuentan con 77 y 81 años respectivamente. En ambos casos no fueron ellos los autores materiales, sino quienes lo encomendaron a otros y diseñaron la estrategia para dar a los medios la versión del accidente de tráfico.

Con este pronunciamiento se marca un hito en la historia de la Iglesia argentina, pero no debe cerrarnos la memoria hacia un hombre que vivió la opción preferencial por los pobres desde la centralidad de Cristo, lo que ya fue reconocido desde el Vaticano por el Cardenal Sandrini, de la Comisión Pontifica para América Latina, y cuya causa de canonización ya está abierta.

Es muy importante que los cristianos recordemos siempre la grandeza que nace del afecto a Cristo, así como la discordia, sequía y dispersión que introduce la ceguera ideológica, sea del color que sea. Enrique Angelelli, "la voz de los sin voz", aquel que decía tener un oído en el Evangelio y otro en el pueblo, es un ejemplo para todos por su fe, por su afecto al Señor, por la claridad de sus juicios y por su entrega a los hermanos.

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