Nuestra vida es sacerdotal en la medida en que, unida a la de Cristo, se convierte en una completa oblación al Padre
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Hoy, jueves posterior a la solemnidad de Pentecostés, celebramos la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote. Aunque no figura en el calendario de la Iglesia universal, esta fiesta se ha ido extendiendo por muchos países y diócesis.
La fiesta de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, fue introducida en España en 1973. Posteriormente fue solicitada por numerosos episcopados de todo el mundo.
Se celebra el jueves posterior a la solemnidad de Pentecostés. Tiene categoría de fiesta y cuenta con textos propios para la misa y para el oficio. En muchas diócesis se celebra también en este día la Jornada de santificación de los sacerdotes.
El Nuevo Testamento no utiliza el término sacerdote para referirse a los ministros de la comunidad. Lo reserva para denominar a Cristo (cf. Hb 6-10) y al pueblo de Dios, todo él sacerdotal (cf. 1Pe 2,9).
En relación con Cristo, la carta a los Hebreos interpreta su sacrificio, en oposición a los sacrificios de los sacerdotes de la antigua alianza, como el nuevo, único y definitivo sacerdocio: «Así también Cristo no se apropió la gloria de ser sumo sacerdote, sino que Dios mismo le había dicho: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy. O como dice también en otro lugar: Tú eres sacerdote para siempre igual que Melquisedec» (Hb 5,5-6). La misma carta añade: «Cristo ha venido como sumo sacerdote de los bienes definitivos» (Hb 9,11).
Mediante el bautismo, todos hemos sido configurados con Cristo Profeta, Sacerdote y Rey. Nuestra vida es sacerdotal en la medida en que, unida a la suya, se convierte en una completa oblación al Padre.
Hoy es también un día adecuado para meditar lo que nos dicen las Constituciones de los claretianos al hablar de los misioneros presbíteros: «Configurados por medio del Sacramento del Orden con Cristo Sacerdote, cuya persona representan principalmente en la celebración de la Eucaristía, compartan su muerte y su vida, de modo que conviviendo con los hombres susciten en los demás el recuerdo de la presencia del Señor» (CC 83).
Artículo originalmente publicado por claret.org