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Política y corrupción: 5 claves para ir más allá de la queja y la indiferencia

URNA WYBORCZA
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Centro de Estudios Católicos - publicado el 03/06/14
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La construcción de ideales grandes de cambio y transformación siempre empiezan por uno mismo

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Veo con preocupación el clima político en la tierra que tanto quiero. Por momentos surge una exclamación fuerte que me dice que “el sistema está podrido” o pienso también que estoy presenciando un combate de “todo vale”.

Me hago la pregunta ante los últimos acontecimientos que para muchos de estos “señores” políticos cualquier medio es justificable con tal de alcanzar el poder.

La política es un espacio humano, y siempre se debe tener en cuenta su carácter relativo: es así, no en cuanto a que no exista, sino en cuanto a que no es la totalidad de la realidad.

Si uno ha caído en esta trampa, sinceramente en este momento no queda otra que irse del país y pensar que lejos de aquí las cosas son mejores.

La política es un ejercicio humano que tiene como fin la justicia y la consecución del bien común, por lo tanto está al servicio del hombre, especialmente de los más pobres y débiles de la sociedad.

Los medios de comunicación también en algunos casos pretenden dibujar con sus fotos, vídeos, reportajes y noticias, muchas veces “virales” (¡qué paradoja!) toda la realidad; pero también una vez más debemos decir que son parciales y no podemos olvidar tampoco que si bien se esfuerzan por ser objetivos e imparciales, están presionados por fuertes intereses ideológicos, de poder y económicos.

Por momentos escucho, veo o leo a los políticos y casi siempre surge en mí la pregunta ¿es creíble lo que está diciendo? En medio de una atmósfera enrarecida creo que es importante recordar algunos elementos fundamentales:

1. La política debe estar al servicio del hombre y de la sociedad, y tiene como fin la justicia y el bien común. No puede estar al servicio del poder de unos cuantos ideólogos o grupos económicos que muchas veces quieren sólo su propio beneficio.

2. No podemos quedarnos solamente con la visión del país que nos ofrecen los medios de comunicación, porque sólo terminaremos teniendo una visión parcial y equivocada. Estar en contacto con la realidad del país significa entender y escuchar al universitario, al ama de casa de algún barrio deprimido, al campesino, al obrero, al empresario, al líder sindical, a los sacerdotes y laicos cristianos que trabajan por un país mejor, etc.

3. Un cristiano puede y me atrevería decir que hasta debe participar en política. Claro que sí. Creo que hay varias maneras de hacerlo. No hay manera de gobernar algo si previamente no me gobierno a mí mismo. La construcción de ideales grandes de cambio y transformación siempre empiezan por uno mismo.

La participación directa en política o la militancia partidaria es un ejercicio humano válido y diría yo hasta necesario, especialmente en este tiempo. No podemos caer en la tentación de la mera indignación o la indiferencia egoísta, en donde mientras no me veo afectado no participo.

4. Un cristiano involucrado en política no puede perder su identidad de bautizado; debe seguir siendo fiel a sus convicciones de la misma manera como lo debe ser un médico, un profesor, un empresario o un obrero. Que la política hoy sea muy “sucia” no puede ser una excusa para excluirse o lavarse las manos como Pilato.

5. Todo cristiano debe tener un compromiso claro y directo con el bien común. Nadie puede sentirse exento. Un compromiso especialmente orientado a los más necesitados y débiles de la sociedad, que son los que más sufren por culpa de sistemas injustos.

Benedicto XVI hace unos años mencionó que la Iglesia “no es y no pretende ser un agente político”, pero sí necesitamos generosos y valientes laicos cristianos en política, cristianos con clara identidad y no solamente de nombre.

El papa Francisco afirmó en una ocasión: “La política es demasiado sucia, pero yo me pregunto: ¿Por qué es sucia? ¿Por qué los cristianos no se han involucrado con su espíritu evangélico?”.

Yo creo que la respuesta pasa por involucrarse directamente en la política, desde la participación consciente y responsable en las votaciones, hasta –si es el caso— la militancia en la política activa.

Y el camino implica un cambio de actitud de muchos laicos cristianos que pueden responder en este campo fundamental de la vida social.

Por José Alfredo Cabrera Guerra
Fragmento de un artículopublicado originalmente por Centro de Estudios Católicos  

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