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La autoestima de los hombres: El tema que Chesterton se tomó muy en serio

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Ignacio Pérez Tormo - publicado el 17/05/14
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La propuesta de Chesterton es ver con ojos de niño. Querer y sorprenderse con corazón de niño

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Entre las páginas de Autobiografía, se encuentra un pasaje un tanto turbio. G. K. Chesterton manifiesta haber acudido, antes de su conversión, al espiritismo. En una de las sesiones, percibió una presencia. Un espíritu diferente a otras ocasiones, al que no buscaba y que le produjo horror. Manifiesta que no desea hablar de ese vivencia, sino únicamente advertir contra aquella práctica.

Un pasaje con un tono tan desconcertante, sólo lo volvemos a encontrar en su obra, cuando habla de la tristeza secular de los hombres.             

Los convencionalismos del lenguaje

Desde la Ilustración y la Revolución Francesa, la Verdad cada vez que la comunicamos a alguien, ha de pagar un arancel, una tasa al racionalismo. La Verdad disminuye de contenido cada vez que la transmitimos, debido a los convencionalismos que nos impone esa Filosofía moderna.
                 
El mecanismo es análogo a un conocido juego infantil. Un primer niño dice en secreto una frase al segundo. Van encadenando la frase de uno a otro. Así sucesivamente, hasta el último. Al final, sólo queda los restos de la frase original y las risas de los pequeños.
                 
Chesterton en El Acusado (1901), lo explica con otro ejemplo. Es habitual escuchar en cualquier conversación a alguien afirmando una idea taxativamente. Por ejemplo, "El marfil es blanco". Y a continuación corregir: "El marfil es blanco … pero no tan blanco como la nieve".
                 
El problema surge cuando esa Verdad, que disminuye progresivamente, es la de nuestra alegría o felicidad. La que expresamos cuándo nos preguntan cómo estamos.
                 
Chesterton, en cuyo matrimonio no hubo hijos, pasaba las tardes de domingo organizando juegos infantiles a los niños de sus invitados en su residencia de Beaconsfield. Sin embargo, llegados a este punto, conmina a abandonar el juego.
                 
Renunciar a conocerse, renunciar a quererse
                 
¿Qué sucedería si fuéramos renunciando a la Verdad sobre cómo percibimos nuestra propia alegría?
                 
Es "La increíble tendencia del ser humano a minusvalorar su felicidad”, dice Chesterton, y lo anota como un descubrimiento:
                 
“He descubierto que cada hombre está dispuesto a decir que la hoja verde del árbol es algo menos verde y la nieve de la Navidad algo menos blanca de lo que en realidad son".
                 
Esta claudicación sería pequeña, si fuera de una vez por todas. Pero lo cierto es que se realiza en muchas ocasiones.
                 
"He descubierto -dice Chesterton- que la humanidad no se dedica de manera circunstancial, sino eterna  y sistemáticamente, a tirar oro a las alcantarillas y diamantes al mar.”
                 
La humildad está ya herida por la modernidad
                 
Con estos convencionalismos, llegaríamos al absurdo de pensar que la humildad consiste en pensarse que uno es peor, más feo, más limitado, de lo que  en realidad es.
                 
“En cualquier esquina de la calle podemos encontrarnos a un hombre que diga la blasfema declaración de que “podría estar equivocado”. Cada día uno se topa con alguien que dice que por supuesto su visión podría no ser la correcta. Por supuesto que su visión debe ser la correcta, o no sería su visión. “
                 
¿Quién saca provecho? Sin autoestima, sin querernos, quedaríamos liberados de Dios, razonaba otro autor, discípulo de Chesterton. No desearíamos tener una inclinación hacia Dios mayor que la que querríamos para cualquier habitante de la otra punta del planeta Tierra,  Plutón o Marte. Nos resultaría indiferente.
                 
La receta de Chesterton para la autoestima
                 
La propuesta de Chesterton es ver con ojos de niño. Querer y sorprenderse con corazón de niño. Es curioso que el adulto no se acuerde de haber sido niño. No es el padre el que engendra al niño –dice Chesterton- Sino el niño el que, al crecer, ha engendrado al padre.
                 
La parte más humana de la Iglesia tenía el mismo miedo, tristeza e inseguridad que el resto de la Humanidad. Necesitaba un abogado, un apologista. Y la tarea iba a recaer en … ¡un niño que jugaba con otros niños!
 

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