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En memoria de Jacinto Convit, un sabio científico y humilde

jacinto convit

© Magdalena Valdez

Aleteia Team - publicado el 17/05/14

El descubridor de la vacuna contra la lepra solía decir: el amor es el único antídoto contra el odio

Ha fallecido en Venezuela a los 100 años un gran médico y hombre entregado a su vocación, Jacinto Convit, descubridor de la vacuna contra la lepra y gran luchador contra el cáncer. Un científico eminente y un hombre creyente y humilde que se entregó al servicio de los demás. Desde Venezuela, nos llega esta entrevista realizada por la periodista Macky Arenas hace cuatro años a modo de homenaje.

-¡Qué Dios lo ilumine!, exclaman los pacientes en el Hospital Vargas. En diez minutos está lista la vacuna que experimenta el científico y su equipo para el tratamiento del cáncer. “Falta mucho por llegar a la meta, no queremos crear falsas expectativas”, dice Convit desde la sabiduría de los 96 años. “¡Que Dios lo ilumine!”, es la frase que se escucha repetir a los enfermos que esperan por el sabio del Vargas. El Instituto de Biomedicina, contiguo al emblemático y caraqueñísimo hospital, es hoy un hervidero de afectados por la que se llama discretamente “penosa enfermedad”, como si se temiera hasta pronunciar el nombre. Todos quieren vivir.  Hace tiempo que este viejo luminoso libra un combate sin cuartel contra el cáncer.

Tiempo es lo que necesita el doctor Jacinto Convit. Ha recorrido un largo camino a través de su gran pasión: la investigación, desde que salvó a la humanidad de la más terrible y humillante enfermedad bíblica (la lepra), hasta hoy, cuando al filo de la centuria en edad, se aproxima a  conseguir la vacuna contra el cáncer.  “No es una vacuna –ha explicado desde el comienzo- es más bien una inmunoterapia. Las vacunas son tratamientos preventivos y esto no es lo mismo. La persona debe estar enferma para que pueda recibir esta terapia, que se obtiene de su propio organismo, del propio tumor”.  Siendo así, el cáncer se enfrenta a un enemigo de cuidado: encima, no harán falta miles de millones para producir el remedio y menos para tener acceso a él.

Este “milagro”, como ya lo llaman algunos, se prepara al instante y se aplica  en tres dosis con intervalos de seis semanas. En 23 personas sólo dos de ellas no obtuvieron mejorías. Una tenía diabetes y la otra  estaba recibiendo quimioterapia. “Dependiendo de la complejidad de cada caso los cambios tardan más o menos, pero ya hay personas que a la primera o segunda dosis comienzan a presentar cambios inmunes”, cuenta un miembro del grupo que acompaña al doctor Convit. Los resultados han sido sumamente alentadores para plantarle cara a esta enfermedad que se ha llevado a la tumba a millones de seres humanos, justamente atacando con fiereza en las modalidades sobre las que trabaja el equipo de Convit: mamas, colon, cerebro y estómago.

Está claramente en etapa experimental y Dios le está dando el tiempo que este apóstol de la esperanza va requiriendo para cumplir con la fase  final de la cuota de agradecimiento a su querida Venezuela, a la que escribió en una carta: “Te agradezco el haber sido formado en tu seno y el haber entendido, en mi tránsito en la vida asentado en ti, que es el trabajo compartido en equipo, consciente y sostenido, el más fructífero. Ayúdanos a entender para tu mayor esplendor que eso es así”.        

Equipo de la esperanza

Y ha sido así. Jacinto Convit ha logrado un equipo que ha persistido a su lado en la fe, en el esfuerzo, en el desprendimiento por amor a este país. Hoy, como auténticos franciscanos de la ciencia, siembran la esperanza en medio de un colectivo desesperanzado y el aliento en medio de la depresión. Nunca hemos estado más defraudados, aparentemente entregados y es justo ahora, como si se tratara de una señal del Cielo, que se nos revela de nuevo este héroe civil  levantándose como el luchador de la lona, en el impulso decisivo antes del sonido de la campana. Está potenciando cambios en el sistema inmunológico de la persona afectada con el uso de su propio tumor. El compuesto que se inyecta es personal, por lo tanto, gratuito.

La cura estará al alcance, si concluye con éxito la fase experimental, de todo aquél que la necesite. Tal vez la quimioterapia, con sus terribles efectos colaterales sobre el organismo humano, no será necesaria, antes bien, muy probablemente sea contraindicada. El costoso tratamiento que dejaba por fuera a los pacientes sin recursos, encontrará su muerte natural en la perseverante e ininterrumpida evaluación que este notable investigador conduce en quienes voluntariamente acuden en masa a pasar por la prueba.  Poco tienen que perder y mucho que ganar.

En diez minutos está lista la vacuna. Nunca se fabrica si el paciente no está sentado esperando. El interesado se presenta, se le hacen unos sencillos test de inmunidad celular con pedacitos de tejido de la parte afectada y se elabora la vacuna el día en que la persona llega para aplicársela. Se suministra por vía intradérmica, en uno de sus brazos. A partir de ese momento, comienza un control riguroso de toda la evolución médica del paciente, especialmente los informes aportados por su oncólogo tratante. El doctor Convit no cobra por nada. “Jamás en su vida ha ejercido en privado”, dicen sus colaboradores. Y nos consta. La fila de pacientes a las puertas de su consultorio, día tras día, prueba que esa eminencia de la medicina se ha consagrado a quienes menos tienen. No en balde lo llaman “el José Gregorio Hernández de San José”.

Aliviar el dolor humano

Dentro de un ratico tendrá cien años, de los cuales ha dedicado a la áspera y silenciosa  faena de la investigación la casi totalidad de su desempeño profesional y no ha perdido su lucidez, ni su natural simpatía, ni su curiosidad de saber, ni su cercana sencillez, mucho menos su trato humano y afable. Es una persona alegre y hasta bromista, lo cual no deja de ser sorprendente en un ser que tiene que haber visto desfilar al dolor de la mano de la miseria, del llanto y de la impotencia a lo largo de toda su vida. Una vez fue nominado al Nobel de Medicina y la mezquindad se lo arrebató. Pero él  no se quejó ni se amilanó. Simplemente siguió en lo que toda la vida ha hecho: aliviar el sufrimiento humano. 

Gracias a él Venezuela fue la primera de las naciones del mundo en mostrar que la dignidad del ser humano que sufre la lepra debe ser preservada y que un enfermo no debe ser humillado ni rechazado, sino atendido y curado. Hoy, de nuevo, Jacinto Convit está señalando al mundo el camino hacia la cura del cáncer y una fórmula para hacer llegar las terapias a quienes jamás podrían cubrir los costos exorbitantes de los actuales tratamientos, dolorosos, prolongados y nada garantizados, en otras palabras, a las mayorías. “Falta mucho para llegar a la meta, no queremos crear falsas expectativas”, dicen en el laboratorio, pero Convit anima, orienta, atiende personalmente a los pacientes, ha enrolado con su entusiasmo a experimentados colaboradores que estaban a punto de retirarse. Nadie puede decirle que no. Convence con su empeño en salvar vidas y aportar a la humanidad un poco de alivio; y convence con sus ojos azules profundos, conmovedores, llenos de inmensidad y de dulzura.

Sin misterios o secretos  

Cuando fuimos a entrevistarlo, para su biografía en Globovisión, nos dedicó el tiempo que necesitábamos, con su característica bondad y suavidad en el trato. Nos contó su historia haciendo gala de una memoria envidiable. Relataba sus experiencias con humildad, como si se tratara de un ser común y corriente, con una conversación sumamente grata y fluida. Su despacho es de una simpleza que contrasta con su currículum imposible de asimilar en una sola lectura. Uno llega a preguntarse si los periodistas no somos un estorbo para este tipo de mentes en permanente creación y más si vamos con cámaras, luces, cables y micrófonos. Cualquiera podría sentirse insecto ante tanta sabiduría, pero esos ojos azules inoculan confianza: “Adelante, pregunta que yo te contesto”. Entonces uno se aventura. Es de esos seres especiales que son capaces de sacar lo mejor de cada interlocutor. Sus asistentes, literalmente, lo adoran. No se le pasa nada. Está pendiente de todo, si queríamos un juguito, si nos habían facilitado las cosas, si precisábamos de algo más. El confesó que todo lo que le hacía falta era tiempo y que si Dios se lo concedía él daría con esa terapia contra el cáncer.

Fue una lección que tuvo un broche de oro. Cuando le preguntamos qué debíamos hacer para llegar a su edad en sus condiciones, respondió: “Hay que amar y dejarse llevar. El odio mata, el amor cura”. No queda sino quitarse el sombrero ante Convit. Coreamos a las humildes voces que cada día lo ponen en manos del Creador: que Dios lo ilumine y sobre todo, ¡que Dios lo bendiga!

Extracto de un artículo publicado por ReporteCatolicoLaico

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