El cardenal Sistach habla sobre el próximo Congreso Internacional de Pastoral de la Grandes Ciudades de Barcelona
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El cristianismo empezó a propagarse en las ciudades. Las urbes hoy se plantean desafíos enormes y es por este motivo que el arzobispo cardenal de Barcelona, Lluís Martínez Sistach, ha organizado un congreso para dilucidar qué puede aportar la Iglesia en los núcleos urbanos dónde hay sed de espiritualidad y también problemáticas como la inmigración y la marginación.
El congreso se celebra del 20 al 22 de mayo en Barcelona y cuenta con la presencia del sociólogo Manuel Castells y el antropólogo Marc Augé, entre otros. El cardenal nos explica en esta entrevista qué pretende y espera que esta iniciativa ayude a una mayor “cercanía de la Iglesia” a esta problemática.
– ¿Las ciudades ya no son focos de espiritualidad?
Las grandes ciudades son polivalentes. En ellas encontramos de todo. También espiritualidad. El Papa Francisco ha escrito que Dios habita en las ciudades, en sus casas, en sus calles y plazas. Hay que descubrirlo con una mirada contemplativa, una mirada de fe.
Por lo que se refiere al Evangelio y al cristianismo, no podemos olvidar que la evangelización empezó en las ciudades: Jerusalén, Roma, Corinto, Atenas, etc.
El Congreso Internacional de Pastoral de las Grandes Ciudades que organizo en Barcelona pretende conocer mejor aquello de globalizado que hay en las grandes urbes. Es obvio que en estas concentraciones humanas hay multitud de personas y las personas tenemos una dimensión religiosa, espiritual y trascendente.
– ¿Qué mentalidad tiene que cambiar en la Iglesia para llegar a los alejados?
Hay que ir más a las raíces del cristianismo, al Evangelio y al mandato de Jesús para ir a todos los pueblos, a todas las personas para anunciarles la Buena Nueva. Es lo que nos pide reiteradamente el Papa Francisco, que la Iglesia sea una Iglesia en salida, que salga y vaya a las periferias geográficas y existenciales.
Se trata, en definitiva, de vivir todos los miembros de la Iglesia nuestra vocación misionera y evangelizadora que surge del bautismo. Si prima en la Iglesia esta dimensión, cambiarán muchas cosas.
Francisco en su exhortación apostólica “La alegría del Evangelio”, nos dice que el criterio para la auténtica reforma de la Iglesia consiste en la dimensión misionera y evangelizadora.
– ¿Sigue la Iglesia proponiendo preguntas que la gente no se hace?
Pienso que sí. Hablamos de ética, de fraternidad, de amor, de olvidarse de uno mismo para darse a los demás, de sencillez, de austeridad, de trascendencia, de interiorización por encima de imagen, etc. Hablamos de Jesús como único Salvador que por amor dio su vida. Hablamos de cruz y resurrección. Este mensaje hoy no siempre es valorado y aceptado. Ha sido así, es y será.
Pero hoy también hay muchas personas que buscan sentido auténtico y pleno a la vida y conectan con este mensaje. Aunque hay que tener presente que la Buena Nueva de Jesús para ser aceptada debidamente precisa del don de Dios que es la fe, y que hay que pedirla.
– La opulencia, los escándalos con el dinero y el sexo han hecho que muchas personas desconfíen del mensaje del Evangelio. ¿Propuestas concretas para enderezar esta situación?
Yo pienso que más bien estos abusos han provocado reacciones favorables al Evangelio. Si los causantes son personas de la Iglesia, aquello es verdad porque se da una contradicción y un escándalo. Pero si no es así, más bien se ve la necesidad de unos principios y valores morales y éticos, que ayudan a los humanos a superar las tentaciones que siempre existen en el mundo y evitar caer en todo aquello que menciona en su pregunta.
Como propuestas, la formación ética en todas las edades y niveles, la toma de conciencia de que somos sociables y corresponsables para construir una sociedad más justa y fraterna. Hay que avivar la importancia de la conciencia personal que nos dice qué está bien y qué está mal.
– ¿Qué espera, personalmente y a nivel de diócesis, de este gran encuentro sobre pastoral en las ciudades?
Que nos ayude a conocer más y mejor las realidades de las grandes ciudades como la nuestra, para que podamos posteriormente con la participación de toda la Iglesia de Barcelona encontrar nuevos caminos de evangelización, de cercanía de la Iglesia, de presencia de Cristo a los hombres y mujeres de la metrópolis, de ayuda y consuelo hacia los marginados que hay en las grandes urbes