Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
Hemos reflexionado sobre los primeros tres dones del Espíritu Santo: la sabiduría, el intelecto y el consejo. Hoy pensemos en lo que hace el Señor, Él viene siempre a sostenernos siempre en nuestras debilidades y lo hace con un don especial: el de la fortaleza.
Hay una parábola, relatada por Jesús, que nos ayuda a darle la importancia de este don. Un sembrador sale a sembrar, pero no toda la semilla que esparce, sin embargo, trae fruto.
La que termina en el camino se lo comen los pájaros, la que cae en terreno pedregoso o en medio de los espinos, germina, pero enseguida el sol la seca o la ahogan las espinas. Solo la que termina en terreno bueno puede crecer y dar fruto (cfr Mc 4,3-9 // Mt 13,3-9 // Lc 8,4-8).
Como el mismo Jesús explica a sus discípulos, este sembrador representa al Padre, que esparce abundantemente la semilla de su Palabra. La semilla, sin embargo, se encuentra a menudo con la aridez de nuestro corazón y, también, cuando es acogida se arriesga a permanecer estéril. Con el don de la fortaleza, sin embargo, el Espíritu Santo libera el terreno de nuestro corazón del letargo, de las incertidumbres y de los temores que lo pueden frenar, de modo que la Palabra del Señor se ponga en práctica, de un modo auténtico y alegre.
Es una verdadera ayuda este don de la fortaleza, nos da fuerza y también nos libra de mucho impedimentos. Es en los momentos difíciles, las situaciones extremas en los que el don de la fortaleza se manifiesta de una forma extraordinaria, ejemplar.
Es el caso de los que se encuentran afrontando experiencias particularmente duras y dolorosas, que afectan a nuestra vida y a nuestros seres queridos. La Iglesia resplandece con el testimonio de tantos hermanos y hermanas que no han dudado en dar la propia vida, para permanecer fieles al Señor y a su Evangelio.
También hoy no faltan cristianos que en muchas partes del mundo continúan celebrando y testificando su fe, con profunda convicción y serenidad, y resisten también aún cuando saben que pagarán un precio muy alto. Todos nosotros conocemos gente que ha vivido situaciones difíciles, muchos dolores.
Pensemos en esos hombres y mujeres que llevan una vida difícil, luchan para llevar adelante la familia, educar a los hijos. Esto lo hacen porque tienen el don de la fortaleza que los ayuda. Cuántos hombres y mujeres, no sabemos el número, que honran a nuestro pueblo, honran a nuestra Iglesia, porque son fuertes, fuertes al llevar adelante sus vidas, sus familias, sus trabajos, su fe.
Estos hermanos y hermanas nuestros son santos, santos cotidianos, santos escondidos en medio de nosotros. Tienen el don de la fortaleza para llevar adelante sus deberes de personas, de padres, madres, hermanos y hermanas, ciudadanos. Muchos, ¡tenemos muchos!
Demos gracias a Dios por estos cristianos que son de una santidad escondida, es el Espíritu dentro el que los lleva adelante. Y nos hará bien pensar en estas personas. Si ellos hacen esto, si ellos pueden hacerlo ¿por qué no yo? Así, pidamos al Señor que nos dé el don de la fortaleza.
Con esto, no tenemos que pensar que el don de la fortaleza es un don necesario solo en algunas ocasiones o en situaciones especiales. Este don tiene que constituir la nota de fondo de nuestro ser cristianos, en la cotidianeidad de nuestra vida.
Como he dicho, en todos los días de nuestra vida debemos ser fuertes, necesitamos esta fortaleza para llevar adelante nuestra vida, nuestra familia, nuestra fe.
Pablo el apóstol, dijo una frase que nos hará bien escucharla: “Todo lo puedo en Él que me da la fuerza” » (Fil 4,13). Cuando, en la vida cotidiana, vienen las dificultades, pensemos esto: “Todo lo puedo en Él que me da la fuerza”. El Señor da la fuerza siempre, no falla. El Señor no nos prueba más de lo que podemos soportar. Él está siempre con nosotros: “Todo lo puedo en Él que me da la fuerza”.
Queridos amigos, a veces podemos vernos tentados a dejarnos en las manos de la pereza o del desconsuelo, sobre todo frente a las fatigas y las pruebas de la vida. En estos casos, no perdamos el ánimo, sino que invoquemos al Espíritu Santo, para que con el don de la fortaleza pueda aliviar nuestro corazón y comunicar nueva fuerza y entusiasmo en nuestra vida y en nuestro seguir a Jesús.