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​¿Un transexual debe ser enterrado con su sexo de nacimiento?

Transsexual – es

© Public Domain

Aleteia Team - publicado el 12/05/14

¿Hay que tener en cuenta su identidad biológica o bien la civil que tuviera en el momento de la muerte?

¿Qué hacer cuando un párroco se encuentra con la petición de entierro de una persona transexual? ¿Debe enterrarlo con su identidad biológica o con la civil que tuviera en el momento de la muerte? Respondemos a un lector que planteó esta pregunta desde Facebook.

Este tema no ha sido objeto aún de estudio por parte del Magisterio de la Iglesia. Por tanto, mientras no haya un pronunciamiento claro, se entiende que cada caso debe ser tratado de acuerdo con la prudencia y el discernimiento del párroco, que tiene el deber de informarse delicadamente sobre el caso concreto.

Hay que tener en cuenta que el funeral es un momento para rezar y encomendar a Dios a la persona fallecida, y no puede convertirse en un acto de reconocimiento de actitudes o ideologías, ni tampoco de juicios morales hacia la vida del difunto/a, pues sólo Dios puede juzgar los corazones.

Ante la decisión de enterrar a una persona transexual tal y como nació o con el nombre que escogió después, ayudaría valorar factores como la voluntad del fallecido y de su familia o sus seres queridos, su relación con la comunidad, el escándalo que pudiera provocar entre los fieles,…

Dicho esto, Aleteia ha contactado a algunos de los expertos que colaboran con la red, y efectivamente, hay posturas encontradas, aunque en todas el principio es claro: lo importante es la atención pastoral.

Para el experto de Aleteia Henry Vargas Holguín, el cuerpo de la persona debería enterrarse tal y como está, y normalmente al referirse a ella habría que mantener el mismo nombre que deseó adquirir en vida para identificarse como hombre o mujer.

Si una persona que nació mujer es conocida como hombre por las personas que le rodean, por ejemplo, no parece oportuno el momento del entierro para desvelar su verdadero sexo. Tampoco esa celebración es lugar para juicios ni lecciones morales.

En todo caso, destaca el sacerdote, “el entierro se ha de realizar con el mismo respeto y decoro que cualquier otro cadáver merece”.

Para el experto Julio De la Vega-Hazas, la cuestión es meramente: con qué nombre se le entierra, el suyo de origen o el adquirido posteriormente, pues la identidad sexual biológica no cambia por el hecho de haberse realizado una operación quirúrgica y haberse sometido a un tratamiento hormonal. Él, personalmente se inclina por la primera opción.

Es público el caso de un transexual colombiano, toxicómano, asesinado a golpes en julio del año pasado en Roma. Su cuerpo permaneció cinco meses en la morgue sin que nadie lo reclamara y finalmente fue Caritas quien se ocupó de su sepelio.

En su funeral, el director de Caritas Roma, monseñor Enrico Feroci, se refirió a esta persona (que nació hombre) como mujer, para respetar su deseo, expresado por el fallecido a las personas de Caritas a las que anteriormente se había dirigido para pedirles ayuda.

Los transexuales, como los homosexuales, “deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará todo signo de discriminación. Estas personas están llamadas  a realizar la voluntad de Dios en su vida, y, si son cristianas, a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que pueden encontrar a causa de su condición”, señala el Catecismo de la Iglesia Católica (2358).

Como recuerda Vargas Holguín, “toda persona ha sido creada hombre o mujer; la distinción y la correlación de los sexos pertenece intrínsecamente a la naturaleza del ser humano”.

“Es gratitud y alabanza al creador aceptarse como hombre o mujer y hacer lo necesario para ser plenamente hombre o mujer –continúa-. La plenitud del ser humano no es dada por la sola versión masculina o femenina sino por la reciprocidad y por la complementariedad del masculino/femenino”.

“No se trata de cambiar sexo sino de buscar cuál sea de hecho la verdadera condición o cuál sea el verdadero “yo” ante Dios y los demás –añade-. Hay que ayudar a la persona a aceptarse y a dar sentido a la existencia aun en las condiciones eventualmente inmodificables”.

Y finaliza proponiendo esta oración: “Ayúdame, o Señor, a cambiar las cosas que pueden ser cambiadas, y a aceptar aquellas que no pueden serlo”.

En resumen, que mientras no haya un pronunciamiento explícito, se entiende que cada caso debe ser tratado con la prudencia y el discernimiento del párroco, que tiene el deber de informarse con delicadeza sobre el caso concreto.

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