Reflexión después de la canonización de los dos papas
La canonización el domingo de dos papas en Roma, san Juan XXIII y san Juan Pablo II, ha sido otro de estos hitos donde la santidad personal de dos hombres trasciende todas las fronteras y se convierten en modelos de vida para todos los cristianos y hasta los no creyentes: se convierten en modelos universales.
Porque la universalidad se consigue convirtiendo en grandes los actos personales de cada uno, de cada una, cada día como ocurre con los que han llegado a cumplir heroicamente la voluntad de Dios mientras vivían. El papa Francisco bien dijo que san Juan XXIII era el papa de la “docilidad al Espíritu Santo” y por eso convocó, contra viento y marea de dentro y fuera de la Iglesia, un Concilio Ecuménico. Mientras, san Juan Pablo II quiso ser llamado el “Papa de la familia”, que servirá de ejemplo en este recorrido “sinodal de la Iglesia” de reflexión sobre la familia, que se culminará con la celebración de dos sínodos universales, uno extraordinario—el del próximo octubre—y otro ordinario, el año próximo. O sea que los dos sínodos para la familia ya tienen un intercesor, san Juan Pablo II.
La ceremonia de las dos canonizaciones ha estado revestida de una solemnidad austera, como quiere el papa Francisco. En su homilía el Papa ha recordado la celebración del domingo octava de Pascua como la fiesta de la Divina Misericordia, instituido por Juan Pablo II. Y añadió: Cristo quiso mantener las llagas tras su resurrección, no para que creamos “que Dios existe, sino para creer en que Dios es amor, misericordia y fidelidad”. Afirmó que sus dos predecesores ahora santos “tuvieron el valor de mirar las heridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado. No se avergonzaron de la carne de Cristo”. Tuvieron a la Virgen María muy cerca y vivieron con ”una esperanza viva”, junto a un ”gozo inefable y radiante” como es el gozo pascual.
El papa Francisco ante un acto único en la historia
La plaza de San Pedro, adornada por 30.000 rosas procedentes de Ecuador, se llenó cuando se abrieron sus puertas a las cinco de la madrugada, muchos de los asistentes eran jóvenes, que durmieron o pasaron la noche en vela en los aledaños de la plaza y de Vía de la Conciliazione. Fue, ha sido, un acto único en la historia, donde han sido canonizados dos papas, en presencia de otros dos vivos y contemporáneos a los santos.
La retransmisión televisiva estaba centrada en la ceremonia, y dentro de ella en el Papa Francisco y también, con planos discretos, en el papa emérito Benedicto XVI quien ha estado, y ha sabido estar siempre desde su renuncia, en un muy segundo plano, sirviendo a la Iglesia desde su recogimiento y su no aparición en público. Este papa, Benedicto XVI, estaría muy gozoso de haber servido de cerca no ya al papa Juan Pablo II, sino a Juan XXIII como experto en el Concilio. Conoció muy de cerca de los dos papas y ha sido un gran gozo para él verlos a los altares.
Han pasado en un plano discreto las 93 delegaciones oficiales han estado presentes en la plaza de San Pedro, con el característico vestido y mantilla blancos para las reinas católicas –la reina Sofía llevaba peineta– entre las que estaban 24 jefes de Estado, encabezados por el presidente de Italia, Giorgio Napolitano, y 35 primeros ministros. Las cámaras se fijaron en la devoción manifestada públicamente por el presidente del Ecuador, Rafael Correa. También estaban las reinas católicas de Bélgica, del Lichtenstein, la duquesa de Luxemburgo y el ex presidente de Polonia, Lech Walesa, líder del sindicato Solidarnosk. Para el rey Juan Carlos era la primera vez que se encontraba con el papa Francisco.
Un detalle que no pasó desapercibido es esta clara separación que quiere el papa Francisco entre las cosas de Dios y las cosas de la política. Al terminar la ceremonia, y tras rezar el “Regina Coeli” de Pascua ante una imagen de la Virgen, se quitó rápidamente los ornamentos litúrgicos papales para saludar a las autoridades civiles que voluntariamente habían venido a la ceremonia, pues ninguna fue invitada particularmente. El papa Francisco vestido con sotana blanca de calle, saludó a las autoridades una a una, acompañado por el secretario de las Relaciones con los Estados, Dominique Mamberti.
En la ceremonia destacó también –y esto es muy nuevo con el papa Francisco—el silencio y recogimiento de los cerca de 600.000 asistentes a la doble canonización, y sólo se oyeron aplausos en el momento solemne de la canonización. Francisco ha quitado barroquismo a las ceremonias, como los gritos, las pancartas, y el folclore, para centrarlo en la celebración religiosa, del mismo modo que no se han oído los vivas al Papa, porque Francisco quiere que los vivas “vayan a Jesucristo” que es la auténtica cabeza de la Iglesia. De todas formas, durante la ceremonia no podía faltar una inscripción vistosa que decía “Polonia semper fidelis”. Al final de la ceremonia, sin embargo, la alegría desbordante de los fieles no se contuvo, y se elevaron globos, banderas pancartas, y se gritaron vivas y se cantaron canciones en todas las lenguas.
El papa Francisco agradeció a las autoridades italianas por la organización del evento y a todos los peregrinos que con tanto sacrificio personal había podido asistir. Muchos de los presentes en San Pedro y Vía della Conciliazione habían pasado la noche en vela ya sea en las parroquias romanas o en las cercanías del Vaticano encomendándose a los dos nuevos papas santos, donde se han rezado muchos rosarios. En definitiva, ha sido un acto de una gran fe por parte del pueblo de Dios, una fe universal que no distingue lenguas, ni razas, ni maneras de pensar.