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El éxito de sor Cristina nos cuestiona: ¿cómo salir al mundo?

The Sister and the Rapper The Voice Italy RAI – es

The Voice Italy RAI

Centro de Estudios Católicos - publicado el 28/04/14

Una Iglesia “en salida” que reflexiona y discierne

Desde hace unas semanas a través de las redes sociales y diversos medios de comunicación –católicos y no católicos— apareció la noticia de Sor Cristina, esta simpática religiosa que cautivó al jurado de “The Voice” en su versión italiana, y que en menos de dos semanas alcanzó 41 millones de visitas a su video en Youtube. El “boom” de este fenómeno ha suscitado posiciones encontradas, algunas favorables y otras menos. No pretendo entrar en el caso específico pero creo que la “euforia” o “perplejidad” que se ha suscitado entre muchos católicos nos invita a reflexionar.

El Papa Francisco no se cansa de decir que prefiere una Iglesia accidentada por salir, que enferma por encerrarse. Invita, vivamente, a toda la Iglesia a “salir afuera”, a ir las periferias. Nos invita con su palabra pero sobre todo con su testimonio y sus gestos. Una verdad que es necesario recordar en cada época. Un don del Espíritu en la voz del sucesor de Pedro. Un llamado a vivir la dinámica evangelizadora en la cual la Iglesia muestra su rostro y su misión en medio del mundo. La exhortación apostólica Evangelii Gaudium (EG) es fiel reflejo de aquello que el Santo Padre quiere transmitir. En sus líneas se nos interpela, se nos cuestiona y se nos invita a vivir la alegría del Evangelio en la propia vida para poder ser testimonio del Señor y anunciarlo con alegría.

Ahora bien, este impulso evangelizador debe ir acompañado siempre del discernimiento, que es también importante para el Papa Francisco, como buen hijo de San Ignacio. El Papa nos invita a discernir y no relativizar, a discernir en nuestros corazones qué está obrando el Espíritu Santo, qué nos pide y adónde nos lleva. Nos invita a ser reverentes frente a los signos de los tiempos. Nos exhorta a tener el valor de discernir y a obedecer. Si nos ensuciamos los pies, que sea porque hemos salido al encuentro del Señor para que Él a su vez nos purifique.

Teniendo esto en mente, quisiera compartir una elenco de algunos puntos (que no tienen una jerarquía o están concatenados necesariamente) que considero esenciales para discernir nuestra labor apostólica, nuestra inculturación para vivir, “en espíritu y en verdad”, esa audacia evangélica a la que el Papa nos invita:

▪ Evangelizar implica salir al encuentro (EG, 24). ¿Somos cristianos constantemente “en salida” o buscamos nuestro propio gueto para estar seguros? Creo que el llamado a ir a las periferias implica, ante todo, un desacomodarse, quizá de nuestros planes, quizá de las estructuras que nos mantienen cómodos, o quizá de la manera como “siempre hemos hecho las cosas”, siendo autorreferenciales. El costo de lo que implica involucrarse con los demás, “cargar cruces ajenas”, no puede frenar nuestro ímpetu apostólico. No debemos tener miedo a sufrir por equivocarnos o por fracasar en el intento. Salir al encuentro del otro no es otra cosa que hacer lo mismo que Dios hizo cuando se encarnó, esto es, compartir la condición del que más necesita, sin excluir a nadie.

▪ Una mirada de fe sabe reconocer aquello que ha sembrado el Espíritu Santo (EG, 68). ¿Sabemos valorar aquello que es verdaderamente humano en cada cultura –o en cada persona—, o rechazamos aquello que resulta incómodo o difícil de discernir? Cada cultura, en su diversidad, es capaz de expresar el Evangelio de manera original y manifestar nuevos aspectos de él. La nueva evangelización exige un prudente discernimiento de los signos de los tiempos, y “del trigo y la cizaña” que hay en cada cultura. Allí donde hay personas, hay cultura, y junto con aquello que necesita purificación debemos encontrar las “semillas del Verbo” que el Espíritu Santo ha derramado, a veces, de maneras insospechadas. Porque nada de lo humano le es ajeno a la Iglesia, debemos encontrar esos “puntos de contacto” entre el Evangelio y el corazón de cada cultura.

▪ Alegría, audacia y creatividad (EG, 11). ¿Cedemos al “pesimismo estéril”, que entristece y paraliza, al ver cómo avanza el mal en nuestra sociedad? A veces los cristianos tenemos un cierto “complejo de inferioridad” frente al mundo, sea por nuestros pecados, sea porque hemos perdido protagonismo en la vida pública. Cuántas veces este complejo nos lleva a “relativizar” o “suavizar” nuestro anuncio. Por el contrario debemos alegrarnos –y estar “orgullosos”— por el hermoso tesoro que Cristo mismo ha depositado en la Iglesia. Esta alegría que nos sobrepasa quiere ser comunicada. Nuestra fe es aquello que nos mueve a anunciar el Evangelio a todos los rincones. La verdad sobre el hombre que nos trae el Señor Jesús es siempre nueva, y eso exige una audacia y creatividad a la altura de los desafíos culturales que se nos presentan. Si hemos decidido arriesgarnos a salir de nosotros mismos por amor al anuncio del Evangelio, debemos ahora discernir la mejor manera de hacerlo.

▪ Es el Evangelio que viene al mundo y no al revés (EG, 34). ¿Puede haber otro fundamento de la Evangelización que no sea Cristo? Hemos sido testigos de cómo reemplazar a Cristo por una ideología, una narrativa o una pseudo-espiritualidad sólo trae confusión dentro de los hijos de la Iglesia y muestra al mundo una distorsión de su rostro. Si quitamos este fundamento, como dice el Papa, nuestro trabajo será el de una ONG más, quizá con buenas intenciones. La revolución a la que nos invita el Papa es aquella revolución del amor que brota del Amor mismo de Dios por nosotros. El fundamento de la inculturación es la Encarnación del Verbo. Nuestra evangelización sólo podrá cambiar el mundo si es una continuación de la obra reconciliadora de Cristo.

▪ Primacía de Dios pues nadie da lo que no tiene (EG, 112). ¿Es posible ser evangelizadores sin haber sido evangelizados? El primer y principal actor de la Evangelización es el Espíritu Santo. Él es la fuerza capaz de transformar los corazones. La confianza en la gracia es el primer acto evangelizador; por ello, se hace necesario un contacto constante con la fuente de donde brota nuestro impulso apostólico. Debemos ser capaces de anunciar a Cristo en primera persona, como quien se ha encontrado con Él. El “tener algo para dar” implica también darnos un espacio para pensar, reflexionar, discernir, rezar lo que hacemos y saber con humildad enmendar errores. No buscamos transmitir entidades o personas perfectas, una imagen ideal de lo que es la Iglesia. Buscamos comunicar a Aquel que, ante todo, ha sido misericordioso con nosotros.

▪ El diálogo con cada cultura (EG, 238). ¿Es el diálogo un consenso de verdades, un respeto mutuo pero sin respeto por la verdad? No pocas veces constatamos, con dolor, que en nombre del “diálogo” y la “tolerancia”, o por “hacer más atractivo el Evangelio”, asumimos actitudes que van justamente contra el Evangelio, aguando el mensaje cristiano frente a algunos temas en los que la voz de la Iglesia es “incómoda”. Cuando tendemos puentes hacia lo verdaderamente humano en cada cultura debemos ser también conscientes de que el reconocimiento del mundo, sin ser malo en sí mismo, no es un signo evidente de que estamos haciendo las cosas bien. El peligro de que “criterios mundanos” de progreso, éxito y eficacia guíen nuestro discernimiento y acción apostólica no nos es ajeno. El cristiano está llamado a ser signo de contradicción y muchas veces a ser levadura invisible en medio del mundo. El fundamento del diálogo no es otro que el querer responder juntos a la pregunta por la Verdad del hombre a la cual el cristianismo tiene mucho que decir.

▪ Todos estamos llamados a anunciar del Evangelio desde nuestra propia identidad (EG, 119). ¿Puede alguien decir que no está llamado a evangelizar? La misión evangelizadora de le Iglesia es común a todos los católicos que tienen en ella un lugar según su vocación particular. Nuestro apostolado será fructífero  en la medida que seamos fieles a este llamado personal. ¿Pueden los sacerdotes o religiosos hacer lo que por vocación deben hacer los laicos y viceversa? Es verdad que hay casos y casos, y los puntos de encuentro son innumerables. Las distintas formas de apostolado y vidas en común en la Iglesia son frutos del Espíritu Santo. Dios llama a cada uno con unas características personales, y cada uno en el sagrario de su corazón puede escuchar la voz de Dios. Este discernimiento tiene que estar en el marco objetivo de un llamado, de una vocación, con sus grandezas así como de sus límites.

▪ La persona como punto de encuentro entre pastoral y doctrina (EG, 41). ¿Por qué a veces parece que la pastoral y la doctrina no “van de la mano”? Muchos de las desviaciones de las praxis han sido justificadas por motivos pastorales. También el apego a la doctrina de modo desencarnado puede ser motivo de desencuentro y escándalo. Creo que el punto de síntesis de ambas es la reverencia con la persona. La pastoral se dirige a una persona concreta, y el Magisterio busca iluminar, desde la Revelación, a esa persona concreta. La reverencia por la persona exige una “renovación en continuidad”. La verdad del Señor se presenta siempre actual. Hay cuestiones de fe que no están en cuestión. Para evangelizar debemos conocer el patrimonio riquísimo del Magisterio de la Iglesia, así nuestra audacia, justificada por el amor a cada persona, encontrará en él una fuente que la nutre y la alienta.

 Cómo he dicho anteriormente, estas líneas son sólo un intento de “hacer un alto” para entender como la acción evangelizadora va de la mano de la reflexión y el discernimiento que no es quietismo, ni pasividad.

Desde que el Verbo se hizo hombre por amor, en el “ADN” de la Iglesia está inscrito el deseo de llevar la buena nueva a todos los rincones y se ve impulsada a hacerlo. Todo hijo de la Iglesia puede anunciar el Evangelio con alegría, justamente porque gracias a la Encarnación del Hijo de Dios «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo (…) son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo» y que «nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón» (Gaudium et Spes, 1).

Y tú… ¿Qué piensas?

Artículo publicado originalmente por Centro de Estudios Católicos

Tags:
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