Un conflicto entre la Unión Europea y Rusia podría aumentar la división entre las Iglesias católica y ortodoxas
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He escrito a raíz de mi libro La Sociedad Desvinculada, y como prólogo de una respuesta todavía no escrita, que el único sujeto histórico capaz de propiciar un nuevo comienzo superador de las crisis crecientes a las que no somete esta sociedad es el cristianismo. Y lo es en un doble sentido: como cultura más extendida en la sociedad y también como institución, y por consiguiente como organización.
Es así por razones objetivas, que también pueden resumirse en dos: constituir la única concepción integral completa de carácter alternativo a la desvinculación, y poseer una dimensión lo suficientemente grande.
En este contexto, es a la Iglesia católica a quien corresponde un papel determinante, por su alcance, organización y concepción, pero también son decisivas las Iglesias ortodoxas.
De ahí que sea imprescindible asegurar una máxima unidad religiosa y práctica con ellas, y en especial con la mayor y la más distanciada, la rusa.
Esta es una de las razones fundamentales por la que hemos de rechazar el conflicto entre la Unión Europea y Rusia, porque además de conducir a una situación peor -ya que sólo el diálogo y la cooperación pueden resolver la situación de Ucrania-, posee ingredientes para crear, de rebote, como daño colateral, una fosa mayor entre ambas confesiones.
De ahí que, con independencia del papel de los estados, la Iglesia católica debe preocuparse ahora de favorecer aquel diálogo e intensificar los contactos con el Patriarcado de Moscú.
Porque la Iglesia no puede ser un actor de paso sujeto a los bandazos de una política europea que en este ámbito ha estado profundamente desacertada, al presentar a Rusia la idea de dos campos, o con Bruselas, o con Moscú, cuando la única solución buena para los propios ucranianos es una cooperación intensa a tres bandas.
Esta política de espacios neutralizados de cooperación funcionó bien en un pasado mucho más duro por antagónico, cuando el protagonismo correspondía a la URSS.
Finlandia y Austria, países entonces neutrales entre ambos bloques, son un excelente testimonio de los buenos resultados conseguidos. Ahora un modelo semejante es mucho más fácil. Eso todavía hace más absurdo el actual conflicto que a todos perjudica.
En cualquier caso, fortalecer a todos los niveles el trabajo conjunto con las Iglesias ortodoxas, con todas ellas, es un imperativo al que hasta ahora no se le ha concedido la importancia y urgencia que posee.
Artículo publicado originalmente en Forum Libertas